Doble cartel de lujo con dos de los grupos más en forma y solventes de la bulliciosa escena murciana: Los Marañones y Antonio Cassinello Rock and Roll Trío. Ambos presentando disco en un marco excepcional: el Teatro Circo, otro escenario importante que se abre definitivamente a nuestros músicos. Carismáticos, pasionales y elegantes, son capaces de todo con sus instrumentos. Resultan ser bandas que se engrandecen al pisar las tablas y ponen clase y alma a sus actuaciones.

El rock and roll ha sabido mantenerse en pie durante más de seis décadas, sobreponiéndose con integridad y fe ciega a las desventuras de todo estilo musical: sobreexposición, desprecio, intrusismo etc. Y ahí tienen a Antonio Cassinello, m sico con pedigrí, y su Rock and Roll Trío al modo del trío de Johnny Burnette, con músicos (Javi Toral, Mangas, Jesús Maltés) que entroncan con la mejor tradición del género desde los tiempos de Los Hurones y Los Tigres; casi treinta años de entrega a un estilo. Ellos han vivido sus días de vino y rosas, surcaron las olas de la popularidad con el revival de los 80, pero también sufrieron el estancamiento tras la desaparición de Jota Cassinello (al que no cuesta reconocer como gran músico y autor). Pero es algo que llevan en la sangre (Antonio es sobrino del malogrado Jota); han renacido de sus cenizas, no como una banda de omental a Los Hurones, si acaso al género, al que profesan una devoción y un respeto admirables. Así lo corroboró su paso por el Teatro Circo, donde estrenaron nuevo disco, Hipnotizado, rodeados de amplificadores y atrezzo vintage: unas radios y gramolas (en las que destacaba una portada de un 'disco Fundador').

No serán los mozalbetes de antes, pero sí un combo alocadamente entrañable. Agarraron su repertorio más reciente y nos deleitaron con canciones y voces, una música trufada de soul, r'n'r, country, swing, un toque latino, potente, y enérgico rockabilly. Lo bordaron con los completos, dinámicos y espectaculares vientos del saxofonista en un viaje de regreso a las esencias, con canciones que miran directamente a los ojos de los clásicos (esa intro y coros a lo Sam Cooke de Hechizado) como sus adorados Stray Cats, homenajean a Los Hurones en versiones como Cadillac, Luci dice siempre que no, adaptan con acierto Smoke de Comander Cody, y a Los Rodríguez, con esa rumbita, Mi derrota. Momento para evocar tiempos mejores en que los Cadillacs eran de color de rosa, las chicas lucían jerseys de angora, y Wolfman Jack reinaba en las ondas. Comúnmente olvidamos que el rock and roll es básicamente un entretenimiento, una forma de comunicación, una exaltación de los sentimientos y de las emociones más primarias. Los Marañones, llenos de energía, ilusión y buenas canciones, dieron una soberbia lección de cómo conectar e interactuar con el público mediante canciones que conectan rock, folk, country, western swing, pop y hasta ska. Sus canciones, su música, su mensaje, les han trascendido en vida. Siguen siendo baluarte para el rock que nunca muere, y si muere resucita.

Hay Marañones para todos los gustos, pero una sola voz, la de Miguel Bañón, encarnando a ese cantante que se conoce demasiado bien a sí mismo, excelente guitarrista, que sabe de sus contradicciones y ambivalencias, barajando nostalgia y humor.

Su repaso a este último disco poblado de canciones nuevas pero compuestas hace años (muchas provienen de la etapa de Shangri-lá) comenzó con una balada, Luna de abril, Para decir adiós, y La hora de la revolución, intercalando algunas canciones de otros discos como LuciSaluda al tren, con algunos guiños a Traffic, Beatles, Kinks, Buffalo Springfield (El hombre del melón), aproximaciones a Bowie (Cruzando las galaxias), incluso a Antonio Vega (Carretera al sur, con la que se despidieron para regresar con El final, de los tiempos de Quiero bailar agarrao).

Total, que nos pasamos todo el concierto, el de ambos grupos, con una sonrisa de felicidad en la cara, con calambres en los pies por no poder dejar de seguir el ritmo y advirtiendo cómo se desbordaba peligrosamente el torrente sanguíneo en ese frenético cierre psicodélico a lo Cream (Volando al fin) con el que se despidieron los Marañones. Enorme concierto, enorme. Los Marañones han volado casi un cuarto de siglo y siguen aquí. Esta es una historia sin final.