No sabe muy bien Paco López Mengual qué ha escrito. «Es una novela ambientada en la Guerra Civil pero no es histórica, no es bélica ni tampoco política... Hay quien dice que es de aventuras, que recuerda a Tom Sawyer, aunque la verdad es que yo lo que quería era escribir una historia de amor; quería contar una historia romántica, pero se me ha ido la mano», cuenta el molinense.

El último barco a América (TH Novela) es la tercera novela de este mercero que un día sorprendió a sus clientes al publicar La memoria del barro. De momento no piensa en abandonar el mostrador –«tengo que pagar la hipoteca, la Universidad de mi hija...»–, así que dice ser una especie de doctor Jekyll y míster Hyde: «Durante el día soy el afable tendero de la esquina y, por la noche, en mi despacho, enciendo el ordenador y me lanzo al teclado».

Asegura que nunca escribió, «ni tenía intención», hasta que se acercó a los cuarenta –«quizá fue para superar la crisis», reflexiona–, aunque ha sido siempre un ávido lector. Un día, sin embargo, se sentó ante el ordenador y empezó a contar una historia que precisamente nació en su mercería, cuando un cliente le enseñó una cabeza de Niño Jesús que acababan de restaurar.

En esta ocasión, López Mengual ambienta su libro en un momento histórico que le apasiona: la Guerra Civil. «Debí de ser un niño muy friki, porque a los 13 años me gasté la paga en comprarme una enciclopedia sobre la Guerra Civil del inglés Hugh Thomas... ¡y me leí los ocho tomos! Ahora me hubieran llevado al psicólogo», cuenta riendo.

Es un tema que le apasiona pero siempre tuvo claro que «se ha escrito tanto sobre él, que tenía que enfrentarme a la historia desde otro punto de vista»; y lo hizo a través de un adolescente que tiene una mirada mágica de esa España llena de miseria, que es escéptico con los dos bandos y que quiere emigrar a América». Sin embargo, y como siempre ocurre, el amor aparece y le trastoca todos los planes.

Las aventuras de Marcial comenzaron a gestarse en su cabeza después de ver El laberinto del fauno –«estuve días dándole vueltas», recuerda– y al escuchar «el testimonio impactante de un pastor que contaba que sabía dónde había una fosa de la Guerra Civil y que jamás pisaba la tierra porque temía que surgiera una mano de la tierra y que lo agarrara». Convencido de que mezclar guerra y fantasía podía ser «un cóctel literario de primer orden», el escritor molinense decidió «ofrecer una mirada mágica sobre la realidad», algo habitual en nuestro día a día, porque –añade– «no hace falta ir a Macondo para ver ese lado fantástico. Yo vendo escapularios para combatir el mal de ojo a los bebés, y encendemos velones para que gane nuestro equipo de fútbol o para que el niño apruebe».

Le añadió también a su obra unas gotas del «surrealismo, la socarronería y el humor incluso hiriente» de algunos autores del siglo XX como Mihura o Wenceslao Fernández Flórez y de las películas de Berlanga y Azcona. De hecho, el autor ha querido, al igual que hizo la pareja de cineasta y guionista en El verdugo, «quitar dramatismo a un tema serio pero, al mismo tiempo, hacer una crítica feroz»; en este caso «a tantos fusilamientos sin juicio como hubo».

En el libro, a Marcial se le aparecen los espectros de 11 fusilados. Muertos «mucho más entrañables que los de la tradición americana, más de andar por casa», que no descansan en paz. A juicio de López Mengual, «los muertos que no están en el cementerio siguen merodeando por aquí; están mejor en un nicho, con su foto, flores...». Y recuerda con cierta vergüenza que «España es el único país europeo donde quedan cadáveres en las cunetas». A este respecto, cree que el problema de la Ley de Memoria Histórica es que «se ha politizado todo en exceso, como siempre; y, además, es que no se puede ver una guerra que acabó hace 75 años con los ojos de hoy».