Pintor. Artista apasionado, exigente, inquieto y curioso -«he metido las narices en todo», confiesa-, José María Falgas (Murcia, 1929) ha decidido saldar la ‘deuda’ que tenía con Murcia de la única manera que sabe: con su arte. Por eso, a la ciudad que le vio nacer y que, entre otras muchas cosas, tiene una hermosa placita con su nombre, ha decidido donar un centenar de piezas que se expondrán a finales de mes en el Palacio Almudí.

Ha anunciado la donación al ayuntamiento de Murcia de un centenar de sus obras, ¿qué le llevó a tomar esta decisión?

Llega un momento en el que empiezas a reflexionar sobre tu vida profesional, sobre tu actividad, sobre los lugares en los que has recibido inspiración... Un momento en el que piensas que te gustaría que quedara de ti una imagen lo más cercana posible a la realidad. Y esta donación es, en ese sentido, un poco testamentaria; ya que me gustaría que quedara alguna presencia mía cuando ya no esté. Que no quede un mal recuerdo.

¿Se sentía de algún modo en deuda con la ciudad?

El Ayuntamiento puso mi nombre a una placita preciosa, donde nací; y ya entonces prometí corresponder, algo que hago de la única manera que puedo. Murcia es la ciudad que me vio nacer, que me ha apoyado, donde tengo infinidad de amigos y que es escenario de mis mejores recuerdos... Así que esta donación, que espero que sea más amplia aún, me hace sentir la satisfacción de haber correspondido, de haber devuelto algo de lo que Murcia me ha dado.

Paisajes, bodegones, retratos... habrá obras de todo tipo, ¿no?

Sí, hay obras de varios temas... y muchos dibujos, que es una de las asignaturas más duras y difíciles que hay, lo que hace al artista tener disciplina. El dibujo es fundamental porque es la base, es como para un músico el conocimiento de su instrumento; te da memoria, visión... y a partir de ahí puedes acceder a diferentes técnicas. También hay entre las obras donadas una fuerte representación de paisajes murcianos, variadísimos; y retratos entre los que se encuentran algunos de personajes históricos murcianos como Vicente Medina, por ejemplo.

Ha tenido que mirar atrás para seleccionar las obras, ¿está orgulloso de lo que ha conseguido?

Estoy satisfecho en la medida en que he hecho lo que quería, pero creo que el mejor cuadro aún no lo he pintado. El orgullo es otra cosa... Yo estoy satisfecho porque he podido dedicarme al arte y, además, me he sentido escuchado, ha gustado lo que he hecho. Sé que hay un montón de cuadros míos en las casas de los murcianos, y eso es maravilloso.

¿Se imagina su vida si el arte no se hubiera cruzado en su camino?

El arte es una inclinación natural en mí. Es mi trabajo, mi ocio y mi vicio, y siempre estoy probando cosas nuevas. Mi madre guardó ya algunos dibujos que yo hice con cuatro años, que no eran nada, sólo unos ‘palotes’, pero que ya manifestaban esa inclinación. No he hecho otra cosa en la vida. Y si no hubiese sido pintor... no sé, me hubiera gustado dedicarme a algo relacionado con el amor que tengo por la naturaleza.

Se refería antes a su inquietud como artista, ¿sigue deseoso de empezar nuevos caminos?

Soy un artista que se ha planteado un gran número de retos. En la obra de un pintor suele haber una constante y en mi caso los temas son muy diversos, hay cuadros que, si no los firmara, ni mi familia sabría que son míos. Me gusta ensayar y soy muy curioso... he metido las narices en todo. Pero sin olvidar nunca que el arte es comunicación, que tiene que ser un lenguaje sencillo. Esa es la filosofía de mi realismo personal.

Usted que es un artista con gran autocrítica... ¿la echa de menos en los nuevos creadores?

Hay gente de todo tipo. Yo es que dudo con frecuencia si estoy o no en lo cierto, pero hay gente con más capacidad para improvisar y para despreocuparse. También es cierto que hay manifestaciones que exigen más filosofía o cuidado y otras, como las artes decorativas, que no. Aun así, yo siempre estoy muy atento a las nuevas corrientes contemporáneas, aunque algunas cosas sean disparatadas. Pero ser joven -y yo a pesar de mi edad lo soy, ¿eh?- tiene una cosa extraordinaria que es la audacia, el riesgo, que sólo lo asume la gente valiente. Y de ahí siempre sale algo bueno.

Hablaba también de sus paisajes, ¿hay algún rincón que no pueda dejar de pintar?

La ventaja de los paisajes es que un simple cambio de luz los hace distintos, crea otra fisonomía. Para mí también cuenta la leyenda del sitio, su historia... la catedral, por ejemplo, me la sé de memoria. Y también pinto mucho la zona del Convento de la Luz, la Fuensanta...

Siempre destacan de usted, además de sus paisajes , su gran calidad como retratista. ¿Qué debe tener un pintor para hacer buenos retratos?

Tiene que ser un psicólogo natural. Cuando haces un retrato tienes delante a una persona a la que estás mirando descaradamente, y tienes que saber que cada persona es un mundo... el ser humano es un mundo. Por eso el artista tiene que tener una disposición natural para lo psicológico, porque detrás de cada gesto hay un carácter que descubrir y que trasladar al cuadro para darle vida. Un retrato, o está vivo y profundiza en la persona o no sirve de nada; sólo así es una obra de arte.