Doble programa en la octava jornada del Jazz Sanjavier. El primer turno correspondió al guitarrista madrileño Joaquín Chacón que presentó su European Quintet, integrado por el saxofonista y clarinetista danés Uffe Markussen -con quien colabora desde la época de Solar-, el contrabajista Mario Rossi, el pianista Ben Besiakov y, como invitado, el veterano baterista estadounidense Billy Hart, cuyo historial abarca colaboraciones con McCoy Tyner, Shirley Horn, Herbie Hancock, Jimmy Smith o Stan Getz.

La cosa no pasó de buenas intenciones, por más que Chacón mostrara su habilidad con la guitarra, y que sus composiciones, como las de Markussen, crearan un ambiente cálido y permitieran comprobar su buen tacto melódico. Lo más destacado fue el solo final de Hart, que, a pesar de su edad, acabó al borde del disloque integral. El público le despidió en pie, como reconocimiento a su trayectoria y fortaleza.

De la Soulbop Band, coliderada por el saxofonista Bill Evans y el trompetista Randy Brecker, cabía esperar cualquier cosa. Prevaleció el lado más rítmico y estimulante sobre el jazz contemporáneo de área reservada.

La banda está reforzada por una poderosa sección rítmica: Steve Smith, uno de los mejores baterías de fusión del momento -una maquina de precisión que podría tocar con una sola mano-, y el bajista Victor Bailey, en cuyas manos las cuerdas parecen hilillos que obedecen sin rechistar. Concentró en un solo al final su alto virtuosismo. Aparte, esa joya de pianista, Dave Kikoski, que sostiene diálogos continuados con los solistas, y el increíble e inagotable guitarrista Hiram Bullock, que protagonizó bastantes de los momentos estelares del show, con su enorme presencia escénica.

Evans había quedado muy satisfecho tras su anterior visita al frente de Soul Insiders, y parecía muy motivado. Incluso preparó una notas en español, que se llevó el viento, para dirigirse al público. Arrancaron a todo trapo y durante el concierto el ritmo fue imparable. Esencialmente, post-bop y soul funk enérgico que llama a ponerse en pie.

El temario estaba sacado del disco '34th N lex' de Randy Brecker, que obtuvo un Grammy este año, y del último, 'Big Fun' de Bill Evans, así como alguna pieza de Hiram Bullocks. La banda se lanzó con dos originales de Evans, que establecieron el tono de la velada. Afortunadamente, el ex lugarteniente de Miles Davis esquivó el área reservada y dio algunos repasos rápidos post-Coltrane cuando la ocasión lo demandaba. Kikoski, siempre magnífico, se reveló tan adepto al piano eléctrico como acústico, y Randy Brecker demostró una vez más ser uno de los trompetistas más fluidos y amenos, con solos de abrasador refinamiento. Tiene cierta fama de solista insulso aunque sofisticado, bajo en calorías. Pero no fue así en esta sesión.

Todos los músicos estuvieron excelentes. Fue una oportunidad para escuchar jazz moderno de gran calibre. Hubo continuos diálogos entre trompeta y saxo con buen entendimiento, como viejos amigos discutiendo cortésmente, que en ocasiones remitían al Miles Davis más eléctrico. Las ideas iban y venían como rayos en un intercambio casi físico de energía; también 'dialogaron' Kikoski y Bullock, que se subió a la banqueta del piano. De ahí saltó sacando la lengua, como si estuviera poseído por el demonio del ritmo. Al final del concierto volvió a demostrar sus habilidades saltimbanquis subiéndose por la grada, brincando por los escalones y subiendo al escenario con una voltereta en plan triple salto mortal sin parar de tocar.

Bullock, además de tocar endiabladamente la guitarra, cantó 'Try livin´ it', con un timbre soulero a lo George Benson; también Randy se aventuró con un tema de 'Hangin´ in the city', que presentó suspirando por Nueva York: "Imposible coger un taxi, pero me gusta", dijo.

Fue un concierto de jazz fusión dirigido tanto al estómago como a las neuronas, pasando del post bop sin complejos al funk, con un ritmo frenético que obligó al público a bajar a bailar al foso. La única balada del concierto fue 'Sierra', una composición de Evans en la que tocó el soprano, en contrapunto melifluo con la trompeta de Brecker y las oscilaciones rapsódicas del piano de Kikoski, donde se reconoce su deuda con Davis. Una clase magistral de jazz contemporáneo, entusiasmo, técnica y conocimiento.