George Benson volvió a pasar por Jazz SanJavier, y volvió a triunfar en una noche de r&b y soul salpicada de jazz; en el auditorio no cabía un alfiler.

Bien entrado en los setenta, Benson todavía se las arregla para pegar fuerte con su agradable música. El veterano cantante y guitarrista de limpias digitaciones sigue conservando su aura. Toca, a veces apoyado en un taburete, un catálogo de éxitos difícil de superar. Eso sí, ya se le ha pasado el momento de reinventar el jazz.

En esta quinta visita vino con una banda de currículo impresionante. Músicos que han tocado con Barbra Streisand, Chaka Khan o Stevie Wonder; currículum señorial que hace que sus canciones, ejecutadas de forma matemática e intachable, salgan clavadas. Todo funciona.

Su mayor activo en la actualidad se basa en la voz, y su mérito se articula en que es un maduro galán, con muchas horas de vuelo y buen conocedor del negocio. La suya es música para la FM, y la banda, dirigida con habilidad y mano firme por el pianista Randy Walman, ejecuta franca, eficaz y llanamente el pop del jefe, con miradas rápidas y alzando ligeramente las cejas, sin quitar ojo a Benson.

El concierto fue impecable, estratégicamente estructurado: no dejaron ni un solo detalle a la improvisación, incluida la presentación de los músicos. Dos instrumentales fueron el prólogo de este concierto, centrado en sus greatest hits, esas canciones que interpreta con voz melosa, de las que ha vendido millones de discos.

Arrancó suave y sinuoso con la guitarra, y enseguida se dispuso a cantar (la verdad sea dicha, tarda un poco en aquilatar la voz, que a veces le sale un poco ronca), dejando al público colgado de cada nota. Hacia el final de Love X Love desgranó un breve y elegante solo, con sus dedos surfeando en sirope por los trastes de su Ibanez GB10 Signature. Benson conserva la destreza en unas manos que proceden de otro mundo, es un improvisador versátil, pero parece haberse situado definitivamente en el pop, y se decanta por edulcoradas baladas románticas, que canta con una voz muy seductora. Utiliza magistralmente la fórmula del scat-along, técnica en que la voz y la guitarra suenan al unísono. Y no le duelen prendas en saltar de la digitación a lo Wes Montgomery a piezas sentimentales popularizadas por Glenn Medeiros (Nothing´s gonna change my love for you), o, agárrense, Luis Miguel (el bolero La puerta, que hizo a dúo en español con su guitarrista Michael O´Neill).

Benson intenta, y consigue, que todo suene cordial, dulzón. Su soberbia voz está en plena forma, y el falsete durante Kisses in the moonlight" dejó suspirando a la mayoría de la audiencia femenina. Ocurre otro tanto con In your eyes, un tema muy romántico con un gran solo de O´Neill. El rompedor single de 1976, Breezin (de Bobby Womack) cayó al principio, antes de aparcar la guitarra para una serie de piezas voluptuosas, como Turn your love around. Y le hizo un guiño a Nat King Cole en Nature boy, al que dotó de un suave ritmo funk.

Una vez más, su antiguo socio, el bajista Stanley Banks, proporcionó una base de acero (y un cuerpo de goma) junto al baterista Khari Parker y la percusionista Liliana de los Reyes. Como siempre, el pianista hizo uso de la licencia otorgada por su jefe para hacer solos y de los buenos. El teclista Tom Hall y el guitarrista Michael O´Neill se sumaron con eficacia al unánime consenso funcional de una banda que ofrece un banquete sonoro sabroso y calentito, sobre todo en piezas como The Ghetto, en los que vuelcan latinidad (y un guiño a Santana, el mismo día que cumplía años).

La noche avanza; las luces se suman al ambiente funk soul que invita a bailar. Así que Benson decide que hay que elevar aún más la temperatura y suelta Give me the night sobre una base funk, y todo saltó por los aires, el publico se puso en pie, e invadió el foso para bailar. Una retirada rápida y ya en el bis llegó On Broadway, aquel tema de la película All that jazz que lo hizo famoso, con su glamour y su animado ritmo, y se produjo la apoteosis. La estiró como un chicle entre solos de batería, palmas y apretones de manos. Un concierto de jazz convencional de un entertainer nato. Todo sigue igual, y eso era lo que el -en su mayoría- veterano público había ido a buscar.

Le precedió la actuación del trio del saxofonista José Luis Gutiérrez, con un jazz emotivo y cautivador. El músico de Pucela dio muestras de su faceta de showman. Empeñado en una cruzada por rescatar las músicas ibéricas del olvido y fusionarlas con el jazz, es un prodigio de sensibilidad y fuerza expresiva, además de inventor de extraños instrumentos como el vibrantum y el panderidú, y maestro en utilizar los objetos más diversos como instrumentos musicales.

Un joven talento con un lenguaje propio, honesto y profundo. Creador del ´iberjazz´, un género que mezcla música tradicional castellana y jazz y que lo mismo mete improvisación en un bolero que hace un arreglo en un pasodoble, la sorpresa fue constante. Gutierrez es un poeta que se mueve entre la tradición y la modernidad. Viene a ser algo así como mezclar a Coltrane y a Agapito Marazuela o a Sun Ra y Pedro Iturralde.

Gutiérrez empezó con un viaje en barco, arropado por un murmullo de olas, colocando velas y un pájaro en el saxo, desplegando una música tan sensible como ensoñadora que estimulaba la imaginación y que terminó con unas notas de El bolero de Rabel. Quizás fue un error poner un concierto tan sutil para recibir a la gente, mayoritariamente turismo low cost de balneario, que acudía a ver a Benson. «Hay una cosa importante que quiero decir: yo no soy George Benson», proclamó, al tiempo que imploraba al cielo porque el público hablara al menos más bajo.

En Iberian moment interpretaron un bolero con sabor de verbena en la plaza del pueblo; raíces profundas y un tono cinemático extrayendo sonido a todo tipo de insólitos cacharros. «El próximo viaje es a las estrellas», anuncia Gutiérrez, y rocía con un aerosol el escenario en Carrusel. Descalzo, recita aforismos en este espectáculo que tiene mucho de performántico, y tras amplificar el sonido de su corazón acercándose el micro, el grupo despliega una pancarta: ´La única música que llega al corazón es la que sale del corazón. Gracias de corazón´. Se despiden con un viaje en columpio , cantando con falsete sobre la melodía del príncipe azul a ritmo de vals, envolviendo al público en sus juegos y logrando hacerlo cantar. «Nos ha costado un poco arrancar, pero hemos podido con ellos», se despide. Efectivamente, la música que llega al corazón...