Olvido y memoria, publicado con la colaboración Cajamurcia y LA OPINIÓN, está firmado por Juan Bautista Sanz, aunque asegura el autor que no es suyo, sino de cada uno de los personajes que aparecen en el mismo y que han protagonizado algunos de los grandes capítulos de la vida del pintor y cineasta murciano. Artistas, escritores, actores y otros curiosos personajes pasean por la memoria del también escritor.

«El título está inspirado en Invención (memoria y olvido), un texto de Juan Ramón Jiménez que escribió para presentar a Pedro Flores, Luis Garay y Ramón Gaya en París. Lo presenté en el Museo Ramón Gaya de Murcia hace unos días por esta relación y porque de ellos es la fantástica foto de portada, con Flores y Garay vestidos de toreros en un festejo que organizó Solana», explica el autor.

Galerista desde que en 1970 abrió la galería Zero en Murcia, director de documentales culturales y series en Televisión Española y Telemadrid, articulista y ahora encargado del archivo de la Filmoteca Regional, Juan Bautista Sanz ofrece, como dice Santiago Delgado en el prólogo de Olvido y memoria, un testimonio impagable de una época. Impagables las anécdotas con José María Párraga, que darían para un solo libro; la amistad con Gómez Cano -que darán para uno-, las visitas a estudios de numerosos pintores, las madrugadas infinitas, los viajes a Madrid... las cosas que prefiere callar y todo lo que se puede contar de una época en la que el objetivo era, escribe Bautista Sanz en uno de los capítulos, «la búsqueda total de la belleza». Una época pasada que ha dejado cosas en el camino, «seres humanos irremplazables», pero que permanecen en la memoria colectiva de una generación que, dice parafraseando a Serrat, se dedicó a «vivir para vivir».

Olvido y memoria no es exactamente un libro de memorias...

Son cincuenta años de existencia, de ir tomando nota sobre mi relación con las artes plásticas y el cine con personajes tanto de la Región como de Madrid, porque, tras abrir la galería Zero, traía a muchos artistas de allí. Tuve la fortuna de conocer desde muy joven a gente extraordinaria tanto de mi generación como de la generación de mi padre y de todos ellos hablan estos 180 artículos, que ven la luz en el libro sin tocar una línea, sino tal y como fueron publicados en LA OPINIÓN.

De hecho, habla más de esos personajes que de usted mismo...

Es un libro muy coral en el que interviene mucha gente. Tras leerlo, muchos amigos me dicen que recuerdan con precisión las historias que voy narrando en cada capítulo, porque yo mismo lo viví de forma colectiva. Yo sólo lo he escrito, pero hemos sido muchos los que hemos vivido cada una de estas historias.

¿Le dio pudor en su día, y ahora con el libro, sacar a la luz todos estos recuerdos?

Sí que se siente un pudor grande, pero Ángel Montiel [jefe de sección de Opinión de LA OPINIÓN] me lo quitó asegurándome que le iba a gustar mucho a la gente recordar esas historias; es como un cotilleo cercano que me obligó de alguna forma a desnudarme. Ha sido posible porque desde muy joven escribía, sólo para mí, las cosas que vivía. Cada vez que me pasaba algo digno de recordar, lo escribía en papelicos, y por eso pude luego recordarlo todo. Hay un capítulo que habla por ejemplo de la muerte de Gómez Cano. Cuando fui al hospital a despedirme de él tuvimos una conversación algo surrealista, porque él estaba ya muy enfermo. Salí del hospital y con lágrimas en los ojos apunté aquella conversación sentado en un banco de Alfonso X. Ese hábito de anotar, que era ajeno a cualquier interacción pública, me ha servido ahora mucho.

Ha conocido a numerosas personalidades, a personajes ya históricos con los que ha compartido profesión y amistad. ¿Se sentía un privilegiado?

Y me sigo considerando así. Es mi mejor patrimonio. Recuerdo que yo admiraba mucho a un marchante de arte santanderino que a los dieciséis años se escapó de casa y vivió con Solana. Me fascinaba aquella historia. Yo no llegué a escaparme de casa, pero he tenido la suerte de vivir incontables historias y lo que he vivido con todos ellos no lo cambio por nada. No tengo más que esas vivencias que me siguen haciendo feliz.

Estos relatos también demuestran la eclosión cultural que vivió Murcia en los setenta, ¿que pasó en aquella época?

Soy consciente ahora de la importancia que se le da a eso. A veces me quedo con la boca abierta cuando alguien me dice que por qué no vuelvo a abrir la galería Zero [cerró en 1995], me sorprende. Los años sesenta eran un páramo en materia de cultura y de repente afloramos en los setenta. Tras la muerte de Franco empezamos a jugar a ser libres y a hacer todo tipo de actividades culturales. Ahora me satisface enormemente cuando veo en los currículums de autores como Salvador Romera, Ángel Haro, Manuel Barnuevo, Hernansáez o Pedro Cano que su primera exposición fue en Zero. Me enorgullece que mi retina les pudiera servir para comenzar sus trayectorias. Son cosas que me satisfacen a modo personal, porque la vanidad la tenemos todos, y por qué no reconocerlo.

¿Con qué artista o personaje de todos los que ha compartido esas vivencias se quedaría?

Gómez Cano, sin duda. Lo conocí en los años setenta. Vivía en un trastero en Madrid, asustado porque compartía el piso con su pareja sin haberse casado y podía ir a la cárcel. Desde ese momento me entregué a su supervivencia y uní mi supervivencia a la suya. Fueron quince años de amistad que tengo impresos en el alma. Gómez Cano es uno de mis nortes en el arte, Tico Medina en el de la televisión y Medina Bardón en el del cine; y también lo fue mi padre. La suerte que he tenido es contar con un maestro en cada una de las disciplinas a las que me he dedicado; no sé si he salido brillante, pero he contado con grandes pilares en mi vida para intentar serlo. Además de estos cuatro, de todas las personas de las que escribo en este libro lo hago con mirada limpia, sin dejar mal a nadie, porque todos ellos tienen mi afecto y habloacerca de lo mejor de cada uno.

¿Y cuántas historias se han quedado en el 'olvido'? También tendrá anécdotas para olvidar, ¿no?

También. Yo soy de los que repetiría mi vida por parcelas, no como dicen algunos que no cambiarían absolutamente nada. Me arrepiento de muchas cosas porque me he equivocado mucho, pero eso no lo cuento, he preferido centrarme en mi experiencia vital y lo que me hace feliz. También hay capítulos tristes, como cuando estuve sólo junto al féretro de Pedro Flores durante horas hasta que llegó su familia. Pero esa es la vida; en ella también hay tristezas.

¿Y cómo pintaría la vida cultural de la actualidad?

La pintura ha desaparecido, y ese es un hecho que me duele. La pintura española tenía una gran fortaleza y está en paradero desconocido. Hay brotes verdes, pero sólo por la pasión que pone cada uno a nivel individual en pintar un cuadro o escribir un libro; nos desbordamos como podemos a pesar de que no tiene caldo de cultivo a nivel nacional. Sólo hay que ver este libro, que no tiene ningún sello oficial. La pena es que hay un reducto para la pintura que no se representa en ningún sitio, a pesar de que se hacen cosas luminosas. Es una pena que pasados ya dieciséis años del siglo XXI todavía haya que recurrir al siglo XX para demostrar la importancia del arte en España. Picasso, por ejemplo, en Nueva York ya es 'un clásico' y valoran a sus artistas contemporáneos, y aquí sigue siendo nuestro mayor ejemplo sin dar un paso hacia adelante para mostrar la pintura de hoy.