En el Lower East Side de los años veinte había casas viejas de pisos baratos donde los veranos se pasaban en las escaleras de incendios. En la calle, las pandillas de chavales hacían el meritoriaje delictivo insultándose y pegándose en enfrentamientos raciales. Jacob Kurtzberg habría sido un gángster si hubiera tenido más prisa en vestir un traje. Tenía cierto parecido a James Cagney, poca estatura y mal carácter. Pero no tuvo prisa por vestir traje y acabó siendo 'El Rey' de los comics-books y firmando miles de páginas como Jack Kirby.

Nació hace cien veranos y en el medio siglo de trabajo que va desde los años 40 a los 80 del siglo XX creó al Capitán América, Los 4 Fantásticos, Thor, Los Vengadores y X-Men, entre una lista que supera los doscientos personajes.

Los japoneses llaman a Osamu Tezuka -autor de Astroboy, Black Jack y Adolf- el 'Dios del manga'. Kirby, 'El Rey', podría ser el Dios porque creó universos enteros con sus personajes de cómics, el más famoso el Universo Marvel de los años sesenta junto a Stan Lee, el vejete que hace cameos en las recientes superproducciones de superhéroes.

Kirby fue el hombre de una industria, la de los comics-books. Creció leyendo los cómics que publicaban los periódicos, embobándose en las portadas de las revistas literarias baratas de fantasía y metido en las salas de cine. Cuando estaba en edad de trabajar aparecieron los comics-books (tebeos) que bajo la capa de Superman se convirtieron en un fenómeno editorial y en un género.

Para esa industria, Jack Kirby fue providencial: un chico judío de origen austriaco en un negocio de editores judíos, un dibujante velocísimo para un oficio que si alcanza el éxito demanda muchas páginas y hace una dictadura de las fechas de entrega.

En 1962, Kirby dibujó 1.156 páginas a lápiz, más de tres diarias sin descansar un solo día. Sobre el tablero, el lápiz de Kirby echaba más humo que el cigarro que mordía.

Kirby desarrolló su personalidad en el oficio haciendo estilo de las necesidades profesionales. En su sentido de la maravilla, los superhéroes protagonizan publicaciones sensacionalistas y él los hizo más postureros que ningún otro, más coloristas que cualquier otro, dinámicos como rayos, violentos como explosiones y en escorzos imposibles. Sus tebeos eran como portadas casi todo el tiempo y sus portadas eran emocionantes propuestas disparatadas.

Superman y Batman enseñaron a los profesionales que en el mercado conviene ser el primero que descubre algo para explotar el filón. Kirby inventó, junto a Simon, los cómics de romance, que llegaron a ser uno de cada cuatro títulos en el quiosco de los años cuarenta.

La competencia de los tebeos de superhéroes inventaba personajes que nacían de una corta gestación y vivían lo que las ventas les dejaban. Había que prender la oportunidad por los pelos. Que un grupo de rebeldes negros se ha organizado como partido de autodefensa racial; hagamos un superhéroe africano que se llame 'Black Panther'. Que a los surfistas de California les gustan los cómics; démosle a Galactus, el destructor de mundos, un heraldo que surfee el espacio sobre una tabla plateada. Se llamará 'Silver Surfer'.

En esa industria y en el patriótico 1940 creó, junto a su socio Joe Simon, un hombre bandera llamado Capitán América que daba puñetazos al mismo Adolf Hitler. En esa industria, Kirby siempre se sintió defraudado porque el maestro pastelero quería un pedazo mayor del pastel, no migas.

En los principios, dio con editores que, sencillamente, lo estafaron o engañaron. «Éramos chavales de la calle tratando con lobos», dijo Kirby. Luego, como empresario acabó fracasando. En su culmen creó junto a Stan Lee la escudería de personajes que llevó a la editorial Marvel a vender 50 millones de tebeos anuales. Mientras Lee se hacía millonario y trabajaba de ejecutivo, él tenía que reivindicar la coautoría, reclamar royalties sobre los productos derivados, no veía reconocida la propiedad de algunas ideas exclusivas como 'Silver Surfer' y seguía inclinado sobre el tablero. Al final de la década de los sesenta, decepcionado por el enésimo contrato insatisfactorio y enemistado con Stan Lee hasta evitarse el saludo, Jack Kirby dejó Marvel.

Se fue a DC, la competencia, y creó el Cuarto Mundo, una serie de colecciones nuevas para la editorial que ya tenía a Batman, Superman, Green Lantern, Flash, la Liga de la Justicia. En ese mundo estaba el poderoso Darkseid, que veinte años después «mataría» a Superman. Su universo no funcionó porque Kirby, crecido en la Gran Depresión, era capaz de hacer unos espectáculos desmedidos y horteras muy setenteros pero ya no entendía tan bien a los chavales posteriores al 68, al verano del amor y a la protesta contra Vietnam. Y no tenía la distancia algo humorística de los textos de Stan Lee ni la calidad y textura de los nuevos guionistas.

Regresó en 1975 a Marvel en buenas condiciones, pero con la vista cansada y la espalda estropeada del tablero.

A Kirby siempre le importó el dinero porque fue el primogénito de dos emigrantes, mano de obra barata, pero no querían que fuera artista para que no se muriese de hambre ni enfermase de algo venéreo. El chico que no quiso ser gánster dio con la Boys Brotherhood Republic, una asociación que sacaba a los muchachos de la calle, les daba un local y unas normas de organización muy democráticas. En esa organización, Kirby dibujó, boxeó y fortaleció su autoestima.

Cuando llegó la Gran Depresión, sus padres quedaron sin trabajo y él sin posibilidad de estudiar dibujo. En 1935 se puso al frente de la familia y empezó trabajando en los estudios Fleisher (que animaban Popeye y Betty Boop), pero enseguida se aburrió de un trabajo tan industrial como el de sus padres y se fue a una agencia de segunda fila que vendía colaboraciones para la prensa, donde el versátil Jacob hizo de todo, humor, aventura, policíaco, con firmas y estilos diferentes. Nunca cobró lo prometido.

Creación de la industria

Colaboró con Will Eisner en el estudio de Iger en 1938. Se casó con Rosalind Goldstein en 1942 y tuvieron cuatro hijos. Vivió económicamente bien, trabajó mucho, pero en sus 40 años de creación la industria del comic-book fue el criadero de unos personajes que, saltando entre medios y por merchandising, generaban regalías millonarias que él no pudo recoger a pesar de sus grandes aciertos y de haber diseñado decenas de iconos de éxito.

Encontró un buen final en la animación trabajando para Hanna-Barbera, considerado un senior capaz de resolver cualquier cosa, a cambio de un sueldo y un seguro médico.

Su batalla para tener un buen retiro empezó en 1984. Pidió que Marvel le devolviera los miles de originales que guardaba en sus archivos y le pagara derechos por los juguetes de sus personajes. Presentado como un David autor contra un Goliat editorial logró primero la simpatía del público y, en 1987, que le entregaran 2.000 originales para vender en el nuevo mercado del arte de los cómics, a cambio de reconocer que habían sido hechos por encargos. Superviviente a un infarto y un cáncer que le minaron en los últimos años, el 6 de febrero de 1994 Rosalind se levantó muy temprano y lo encontró en el suelo de la cocina muerto de un ataque al corazón.