Dice Antonio Marín Albalate (Cartagena, 1955) que entre poesía y música «alguna diferencia hay». «A la hora de escribir, más que nada por métrica, no es lo mismo», señala. Pero acaba reconociendo -aunque hay que insistir- que, «en esencia, en espíritu», y para determinados autores, sí podemos hablar de «una misma cosa». «Ahí tenemos a Paco Ibáñez, por ejemplo, que es capaz de interpretar con su guitarra versos de Blas de Otero y García Lorca. Pero el poema en sí, si es de un buen poeta, lleva la música implícita», asegura.

Y es que entender la obra de Marín Albalate sin la música que le ha inspirado durante toda su carrera es casi imposible. Sin ir más lejos, hace apenas unos meses publicaba con Editorial Milenio Germán Coppini, colecciono moscas (2020), una suerte de ensayo sobre la vida y obra del que fuera vocalista de Golpes Bajos y Siniestro Total, y no hay que volver mucho más atrás en el tiempo para encontrar entre su bibliografía Ramoncín, el corazón de la ciudad (Editorial Dalya, 2018) y Serrat, fe de vida (Editorial Dalya, 2019), ambos de un corte similar al anterior. «Llegó un momento en el que me di cuenta de que al final estaba escribiendo una y otra vez el mismo poema. Siempre el mismo. Y a mí me gusta romper, afrontar nuevos retos... Así que últimamente escribo poco en verso, la verdad; es que -reconoce- no se me ocurren cosas nuevas... Por eso, ahora mismo, me lo paso bien y me divierto más haciendo libros de este tipo», señala el cartagenero.

Sin embargo, su última referencia recupera al Marín Albalate poeta (aunque él prefiera no referirse a sí mismo como tal). «No es falsa modestia ni nada por el estilo, simplemente no me considero a mí mismo de ese modo. Ahora, le doy las gracias a quien me entienda como poeta», apunta. Desde luego, no es para menos: pasa por ser uno de los autores más laureados de la Región en esta disciplina, y son numerosos los títulos que se han publicado con su firma y como poemario; el último, el que hoy nos compete: Una vieja chistera sin gracia ninguna (La Fea Burguesía, 2021). «Un amigo me dijo que le quitara lo de ´sin gracia ninguna', pero es que eso sí que me define», apunta entre risas.

Muy dado a la ironía y al humor amargo, ese juego de palabras que bautiza al libro refleja con bastante tino la naturaleza de los versos que guarda. Porque en esta colección de textos -«poemas de distinto pelaje y condición de los últimos cinco años aproximadamente que tenía por ahí perdidos o que, a lo sumo, algún día se difundieron vagamente entre conocidos»- hay historias de todo tipo: unas inventadas, otras reales; algunas graciosas, y otras no tanto. Y es que la pérdida vuelve a ser un concepto capital en Marín Albalate. «Hay poemas que hablan de la tragedia de los que mueren en el mar; también poemas de amor y, sobro todo, desamor», cuenta, pero también hay textos que recuerdan a «amigos» que nos dejaron, como los cantautores Patxi Andión y Luis Eduardo Aute, o a otros con los que su autor «creció» aunque solo cruzara en vida «un hola y un adiós», como Manolo Tena. Su inspiración -más allá de las citas a su nombre que salpican la edición-, sobrevuela todo el libro.

Cantautor desde el rock

«Crecí con su música; todavía acudo a ella con frecuencia -señala sobre Tena-. Porque yo pertenezco a una generación de cantautores -como Patxi, Aute o Serrat, al que también dedico un poema en este libro-, y él también era uno de ellos. Se tiende a pensar en el cantautor como un tipo con guitarra en una silla, pero Manolo lo era desde el rock. Como compositor y autor de sus canciones, y como poeta, era cantautor», asegura el cartagenero, que recuerda que el madrileño era un «enamorado» de Luis Cernuda y César Vallejo, entre otros.

A Tena, Marín Albalate lo conoció brevemente en un homenaje a Germán Coppini -aunque adelante que ya tiene escrito un libro sobre su figura-, pero con Aute, Andión e incluso Serrat entabló cierta amistad a raíz de sus escritos. No obstante, a la hora de escribir, tiene clara la forma de acercarse a ellos: «Primero como artistas. Que luego por circunstancias haya tenido la posibilidad de conocerles en persona es otro tema. Pero, al margen de lo personal, ellos me han inspirado y me siguen inspirando muchísimo por su obra». Porque sí, al final, insiste: «La letra de una canción no deja de ser poética si detrás de ella hay una persona con una sensibilidad especial». Y ellos, sin duda, la tienen.

En cuanto a él, y pese a haber centrado el foco en otro tipo de textos -además de en el de Tena, trabaja en un libro sobre Leonard Cohen y otro sobre Jaume Sisa-, Marín Albalate no rechaza, ni mucho menos, la poesía. «Estos libros me liberan de esa presión, pero eso no significa que pasado mañana no pueda venirme una idea a la cabeza y vuelva a ello. Mira, yo tengo compañeros que no paran de producir, que llevan años escribiendo y ahí siguen sacando cosas; toda mi admiración, pero yo soy incapaz. Y no quiero caer en lo mismo de siempre ni hablar sobre la pandemia, me niego», apunta con sorna. Por suerte, y gracias en parte al lorquino Pedro Guerrero -que fue quien le animó a publicar estos textos-, Una vieja chistera sin gracia ninguna nos recuerda que la posibilidad sigue estando muy viva.