Ha fallecido mi hermana Mari Carmen. Hija del médico Casimiro Bonmatí Azorín y de Adelina Limorte Mira, María del Carmen Bonmatí Limorte nació en Cartagena, donde realizó los estudios primarios y cursó el bachillerato. En la Universidad de Murcia cursó la carrera de Ciencias Químicas. Fue Premio Extraordinario de Doctorado. Publicó trabajos, asistió a congresos y jornadas y permaneció dos años en el Instituto Max Planck de Munich.

Ha sido profesora titular de Química Orgánica y de Química Orgánica Biológica de la Facultad de Química de la Universidad de Murcia, y en el momento de su fallecimiento era Profesora Emérita Honoraria.

Se dedicó en cuerpo y alma a la docencia, a la Universidad, y a lo largo del ejercicio de esta profesión, que en ella era, casi más una vocación, se ganó el aprecio, y bien lo pude comprobar a lo largo de la tarde de dos estos días de colegas y compañeros. Por su profesionalidad, su preparación, su honestidad y su entrega. Y por su trato amable, cercano, cariñoso con todos. E, igualmente, la estima de los alumnos, por ese trato, por el interés en las clases, por su deseo de ayudar y por su disponibilidad, incluso fuera de horario, sin límite de cansancio ni de tiempo.

Su tendencia inevitable a ayudar a los demás la percibían todas las personas que la trataron de cerca, las de la familia en primer lugar, que saben de su abnegación, su desprendimiento, su entrega y de la naturalidad y renuncia con las que mostraba estas cualidades. Y siempre con amabilidad, con la sonrisa en los labios. Una sonrisa, un interesarse por los demás, que se mantuvieron hasta el último instante, cuando ya no se podía mover, ni casi hablar.

Le gustaba la música, y siempre que su trabajo y su entrega se lo permitían, que no era en muchas ocasiones, acudía a conciertos. Hace meses salió encantada de uno en el órgano Merklin, ya restaurado, de la Catedral, y deseando que se programaran más en ese espléndido instrumento. Hace dos días comenzaba un ciclo de conciertos, al primero de los cuales ya no pudo asistir. La enfermedad que se le diagnosticó hace cinco meses la había colocado ya en un estado crítico. Asistí al concierto emocionalmente embargado y sobrecogido. Y en esa situación anímica escribí la crítica, que terminé sin saber casi lo que escribía, pues, ya en las últimas líneas, mi mujer y mi hija, me reclamaron desde el hospital, comunicándome el fallecimiento.

Miembro de la Institución Teresiana, era persona, además de bondadosa, de fe profunda, de creencias firmes. Y la música parece que ha sido providencial al respecto. Tras el concierto, mi buen amigo Alfonso Guillamón, canónigo de la Catedral, organista titular de la misma, me invitó a que cenáramos juntos. Le dije que dado lo afectado que me encontraba, y lo afectadas que estaban mi mujer y mi hija prefería ir a casa a estar con ellas. Me preguntó en qué hospital estaba mi hermana y nos despedimos. Cuando al día siguiente, tras la llamada con la tristísima noticia, llegué al hospital, mi hija me recibió y, llorando, me dijo: "Acaba de marcharse Alfonso. Había venido a ver a la tía, y ha sido hablando con él cuando ha muerto. Le ha administrado la extremaunción". Yo no tengo esa fe ni esas creencias, pero me alegro enormemente de que en sus últimos momentos se haya visto asistida espiritualmente, porque para ella habrá sido reconfortante, y por un sacerdote al que mi mujer, mi hija y yo apreciamos muchísimo y al que, por esto, además, debemos agradecimiento eterno.