La exposición del pintor Paco Ñíguez en el Muram de Cartagena viene a demostrar que la figuración en pintura no tiene por qué ser un síntoma inequívoco de decadencia, todo lo contrario; incluso el argumento y lo literario tiene un sentido y una razón de ser plástica, aunque tantas veces hayamos denostado la palabra en el arte. Aquello de que 'en el principio fue el verbo' y el final también será por él, es un camino trillado por el que podemos andar y desandar a un tiempo.

La pintura también es un mágico y poético momento del pintor, un cuento en la noche, una ensoñación de los sentidos creativos del artista. Toda la teoría del color y sus texturas son una vocación de la expresión, una gramatical forma de transmitirnos un lenguaje realizado, en este caso, con el tremendo oficio de un lírico que vive apegado a un mundo totalmente identificado con su ánima. En la obra de Ñíguez, si queremos, podemos encontrar las abstracciones que proporciona la belleza íntima, la apariencia memorable de la inquietud ordenada; una consecuente y novedosa propuesta de la figura, del hombre con cuerpo infantil, de los ojos que se abren y cierran al espectáculo del universo. Y, una vez entendido el mensaje, solo cabe disfrutar la arrolladora poesía que desprende una obra sentida.

Entiendo del encantamiento que nos propone el autor ensimismado, de su lujuriosa intención cautivadora que llega a paralizar la mirada en un detalle advertido y consecuente. No hay una falsa postura hacia la realidad que nos aconseja cada pintura de su mano. Hay una narración de la imaginación; hay un universo propio, y eso es lo que hace del arte la maravilla. Un sosegado firmamento o un inquietante lugar de la vida cotidiana. El relato llega a sugerir amor o tal vez desconsuelo, se escapa el rubor y se apacigua el vigor de lo encantado.

Pintura como añadido a una concepción espiritual de la expresividad; un pan fermentado que alimenta pasiones y fórmulas poco conocidas; el placer de la creación se evidencia en el quehacer del artista que deshace todo testimonio de una agotadora angustia. Vibra, manifiestamente, esta pintura de Ñíguez reconciliadora y también sufrida, placentera de contenido y significado. Nos acercamos a un nuevo movimiento de las luces de la figura humana y sus sombras perceptibles. Todo puede ser nuevo y antiquísimo al tiempo. Lo importante es el deletreado sentimiento que nos transmite.

En esta producción se equilibra lo que del pintor hemos ido conociendo a través de sus etapas entrevistas, porque hemos seguido su trayectoria con el interés de descubrir cada momento de su obra, la identidad sostenida nunca monótona y siempre virtuosa. Quiero subrayar la magnífica elevación del carácter general de la obra de este pintor que, sin duda, ha sabido desechar el comodín de una posición conquistada para entregarse a un enriquecimiento general de su pintura.

El factor imaginativo peculiar de todo auténtico artista, incapaz de acomodarse a un repertorio limitado, ha experimentado en nuestro pintor un notable incremento; persisten, en verdad, ciertos elementos, antes puntuados, de su especial predilección, pero a ellos se han añadido otros nuevos que amplían la ancha galería de sus obras, de una pintura que acaba marcando singular espacio, época, incluso en su magnífica trayectoria ascendente. Fulgor, El protegido, Episodio en la frontera son algunos de los títulos de las obras expuestas.

El comisario de la muestra ha sido Juan García Sandoval.