El parto de los montes ortográficos no ha sido un ratón de 162 páginas, como el texto de 1999 por el que nos regíamos hasta ahora, sino un tomazo con más de 700 que los académicos, coordinados por el asturiano Salvador Gutiérrez Ordóñez, han sacado a la luz como despedida del mandato al frente de la RAE (Real Academia Española) de Víctor García de la Concha.

Precedida de una notable polémica que se basó en que a la ´i griega´ se la pasase a llamar ´ye´, en la desaparición de las tildes de ´solo´, de los pronombres demostrativos y de las palabras ´guion´ y ´truhan´, la nueva norma que regirá nuestra ortografía ha resultado ser un tratado tan complejo como excitante para el curioso, tan difícil como casi inasequible en su totalidad para el público en general.

Las «informaciones adicionales», las «advertencias» y las «notas orientadoras» que acompañan al texto base llenan el conjunto de salvedades tantas que es preciso hilar muy fino, pero que muy fino, para no cometer faltas de ortografía, para no incurrir en el error si a uno le buscan las cosquillas.

Ahí van algunos ejemplos: si a usted, lector, le pidiesen alfabetizar –con el significado de «ordenar alfabéticamente»– los apellidos Gómez-Ferrer Lozano, Gómez Villas y Gomis del Moral, ¿lo haría en el orden que acabo de escribir? (la solución, en la página 639). Si le pidiesen escribir ´chií´ y ´chiíta´, ¿conservaría la ´í´ con su tilde, que indica hiato, en los dos casos, sólo en uno, en ninguno? (páginas 238-239). ¿Tacharemos ´wiski´ por no haberse usado ´whiski´ o incluso ´güisqui´? (86-87). Por último, ¿lo estoy haciendo bien al abreviar la palabra ´páginas´ mediante la forma ´págs.´ o, por el contrario, debería haber escrito ´ps.´, ´pp.´ o simplemente ´p.´? (573-574). No lo han puesto fácil los académicos, no señor.

La obra editada por la RAE se divide en dos partes, precedidas de una introducción estupenda sobre el porqué y sobre las virtudes de las normas ortográficas. Se describe y normativiza el sistema ortográfico del español en la primera de ellas. Es la parte que se dedica al uso de los signos ortográficos, de las tildes, de las mayúsculas y minúsculas, de las unidades léxicas, ´a donde´ y ´adonde´, ´por qué´ y ´porque´, las abreviaturas... es la parte, en definitiva, que se va a leer más y que contiene lo básico, aunque no es elemental sino un tanto ardua.

La segunda se ciñe a las expresiones que plantean dificultades: las procedentes de otras lenguas, los nombres propios y los números. Es la parte en que hay que hincar los codos. Por fin, unos apéndices que listan las abreviaturas, los símbolos... y hasta los países y capitales con sus gentilicios, lo cual no se sabe muy bien qué pintan en un tratado de ortografía, pero que informan, claro está.

Me gustan en especial tres cosas de esta Ortografía. En primer lugar, las introducciones de cada capítulo, una especie de historia de la ortografía, con divertidas explicaciones de cuando se escribía sin hueco en blanco entre las palabras, sin tildes, todo con mayúsculas...

En segundo lugar, el modo de representar gráficamente los fonemas, esas entidades abstractas, inmateriales, que no son lo mismo que los sonidos, pues del mismo modo que nadie ha conocido y tratado al ´ser humano´ en general sino a ´seres humanos´ en particular, todos los hablantes emitimos sonidos que son variantes personales o geográficas o culturales de los cinco fonemas vocálicos y los diecinueve consonánticos con que contamos.

Hay, por ejemplo, un solo fonema /b/, pero no suena siempre igual, aunque no seamos conscientes de ello, en [lóba] que en [bóbo]. Los corchetes que acabo de escribir se usan en la obra para representar la pronunciación de las palabras del modo en que un español las usaría sin que le fuere menester contar con conocimientos lingüísticos para hacerlo.

Es decir, se prescinde de sistemas internacionales propios de especialistas y se escribe la pronunciación –con tilde sobre la vocal tónica– para que cualquiera la entienda. Por último, lo bien razonado que viene todo, esa huida del capricho, de lo arbitrario en ortografía.

Sin embargo, ¿quién resistiría ahora mismo una prueba ortográfica rebuscada, sea profesor, sea alumno, sea ciudadano de a pie, no digamos los políticos? Muy pocos. ¿Se nos dará un tiempo libre a los profesores para que estudiemos, resumamos y podamos aplicar las nuevas normas, o se dejará que nos busquemos la vida como podamos, igual que siempre, durante esas enormes vacaciones ociosas que se nos suponen, aplicándonos en las 745 páginas de la nueva Ortografía, de letra pequeñísima y de enjundia normativa en cada párrafo... ¿´Trostky´ o ´Trostki´? ¿´Gays´ o ´gais´? ¿´Sabiondo´ o ´sabihondo´? ¿´CDs´ o ´CD´? ¿´Adecue´ o ´adecúe´? ¿Debe escribirse coma tras el ´pero´ que titula este artículo? A estudiar toca... ¿o será ´tocan´?