­La despedida de Julito Bullón ha sido especialmente triste y dolorosa, porque Julito era algo más que un buen amigo, era un hombre genial, inteligente, rápido, divertido y certero. Julito era el lazo enorme que unía a un gran grupo de parroquianos que solíamos juntarnos en El Cañí, capilla sixtina de la buena música y el humo denso en la castiza calle Santiago de Madrid.

Junto a sus dibujos en las paredes, las fotos de Camarón, de Silvio y Sacramento, carteles de toros, y otro montón de recuerdos, literatos, pintores, músicos, actores y gentes de la peor cala ña peregrinábamos allí de noche en busca de la bendición de Julito en forma de ron cubano. Su sonrisa, sus canciones, sus divertidas historias han sido durante más de veinte años para todos nosotros un soplo de felicidad. En su día, por su vinculación a Murcia recibió el Premio Café Continental.

En su despedida en el cementerio de la Almudena los muchos amigos que allí estábamos, entre ellos todos los integrantes de Los Lamentables, grupo musical que Julio creó, cantamos una de sus canciones, La Habanera de Madrid.

Madrid es un puerto seco.

Donde de noche recalan

Todos los barcos fantasmas

Que nunca vieron el mar.

Y al faro de la Moncloa

Acuden los bucaneros

Piratas filibusteros

A punto de naufragar.

Desde la Virgen del Puerto

Van hacia el Mar de Cristal

Navegando haciendo eses

Esquivando el temporal.

Y cuando va a amanecer

Y la resaca me lleva

El canto de las gaviotas

Suena a canción marinera.

Y el canto de las sirenas

(nina, nina)

Que no para de sonar

Y Neptuno se pregunta

«Ay, que hago tan lejos del mar

Que hago tan lejos del mar

Que hago tan lejos del mar».

Al finalizar, entre suspiros sentidos y abrazos con Elisa, a quien tanto quería, el cielo de Madrid se unió a nuestro dolor en forma de lluvia dejando caer desde lo alto, siempre un poco más alto que el resto de los cielos, lágrimas de pena. Ahora tengo claro que Madrid sin Julio Bullón, para nosotros, nunca será lo mismo.

Para su despedida, Julio nos dejó un breve texto, escrito en abril del 2010:

La última palabra

Nunca fui nadie, salvo para mi familia y mis amigos, Me sentía vivo con el sonido de la música y un par de lapiceros. La felicidad era una pantalla de momentos, como flases de películas de las de doble sesión. El bicho se coló en mi cuerpo cuando a mí me parecía que el horizonte era una invitación para atravesar las incógnitas. Al principio tuve ganas de dejarme ir, pero decidí luchar. Por mis hijos, para que supieran que no hay que rendirse, por mi familia, llena de mujeres de bocas bonitas que me llamaban a la vida, y por un buen montón de amigos a los que había dado mil días de risas y canciones.

Las semanas me pasaron por encima como maremotos. Mi cuerpo se convirtió en la sombra de mí mismo, pero seguí luchando. A veces, de mi pelo negro sólo quedaba una sombra incipiente en mi cabeza y de mi cuerpo, un leve junco. Las noches eran una tortura de minutos y los amaneceres, blancos hospitales de blancas sábanas.

Reía a carcajadas para que nadie escuchara a los cuervos que anidaban bajo mis axilas. Sólo yo sabía la verdad. Los otros podían intuirla, pero a mí me habitaba como ecos en el vacío de la carne. Lo que antes era esperanza, se iba deshaciendo como una escultura de arena lamida por las olas.

Cuando leáis estas letras me habré ido. Seré apenas un recuerdo en vuestro gesto cotidiano. Sé que no habré encontrado ni infierno ni paraíso. Me habitará la nada, esa nada que sólo tendrá sentido en la memoria de los míos. Seguiré siendo mientras forme parte de vosotros. La vida es un destello de amor flotando en el universo y mi esencia vive en cada uno de vosotros cuando parpadeáis. La luz, la luz y una canción y regresaré como un beso atravesando el infinito.

Julio Bullón.