Lugar: Galería AB9 (Calle Andrés Baquero, 9, Murcia)

Fecha y hora: Hoy, 19.30 horas.

Trabajaba en una fábrica cuando le llegó el éxito con la primera novela que publicó, Fin. Después llegaron otras que tenía en el cajón y ahora llega una nueva obra de David Monteagudo (Viveiro, Lugo, 1961), escritor tardío, como él dice, que vuelve a mantenter en vilo al lector.

Ayer participó en los actos del décimo aniversario del Premio Mandarache, ¿qué recuerda de su paso por el certamen?

Fue muy agradable, las dos veces que estuve en Cartagena me sentí muy bien tratado, sobre todo, porque hay algunos técnicos en Cultura que hacen las cosas con auténtica pasión y no como meros funcionarios; se notaba mucha complicidad con los invitados y otras personalidades del mundo de la cultura y eso creó para los que asistimos un ambiente muy cálido.

Usted ganó con Fin, una novela que le llevó al éxito. ¿Cómo recuerda con la perspectiva que da el paso del tiempo aquel éxito del libro?

Pues sucede que descubres su auténtico valor cuando ya lo has perdido. Yo era alguien ajeno al mundo literario, trabajaba en una fábrica y todo era nuevo para mí, por lo que viví el éxito y los premios con naturalidad, como si fuera algo que me correspondía... Y después, con mis siguientes libros, ya no he vivido ese fenómeno; han tenido buenas críticas, pero no tanta atención mediática, por lo que ves lo que aquello significaba. Tengo claro que mi ambición es estrictamente literaria, que mis libros tenga calidad y permanezcan con el paso del tiempo. Y he continuado publicando buenos libros de los que no me puedo avergonzar.

Presenta en Murcia Invasión, háblenos de este personaje que ve gigantes...

Es un libro que, como casi todos los míos, permite al lector tener interpretaciones diferentes porque tiene varias lecturas. Me gusta moverme en esa ambigüedad. El protagonista se mueve en un ambiente cotidiano y reconocible de una pequeña ciudad donde le empiezan a ocurrir cosas raras. Que el lector sepa, sólo esa persona puede ver personas de una talla desmesurada y nadie se da cuenta, por lo que hay dos posibilidades: que se trate de una conspiración terrible a la que él es inmune o que se trate de un trastorno mental. Conforme avanza la novela, el personaje vive un gran conflicto consigo mismo... Es muy interesante. Los lectores me han dicho que es adictiva.

¿Sigue manteniendo el pesimismo que le atribuía a novelas como Fin?

La novela tiene una lectura en clave existencial muy fuerte, sobre el ser humano que se siente extraño en el mundo, diferente. Si me pidieran un resumen, hablaría de las dificultades que existen hoy en día para mantener un pensamiento individual en un mundo que tiende a un pensamiento único. Pero es un libro divertido con muchas dosis de humor.

¿El mundo se ha vuelto loco, como se pregunta su protagonista?

Sí que vivimos un momento en el que nos quieren hacer comulgar con ciertas ruedas de molino, hay poderes que quieren que nos creamos que son blancas. De algún modo el mundo se ha vuelto loco, pero aún hay individuos que conservan la lucidez y que quieren decir que las ruedas son negras, aunque a muchos eso no les interese escucharlo.

¿Disfruta con la escritura?

No soy de esos escritores que aseguran que se lo pasan muy bien escribiendo. Para mí es un trabajo arduo; hay que batallar con el lenguaje día a día... Pero el resultado siempre satisface, el placer estético cuando consigues una obra armoniosa, una obra de arte. En este caso he utilizado un lenguaje sencillo, pero muy cuidado, intentando que sea armónico, y para ello conlleva un trabajo artesanal que es muy gratificante. Con cada novela intento plantar cara al olvido y dejar algo que permanezca; creo que voy por el buen camino.

¿Y con la lectura?

Creo que de alguna manera todo escritor es un lector frustrado o malogrado. La actividad literaria más noble es la de ser lector. Cuando empiezas a escribir, de repente estás en el otro lado.