Es habitual en Hollywood recurrir a clásicos del cine europeo o incluso a éxitos locales para adaptarlos a los tiempos que corren, darles un aire más mayoritario o, simplemente, hacerles un "lifting" con las nuevas tecnologías.

Pero no lo es tanto que los encargados de manipular las obras ya creadas sean sus artífices originales, algo que en el caso de Michael Haneke, que estrena este fin de semana en Estados Unidos la revisión de su radical película "Funny Games" (1997), se justifica, según sus palabras, como una segunda oportunidad para el film.

"La idea del original era dirigir la película al espectador americano acostumbrado al cine violento, pero desafortunadamente y debido a un reparto germanoparlante, la cinta sólo se vio en los circuitos de arte y ensayo", reconoció el cineasta a la revista británica "Time Out".

Así, no le ha importado contar con una estrella como Naomi Watts y reiterarse en una obra que irrumpe abruptamente en la comodidad burguesa para dinamitarla, bien sea a través de los dos sádicos -interpretados esta vez por Tim Roth y Michael Pitt- que torturan a una familia en "Funny Games", la sexualidad punzante de "La pianista" (2001) o el incómodo voyeur de "Caché" (2006).

Entre la primera versión y la segunda, Haneke ha dejado transcurrir poco más de diez años, mientras que el caso más célebre, el de Alfred Hitchcock, distanció en dos décadas plagadas de avances las distintas perspectivas que ofreció de "El hombre que sabía demasiado".

La primera fue un éxito temprano, rodado en blanco y negro en su etapa británica en 1934 y con Peter Lorre como protagonista. La segunda, ya en 1956, disfrutó de los lujos del color, del presupuesto de un cineasta de Hollywood que permitió trasladar la primera parte del film de Suiza a Marraquech, y contó con la canción "Qué será, será", que se llevó el Óscar en 1956.

Protagonizada por James Stewart y Doris Day cambió, además, a la niña secuestrada por un niño y la película pasó de durar una hora y cuarto a dos horas. El objetivo se cumplió con creces: fue todo un éxito de público y, hoy en día, su recuerdo tiene más peso que el de la anterior.

El mismo año que el clásico de Hitchcock, Cecil B. De Mille cerró su carrera con la espectacular "Los Diez Mandamientos", que contó con una innovadora -para la época- apertura del Mar Rojo impensable para la versión muda que el director había realizado en 1923.

Frank Capra también realizó su canto de cisne volviendo a sus orígenes, a la "Dama por un día" (1933) de la que, tras casi treinta años, no dejó que perdiera ni un ápice de su proverbial optimismo en "Un gángster por un milagro" (1961), con Bette Davis y Glenn Ford.

En los últimos veinte años ha sido, no obstante, cuando Hollywood ha instaurado con regularidad, y especialmente en el cine de terror, este fenómeno de realizar versiones en su idioma, con sus propios actores y recursos de producción pero manteniendo al director extranjero.

Es el caso del danés Ole Bornedal, que disfrutó de un modesto éxito internacional encerrando una trama de suspense en las paredes de una morgue en "El vigilante nocturno".

En 1994, el guardia de seguridad era su compatriota Nikolaj Coster-Waldau, y, tres años más tarde, el escocés Ewan McGregor, en una versión que pasó sin pena ni gloria, a pesar de que en su reparto también figuraron Patricia Arquette y Nick Nolte.

La eficacia demostrada por el cine japonés en el terror tampoco ha pasado desapercibida para Hollywood y ha alcanzado su máxima expresión en la figura de Takashi Shimizu, que ha rodado en inglés toda la saga de "Ju-on" o "The Grudge" que ya había realizado en su país de origen y cuya tercera entrega, según lo anunciado, será bilingüe.

Pero no sólo los directores han repetido sus obras. Algunos intérpretes también han retomado un papel en versiones del mismo filme, como es el caso de Ingrid Bergman y su éxito, primero sueco en 1936 y luego mundial en 1939, con "Intermezzo", o Penélope Cruz con "Abre los ojos" (1997), de Alejandro Amenábar, y "Vanilla Sky" (2001), de Cameron Crowe.

Aunque el más atípico fue el caso de Michael Caine, que heredó de su compañero de reparto Laurence Olivier el personaje de "La huella" (1972) dejando a Jude Law, 35 años más tarde, las labores de galán que él desempeñó en la obra maestra de Joseph Leo Mankiewicz.