Ausencia de infraestructuras elementales, escuelas sin libros y hospitales sin ambulancias son sólo algunas de las múltiples deficiencias con que se enfrentan todos los días maestros, médicos y, en definitiva, los 165.000 habitantes que, según el Frente Polisario, habitan los cuatro campamentos establecidos cerca de Tinduf, en el suroeste de Argelia.

Donde las cosas pueden ocurrir horas después de lo anunciado y el ocre del desierto lo invade todo, el contraste lo ponen los teléfonos móviles, usados con naturalidad por hombres y mujeres, las antenas parabólicas en los patios de las casas de adobe y alguna placa solar en las viviendas.

El agua de uso doméstico, procedente de pozos, es potabilizada y distribuida en camiones cisterna, que la dejan en pequeños depósitos metálicos situados delante de las casas. No obstante, se recomienda a los europeos que no la beban.

En la escuela Valencia de Esmara, construida con aportaciones españolas, estudian alrededor de 1.000 chiquillos de hasta 12 años, aunque alguno llega ya a los 14, aquellos que comenzaron las clases más tarde y que son generalmente hijos de padres que vivían pastoreando en el desierto.

Las aulas tienen instalación eléctrica, pero no hay corriente, las mesas y las sillas están envejecidas, los alumnos no tienen libros de texto ni equipamientos para la educación física, según explica a Efe Mohamed Embarek, maestro de español.

En Esmara y otros campamentos, la energía eléctrica es suministrada por generadores algunas horas al día, mientras que sólo existe tendido, procedente de Tinduf, en el campamento 27 de Febrero, donde reside el presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), Mohamed Abdelaziz, y en Rabuni, centro político y administrativo de la zona de refugiados.

Desnutrición y diarreas agudas son frecuentes entre los niños saharauis, según comenta a Efe el médico generalista formado en Cuba Bamba Balla, que trabaja en el hospital nacional de Rabuni.

Hipertensión, diabetes, bronconeumonía, asma, catarros comunes y tuberculosis son también habituales en la población adulta.

La sala de urgencias del hospital sólo cuenta con medicamentos y oxígeno, y no siempre, aunque existe un quirófano donde se opera con buenos resultados y se practican cesáreas por una ginecóloga cubana, asegura Balla, de 27 años.

En teoría, explica el médico, el hospital cuenta con tres ambulancias, pero una es utilizada por el director del centro para sus desplazamientos, y la otra no tiene la documentación en regla, de tal forma que sólo funciona una, pero no siempre está disponible.

Hace unos días, ésta ambulancia tardó una hora en presentarse en el hospital para trasladar a un paciente con infarto de corazón a Tinduf; al parecer, denuncia Balla, el vehículo se emplea para fines particulares.

El doctor pide que aquellos que quieran colaborar con el hospital no sólo envíen medicamentos, equipos y aparatos, sino que comprueben también si han llegado y qué uso se les da, que no se limiten a informarse por las autoridades. Hay productos, precisa, que "se pierden por el camino".

Al igual que Balla, centenares de saharauis salen de los campamentos para estudiar en Cuba y, en menor medida, Argelia y España.

Después de estudiar sexto de primaria en los campamentos, pasan 15 ó 20 años formándose y vuelven como maestros y médicos, pero también como ingenieros o biólogos que, finalmente, tienen que dedicarse a enseñar español por la imposibilidad de desarrollar su carrera profesional en los campamentos.

Shei Waly, de 12 años, también lo tiene claro, quiere ser veterinario y estudiar en Cuba porque allí la educación es muy buena, según ha oído.

Las mujeres suelen dedicarse a la casa y los hijos, aunque también las hay que estudian carreras universitarias.

Mamma, de 19 años, está soltera y cuida de la casa y de sus padres ya mayores; dice que las mujeres saharauis quieren más libertad y no estar tan sometidas a los padres, al mismo tiempo, considera que no es correcto que una mujer pierda la virginidad antes del matrimonio.

Muchos hombres carecen de trabajo y otros malviven con pequeñas tiendas, algo de construcción y agricultura o son taxistas o peluqueros.

En estos dos últimos casos, el precio por cortarse el pelo o viajar hasta Tinduf (a 40 kilómetros) es el mismo, un euro.

Unas cabras suelen servir de complemento a la precaria economía doméstica, pendiente siempre de la imprescindible ayuda humanitaria internacional o del dinero que envían los que trabajan en el extranjero.

Sejuna Mohamed, de 28 años, fue taxista, pero no le iba bien; tiene autorizada la residencia en España, adonde viaja temporadas para trabajar como temporero en las huertas valencianas y cogiendo aceituna en los olivares de Toledo.

Pero no todo el mundo se resigna en los campamentos; el Centro de Educación e Integración acoge a 68 niños y jóvenes deficientes psíquicos que reciben formación básica y laboral para convertirles en personas autónomas que puedan ganarse la vida.