Dice Juan Mayorga, autor y director de Reikiavik, que esta es una obra sobre la Guerra Fría, sobre el comunismo, sobre el capitalismo, sobre el ajedrez, sobre el juego teatral y sobre hombres que viven las vidas de otros. Y es una obra sobre seres «que me son más misteriosos cuanto más de cerca los miro», como le pasará al espectador. Para Daniel Albaladejo, (Cartagena, 1971) es toda una oportunidad meterse en la piel de un hombre que juega a jugar al ajedrez, y en la de un hombre que un día fue un símbolo del comunismo, y en la de una madre, la de Fischer, y en la de otros muchos personajes. Es, dice, «una locura fantástica» que comparte con César Saranchu y Elena Rayos y con la que llegará «cargado de energía» al Teatro Valle-Inclán de Madrid el miércoles, donde estarán hasta el 1 de noviembre.

Reikiavik parece puro teatro...Reikiavik

Sí, tiene el aliciente de que jugamos a recrear esa historia increíble, maravillosa y dramática que sucedió allí entre Fischer y Spassky... Es teatro dentro del teatro. Son dos personas, Bailén y Waterloo -nombres de las derrotas napoleónicas- que juegan al ajedrez recreando aquella partida en Reikiavik, pero que además asumen varios roles y representan también a miembros del equipo de uno y otro jugador; y luego está el muchacho, que ofrecería la visión del espectador. Yo diría que es teatro, dentro del teatro, dentro del teatro.

Interpreta varios personajes, ¿es muy complicado?

Yo soy Bailén, pero también juego a ser Spassky y todo el equipo de Fischer, su madre, los espías soviéticos y americanos; interpretamos a Kissinger, recordamos a Stalin... Porque la obra también refleja la tensión geopolítica de la Guerra Fría y su contexto. Nosotros jugamos a ser todos y, en realidad, el trasfondo de Reikiavik es ese, vivir la vida de los otros, querer ser otra cosa y, aunque sea imposible,poder jugar a serlo.

¿Como juegan los actores?

Es un juego maravilloso; interpretar es una pasión y esta oportunidad de hacer hasta tres personajes en un solo párrafo es apasionante. Interactúo con uno y con otro y entrar en ´ese sitio´ es una locura fantástica para un actor. Pero es una locura con sentido; el código es muy sencillo para el espectador. Es como ver a los niños jugar a indios y vaqueros, a ser Messi y Ronaldo... al final te lo acabas creyendo.

Un código sencillo, pero Mayorga apela a la inteligencia del espectador, que tiene su parte fundamental, ¿no?

Si se puede resaltar algo es que es una obra para el espectador de teatro, tanto, que un asistente en Bilbao nos dio las gracias por tratarlo como tal y no dárselo todo hecho. Estaba orgulloso de entender la obra y poder aportarle su propia visión. En este caso, volvió al día siguiente y se dio cuenta, además, de que ninguna función es igual a otra, porque hay pequeñas dosis de improvisación, ya que cada día descubrimos cosas nuevas de los personajes... Para nosotros es todo un orgullo, es fantástico que alguien diga, curiosamente, que se ha sentido tratado espectador de teatro.

Juan Mayorga aseguraba que no sabía cómo subir su propio texto a escena y por eso decidió dirigirla, ¿se ha ´peleado´ mucho consigo mismo en los ensayos?

En todas las obras llega un momento en el que el director se impone al autor; en este caso hablaban ´los dos mayorgas´ y ha sido muy liberador, porque además nos ha dejado aportar cosas. Yo tenía la experiencia con él de La lengua en pedazos. Es un director muy honesto, quiere ver lo que quiere ver y con Reikiavik lo tenía claro. Es cierto que si la lees parece imposible subirla a escena, pero lo ha conseguido y con tres actores, en lugar de con los dieciocho personajes del texto. Eso son retos que me encantan, interpretar nueve personajes es un pulso para un actor.

¿El público tiene que entender el juego del ajedrez?

No, no, de hecho hay algunos movimientos inventados... Nosotros jugamos sin tablero, porque como dicen los grandes jugadores, para jugar no hace falta tablero, sólo memoria e imaginación.

¿Juega al ajedrez?

De pequeño me gustaba mucho y, de hecho, llegué a participar en El Corte Inglés en un campeonato con un maestro polaco al que fuimos como doscientos niños.

¿Y no le dio nostalgia cuando le propuso Mayorga hacer esta obra?

Sí me vino a la mente, pero se siente más nostalgia al pensar en la historia de Spassky y Fischer, porque recuerdo que me fascinaba. Preparando los personajes me ha impresionado ver cómo acabaron, dos hombres que fueron estrellas en sus respectivos países y acabaron siendo dos hombres sin patria... Reikiavik es y fue mucho más que ajedrez, es la Guerra Fría, el amor, la relación de dos personas...

¿Ha cambiado mucho el mundo desde 1972?

El mundo no ha cambiado nada... sigue habiendo dos bloques muy potentes que imponen sus intereses. Lo de los refugiados sirios ahora es un ejemplo dramático. La Unión Europea habla de cifras, a Estados Unidos no le interesa entrar y parece que ya da igual lo que diga Naciones Unidas. Al final es cierta la definición de historia de que es ´una sucesión sucesiva de sucesos sucedidos sucesivamente´. Mientras los intereses sean económicos, siempre tendremos guerras frías.

¿Y nosotros somos los peones?

Sí, pero no hay que olvidar que el peón es a veces el que da el mate, ni el alfil ni la reina... Siempre habrá un peón que se rebele, porque somos peones de una mente que no sabe jugar al ajedrez.

¿Da miedo en esta profesión ser olvidado, como sucedió con los protagonistas de esta historia, o no se piensa?

Siempre quieres que tu último trabajo quede en la memoria colectiva para que quieran volver a verte y en la individual para que te llamen. Pero ha llegado un momento en el que estoy haciendo teatro con la gente que quiero. He tenido fortuna, suerte o he elegido un camino en el que he encontrado gente tan interesante como Eduardo Vasco [ha trabajado con él en Otelo, Noche de reyes, entre otros] o las obras del Centro Dramático Nacional. También con las compañías privadas he descubierto que hay directores que quieren actores determinados y te sientes elegido. Que te llame Mayorga, que todo lo que he leído suyo me parece maravilloso, es como si a un actor del Siglo de Oro le llama Lope de Vega. Lo estoy disfrutando mucho y quiero que no acabe, que la pasión por el teatro me lleve a eso. Me encanta el audiovisual, pero he descubierto que el teatro me apasiona. También he tenido mis crisis y he pasado por momentos de no querer hacer teatro, pero en este momento, no sé si será la edad [risas], el teatro me está dando cosas increíbles...

¿Por ejemplo?

Pues el hecho de reencontrarme en Reikiavik con César Saracho después de Camera Café. Él ha estado en compañías europeas, regresa a Madrid y volvemos a trabajar juntos. También Elena Rayos, que es una gran profesional... Los compañeros es una de las grandes cosas que te da el teatro.

¿Y una de las malas sigue siendo el 21% del IVA cultural?

Siempre sale el tema, pero es que es algo inasumible y complicado para todos. Es una losa de hormigón para la cultura, para los que trabajamos y para los que la consumen. Ya no es el director o actor de turno el que se queja, es que es una losa para toda la sociedad. Lo que me gustaría realmente es que alguien me explicara por qué el 21% para las actividades culturales. Hablábamos antes de bloques, España tiene su propio bloque al margen de los países de la Unión Europea, que tienen un IVA mucho más reducido, porque saben que la cultura es buena para el desarrollo de un país. Están acabando con el cine, porque no podemos subsistir con dos producciones, con películas cada vez más comerciales. Llevamos así cuatro años y seguimos aguantando; pero siguen sin explicármelo. Alguien, antes o después, rectificará.

¿Vendrán de gira a la Región de Murcia?

Estamos pendientes y cerrando plazas. Para mí ir a Murcia es como jugar una final de Champions en el Bernabéu o el Camp Nou; de verdad que es como actuar en el Madison Square Garden. Sé que ahora están en proceso de cambio para buscar un programador único para los teatros de la ciudad, pero espero poder ir con Reikiavik y dejar un pedacito de mí allí.