Su muerte, en un vuelo que lo traía desde Montreal, de recoger un reconocimiento a su carrera como actor, hizo romper a España en lágrimas. Paco Rabal (Águilas, 1926- Burdeos, 2001), no era solo ese electricista metido a actor: en él estaban contenidas todas las historias, todos los personajes a los que ´Paquito, el de la Cuesta de Gos´ había dado vida a lo largo de toda una existencia vinculado al cine y a los escenarios. Hoy, 29 de agosto, se cumplen 15 años desde que aquel día, y por un ataque de tos que derivó en una insuficiencia respiratoria, se apagara su llamativa y profunda voz de trueno. Se fue Paco, y con él los fantasmas de Francisco de Goya, don Juan Tenorio, el Che Guevara, y los imaginarios Azarías o el diestro José Álvarez ´Juncal, que le brindó -valga la jerga taurina- una de las actuaciones más importantes de su trayectoria.

Su carrera, la de uno de los más geniales actores de este país, comenzó con una oportunidad que encontró en 1942 para interpretar una pequeña pieza en La rueda de la vida, de Eusebio Fernández Ardavín. Fue su amigo y 'padrino', el académico y poeta Dámaso Alonso el que le envió con una carta de recomendación a los brazos del director del Teatro María Guerrero de Madrid. Comenzó entonces -con no mucha suerte- a encarnar pequeños papeles con los que fue ganando empaque y granjeándose las simpatías del público y de los compañeros de la profesión. Pero fue diez años después, con Muerte de un viajante, cuando se consagró.

Más tarde llegaron otros éxitos, como Edipo o La Vida es Sueño y, desde entonces, una larga lista en la que se acumulan títulos como Viridiana, de Luis Buñuel; Los Santos Inocentes, con la que dejaría una imborrable huella en el papel de Azarías; o Átame, bajo la dirección del cineasta Pedro Almodóvar.

Los premios que cosechó a lo largo de su carrera son un signo inequívoco de su valía sobre las tablas y ante las cámaras. En 1953 recibió la Concha de Plata al mejor actor del Festival de San Sebastián por su trabajo en Hay un camino a la derecha. Treinta y un años más tarde se convirtió en la mejor interpretación masculina de Cannes por Los Santos Inocentes y recibió el Goya al mejor actor por su inolvidable Goya en Burdeos.

«Águilas, su pueblo querido»

Paco amaba el municipio costero de Águilas. Tanto es así que nunca dejó de llevar el pueblo marinero que lo alumbró en el corazón. Lo recordaba su viuda, Asunción Balaguer, a LA OPINIÓN en el décimo aniversario de su muerte: «En todas sus películas sale el nombre de Águilas o de Murcia. Siempre tenía que tener en su camerino alguna postal o alguna foto de su tierra; era algo que no le podía faltar nunca».

Balaguer, compañera inseparable de Rabal, recordaba hace cinco años a Paco como «un hombre generoso y muy bueno; un pelín sinvergüenza, pero muy leal». Evocaba la también actriz que su amor por el intérprete nació en un rodaje, tras invitarla a bailar: «A los pocos días me enamoré de él», comentaba emocionada, a la vez que agradecía a Murcia «todos los homenajes que le han hecho» a su marido.