Nació en Almería (1942), aunque casi toda su obra la hizo fuera de su tierra. Juan Márquez Pallarés estudió arquitectura, una carrera que nunca terminó. Cuando tan sólo le quedaban unas asignaturas, decidió dejarlo todo para dedicarse a su pasión: la pintura. Durante muchos años tuvo su estudio en Madrid, donde realizaba reuniones con amigos y artistas. Su producción artística se centró principalmente en el muralismo, obra que se puede encontrar por todo el metropolitano. Influenciado por la arquitectura, se le considera dentro de una generación posterior a los indalianos. Para sus trabajos utilizaba infinidad de técnicas: resina, hormigón, madera, vidrio y cerámica, entre otras. Sus murales no eran tan sólo pinturas, sino que se trata de auténticas esculturas proyectadas en una pared. Durante cuatro décadas vivió en la capital, donde realizó más de cien exposiciones. Su obra también se puede contemplar en los aeropuertos de Barajas, Santiago, en Fuengirola, Vigo, el edificio de Fenosa y las áreas de descanso de la autovía del Mediterráneo. Y por su puesto, en su tierra natal.

Después decidió trasladarse a Cabo de Palos, donde pasó los últimos años de su vida. Para él este pueblo cartagenero era un paraíso. Casado, con cuatro hijos y once nietos, Juan Márquez Pallarés amaba pescar y disfrutar de su familia. Una de las aficiones de este artista era tomar una copa de coñac y un buen puro rodeado de sus amigos. Y la música era otra de sus pasiones, sobre todo la brasileña. Siempre viajaba con su esposa tres veces al año a diferentes lugares del mundo. El último viaje que hizo fue un crucero por el mar de Indochina. Pero nada igual que la luz del Mediterráneo, por la que él tenía predilección.