Santos Martínez (1992) es escritor, aunque le cueste reconocerlo. «Escribo. Lo que más hago en mi vida es escribir, y si no collevara ese estereotipo de tío que va con su boina y su bufanda y que no puede estar cinco minutos sin recordarlo, quizás sí diría que soy 'escritor'». Tampoco le gusta hablar de sí mismo en tercera persona, pero no es él quien firma, sino Santini Rose, una especie de alter ego «con más cojones» y más «gilipollas» que su creador. Bajo esa careta -que tiene menos de ficción de lo que uno podría creer-, lleva años rondando los rincones más underground de la ciudad de Murcia, y escribiendo sobre ello en diferentes espacios. Ahora, a sus 25 años, ha decidido -con el beneplácito de La Marca Negra Ediciones- lanzar su primer libro, Mañana me largo de aquí, una colección de relatos que, como la música hizo con él, le dan una palmadita en la espalda a toda una generación maldita.

Mañana me largo de aquí . ¿Huye a algún sitio concreto o simplemente se larga de aquí?

Lo importante es largarse. Es un sentimiento que ha estado siempre en mi vida. Desde que tengo uso de razón he querido largarme: de mi pueblo, del instituto... Llego a Murcia y me pienso que va a estar guapo, pero enseguida me quiero largar; llego a Barcelona y estoy guay, pero de pronto me quiero largar... Nunca he estado en un sitio que diga: «Joder, me quiero quedar aquí para siempre». Pero hay un momento -después de escribir el libro- en el que te das cuenta de que ese deseo de estar constantemente huyendo no es normal y que te afecta para mal. Me di cuenta de que vaya a donde vaya, esté donde esté, voy a tener siempre conmigo mis movidas. Por eso llevo un par de años calmado en Murcia.

Es más un estado mental.

Exacto. Vaya donde vaya voy a flipar con el sitio y enseguida me voy a desencantar. Lo sé porque me ha pasado y me va a pasar siempre.

¿Pero es parte de una actitud?

No es una actitud. ¡A mí me gustaría estar guay, tío! Me gustaría no tener calentamientos de cabeza, estar tranquilo...

Para sus conocidos, algunas de las historias que cuenta en el libro no son extrañas. ¿Qué porcentaje de autobiografía y qué porcentaje de ficción tiene Mañana me largo de aquí ? Porque usted dijo que Santini Rose no era Santos Martínez, pero se parecen mucho...

No, no lo es.

Pero la cosa está en un 90-10%...

Santini Rose a veces tiene más cojones que Santos Martínez y a veces es todavía más gilipollas que Santos Martínez. Esto va con mi forma de entender la escritura, con una tradición de autores que han ficcionado su vida. John Fante, que es mi máximo referente, era incapaz de escribir sobre algo si no lo había vivido. En Pregúntale al polvo, su libro más famoso, una tía se lo lleva a la playa y él piensa que se la va a follar, pero al final nada, y dice: «Mal se tiene que dar la cosa para que yo no escriba algo de esto» [Risas]. Y, tío, yo me he visto muchas veces en eso, de decir: «Esta tía me ha hecho polvo, pero al menos sé que de aquí puedo sacar algo bueno». Así que hay mucho de lo que me ha pasado a mí, pero también hay un intento de ficcionar, porque Harry Crews, otra gran referencia para mí, dice que sus novelas eran grandes sartas de mentiras sobre las que se alzaba una verdad emocional gigante. Me interesa esto. Está relacionado con la relación entre la verdad y el mito: el mito a veces es impreciso, pero emocionalmente más real que la verdad. La literatura va de eso: de transmitir una verdad emocional, como la música y el arte en general. Si lo que cuentas emocionalmente es verdad, da igual que no haya pasado.

Prácticamente en todos los relatos hace referencias futbolísticas y al Real Madrid. Pienso en aquello de que el fútbol es el opio del pueblo y, tras leer su libro, me pregunto: ¿Pero para bien o para mal? Porque da la sensación de que en su caso es una válvula de escape, como la música.

No es un libro de fútbol, pero hay mucho fútbol porque en mi vida hay mucho fútbol. En lo único que no fallo es en ver al Madrid; al Madrid lo veo siempre. Es algo que le da una continuidad a mi vida que a veces no tengo. Eso me ancla y me permite seguir una cierta lógica temporal. Harry Crews decía que lo que te pasa en tus primeros diez años te va marcar el resto de tu vida, y yo sigo siendo un crío que cree que va a jugar en el Madrid; el rollo es que ahora llamo 'jugar en el Madrid' a otro tipo de cosas, pero sigo siendo esa persona.

La música, como decía, es la otra gran válvula de escape. Ahí está ese primer relato en el que Santini Rose vaga derrotado por las calles de Barcelona y como, cuando se pone los cascos, entra en otra dimensión.

Es y no una válvula de escape. La música fue la primera que me explicó -en una adolescencia en la que eres tú contra el mundo- a mí qué me pasaba. De una forma estúpida, tu escuchas a los Ramones y dices: «Joder, este payo está igual que yo, le pasa lo mismo que a mí: es feo, quiere enamorarse de una chica y la chica ni siquiera le mira, etc.».

Repasando mis notas veo que había puesto, más que válvula de escape, 'tabla de salvación'.

Exacto. Bueno, no, tampoco. No una tabla de salvación porque la salvación no te la da nada, pero si te facilita las cosas. Te da una palmadita en la espalda, te entiende. Hay canciones escritas hace ochenta años que dices: «Esto está escrito para mí, el protagonista soy yo», y eso, a esa edad, te pega un pelotazo en el cuerpo entero que no se te va con los años. Yo creo que una de las cosas que más temo es convertirme en una persona que no se sorprende con grupos nuevos o a la que las bandas que le gustan ya no me emocionan como antes. Si eso pasa, estaría muerto en vida.

En ese primer capítulo también refleja la cruda realidad de un chaval que ha participado de un sistema educativo que ahoga y en el que, una vez terminado el instituto, la universidad...

¡Hemos hecho todo lo que nos habéis pedido! [Risas]

Exacto. ¿Y qué le queda? Precariedad. ¿Es el reflejo de su realidad o es el reflejo de su generación?

Yo creo que es una cosa que nos está pasando a todos. Yo mismo he hecho todo lo que se me ha pedido y, de pronto, cuando terminas todo ese ciclo educativo, te encuentras en la mierda más absoluta. Una cosa que me pasó a mí es que por primera vez tuve tiempo para pensar. Te tiras días dándole vueltas a las cosas y empiezas a cuestionártelo todo; a pensar si es normal lo que hacemos: primero Primaria, después Secundaria, luego la carrera, el máster, tu novia universitaria -que cuando termina la carrera se va, por supuesto-, tu película en al Filmoteca, tu borrachera los jueves, los viernes por la mañana recogiéndote... Es como que está todo muy marcado. Las veces que hacemos cosas que se salen de la pauta es en pequeños huecos que nos deja esta estructura maquiavélica para que parezca que tenemos opciones. Así que, sin que suene pedante ni pretencioso, es la historia de mis amigos. Yo reclamo esa historia, porque si no la cuento yo no la va a contar nadie, y creo que es una historia que merece la pena ser contada. También para que no vengan viejos con el culo graso que escriben en El País para contarnos lo que nos está pasando a nosotros.

¿El periodismo qué tal?

El periodismo muy mal, estoy desencantado. De hecho, yo soy una persona que hizo periodismo por el elemento romántico. A mí todo lo que sonaba a tecnología en la carrera me la sudaba; yo quería ir a un sitio con una libreta y llegar a casa y contarlo lo mejor posible. Al final te das cuenta de que el trabajo para el que te has estado formando no existe ya, y si existe no te ganas la vida con él.

En la presentación del libro dijo que no hace falta ser Tolkien para escribir, y que no habla de las calles de Nueva York, sino de Ronda Norte.

Esto viene de Fante y del punk. Escuchas a Hüsker Dü, los Ramones, los Dead Boys... ¡A Sid Vicius le desenchufaban el bajo, joder! Si lo que tú vas a contar es verdad y tienes las ganas de contarlo y la urgencia -sobre todo- de contarlo, no necesitas saber tocar bien la guitarra o haberte leído a Borges entero.

En el segundo relato habla de un niño diferente y que incluso se cree mejor que el resto de su grupo porque no le molan las motos ni las 'crías'. ¿Se siente así?

¡No! Ese crío no se cree mejor. Él en el fondo quiere estar con crías y que el resto de los chavales del pueblo le hagan caso, pero eso nunca pasa. Él se crea sus castillos y sus explicaciones de por qué no pasan esas cosas únicamente para poder seguir y convivir estando más solo que la una.

En cualquier caso, eso lo hacen personajes que están un poco para bien o para mal al margen de la tendencia común, como usted.

A mí eso me viene de un contexto familiar. Mis padres son maestros los dos, y en casa siempre ha habido mucho gusto por la cultura. Y eso, en un pueblo tan pequeño como el mío (Fuente Librilla), en un entorno rural, hace que las cosas no vayan por el mismo sitio que con el resto de chavales; siendo totalmente igual que ellos en el fondo, ¿eh? ¡Que yo soy muy de pueblo! A lo mejor si hubo algún momento en la adolescencia que sí me sentía mejor que ellos, pero eso pasó. Ni de pequeño me creía mejor que ellos ni ahora lo creo. Yo soy de ahí. El único sitio del que me siento es de mi pueblo: ni murciano ni español, de Fuente Librilla.

Decían los Sex Pistols que no hay futuro. ¿Tenían razón?

Futuro Terror dicen que sí hay futuro, pero es aterrador. Yo he aprendido a vivir, como todos los de nuestra generación, con la palabra precariedad escrita en la frente, y la precariedad económica y laboral te lleva a la precariedad emocional. ¿Qué futuro vas a tener con una chica si no sabes dónde vas a estar currando el mes que viene? Hemos aprendido que el futuro es lo que vamos a cenar esta noche; y hay cena, eso no lo dudo. Tenemos gente muy brillante en esta ciudad, y pensar que esa gente va a hundir a toda la basura en el fango es lo que me levanta todas las mañanas.