No hay más que verla y oírla cantando 'Muñeca brava' para saber que estás en presencia de alguien muy grande, de fuerte personalidad, femenino singular. Volvió el tango a La Mar de Músicas con Adriana Varela -junto con Susana Rinaldi, una de las cantantes de tango más importantes de nuestro tiempo-, que se ha establecido en poco más de diez años como la mejor voz femenina del género. Procedente del mundo del rock, lo dejó todo para ponerse a cantar tangos; fue descubierta por el 'Polaco' Goyeneche, su mentor hasta la muerte. Adriana, que debutó en el tango en 1990, pronto conquistó al público más exigente, y desde entonces ha girado por todo el mundo, recibiendo el premio Carlos Gardel a la mejor artista de tango tras publicar su último disco, 'Más Tango', en 2001.

Sus terrenos están muy alejados de lo políticamente correcto. En cuatro palabras, le va la marcha, pero bajo esa voz cazallera, que es parte esencial de su glamour, parece alojarse cierta melancolía cuajada de bajos fondos y altos ideales. Un discípulo de Lacan diría que Adriana lleva muchas alegrías por dentro y por fuera, pero hay un entramado halo de tristeza, de melancolía, quizá de desesperanza.

Con su contralto rasposo -a veces sensual, a veces estridente-, toma los viejos tangos masculinos y ofrece una versión apasionada y contemporánea cantando a los clásicos por derecho. Su voz profunda y penetrante, grave, con algo de agudo y metálico en la laringe, que recuerda a la de Juliette Gréco, muy hombruna, con un timbre 'sabiniano', conduce a los parajes arrabaleros de un Buenos Aires casi onírico, lleno de personajes que gritan, celebran, aman y sufren en las cadencias de un lenguaje que sólo el tango podría recrear, para alcanzar esa memoria imposible de la que Borges hablaba en su poema 'El Tango'.

Adriana llenó por completo el Patio de Armas. Se presentó acompañada por el pianista Marcelo Macri, que se ocupa de la dirección musical, Horacio Avilano a la guitarra y Walter Castro al bandoneón. Durante hora y media descargó sus tangos arrabaleros como si fueran historias intergeneracionales, eternas, desgarradoras, corales, de carne, frenesí, pecado y mucha ausencia. Quizás por eso comenzó con 'Anclao en París', un tango de Luis Enrique Cadicamo, que grabó Carlos Gardel evocando a Buenos Aires. La despedida también fue de Cadicamo: 'Muñeca Brava', el primer tango que ella cantó. No faltaron en el repertorio tangos de Gardel ('Volver'), Goyeneche ('Pompas de jabón'), Celedonio Flores ('Corrientes y Esmeralda'), Contusi ("como dos extraños"), Horacio Manzi ('Malena') o incluso Sabina, a quien agradece le abriera las puertas en España y del que llegó a cantar 'Contigo', 'Canción a Magdalena'' y 'Con la frente marchita', que ella grabó para el disco 'Entre mujeres'. Además estrenó un vals de su próximo disco, 'Bajo un cielo de estrellas', y visitó también otros sonidos rioplatenses, sobre todo los afro-callejeros del candombé y la murga. Los resultados de este desvío del tango son impresionantes, una armonía de caprichos que llenan con su voz espacios del corazón.

Pero más impresiona esta mujer. Qué mujer. Es una verdadera diva, impetuosa y fiera, pero su voz acaricia las palabras con cierta morbidez, derramando todos los sentimientos del tango de arrabal sobre el escenario. Canta con todo el cuerpo; impacta los oídos del público con la vehemencia de las frases y demuestra saber también de humor y de asombros, de narración y de reflexión.

Llama la atención su actitud aguerrida, su poderosa presencia escénica, comparable a Edith Piaff -o Sabina en su equivalente femenino-, que se traduce en una de esas mujeres de carácter tan bien retratadas por Almodóvar. En toda ella hay como una exaltación del desgarro de la música porteña. Combina fluidamente las alegrías con el sentimiento trágico de la vida. Nadie que ame el tango debería perdérsela.