Cuando hablamos de cuidar las tradiciones, el folclore y la cultura de una tierra, no siempre nos acordamos del lenguaje, de ese habla popular característica de un pueblo o una zona geográfica particular que, tal vez por prejuicios, se ha acabado desechando con el tiempo. Porque sí, una de las consecuencias de este mundo global e hiperconectado en el que vivimos es la evidente homogeneización del palabrero popular, obviando en ocasiones los acentos, los dejes y, especialmente, ciertas palabras o expresiones propias de un lugar y que hoy son sustituidas por términos «más modernos, aunque no necesariamente mejores». Quien habla es José Quiñonero, catedrático de Lengua y Literatura que, tras publicar periódicamente y durante cuatros años en estas páginas sus muy personales definiciones de vocablos propios del campo murciano, ahora reúne todas estas aportaciones en un libro que ha titulado Breviario de mi lengua (2020).

¿En qué momento decide empezar a escribir este breviario?

Bueno, este libro tiene varias fases, y la primera se fue escribiendo en la propia memoria. En los años sesenta y setenta del pasado siglo asistimos a un cambio radical de nuestros modos de vida tradicionales; un cambio, quizá, casi tan dramático como el que estamos viviendo actualmente, si se me permite... De manera que muchas costumbres, trabajos y faenas, especialmente relacionadas con el campo, estaban empezando a desaparecer, y con ellas sus nombres. Por el ambiente en el que nos movíamos, en mi familia -mi madre, algún tío mío y yo, concretamente- utilizábamos diariamente algunos de estos términos, y pronto percibimos aquel era un mundo que se acababa y que aquellas palabras iban a caer en el olvido. Así que mi tío Alfonso cogió su libreta y fue anotando algunas de ellas; no explicaba nada, simplemente las recopilaba. Años después, me recordó aquello y tiempo más tarde (mucho más) empecé a trabajar aquella memoria.

El resultado es un libro que recoge más de novecientas palabras y expresiones que ha ido publicando periódicamente en estas páginas, en LA OPINIÓN. ¿Cuánto tiempo le ha llevado?

Exactamente son 960 entradas en torno a palabras y expresiones, digamos 'principales', sobre las que se comenta y se glosan sus peculiaridades, acepciones..., en definitiva, los significados que yo guardaba impresos en la memoria. Fueron unos cuatro años de publicaciones en este periódico.

¿Y cuándo decide uno que ha terminado? ¿Cuándo para?

Hay muchas palabras que no están y que podría haber incluido, pero la mayoría son vocablos muy específicos relacionados con la faena agrícola como puede ser el nombre de ciertos utensilios, ciertos 'apechusques', como así les llamábamos entonces. Y, bueno, estas creo que son poco atractivas para el lector. He preferido utilizar las que eran más llamativas. Es verdad que muchas de ellas inicialmente aludían exclusivamente a objetos, faenas, trabajos de campo, etc., pero algunos de estos vocablos que se extendieron para designar actividades o características de la gente en general, y es con esas con las que he decidido quedarme.

Entiendo que el objetivo principal del libro es dejar constancia de ellas para que, efectivamente, sobrevivan al paso del tiempo.

Sí. Muchas de estas palabras prácticamente han desaparecido y, las que no, están en hibernación, medio muertas y con muy pocas posibilidades de despertar. Porque vivimos en una sociedad en la que los medios de comunicación y las redes sociales han impuesto una forma de hablar, de decir, que no necesariamente es la mejor, pero que ha ido acabando con aquellos pequeños 'microcosmos', con aquellos círculos que constituía la familia, la pedanía, el pueblo o la ciudad, incluso; círculos en los que se hablaba de una manera diferente al resto, con unas peculiaridades propias. Por eso hoy, por ejemplo, muy poca gente entiende la novelas de Miguel Delibes, que tienen una enorme carga de léxico popular, terruñero. Y muchas de estas palabras son muy aprovechables en el contexto actual, pero para eso habría que darse la oportunidad de que fueran utilizadas...

En cierto modo, hablamos de patrimonio, ¿no? Es cultura que estamos perdiendo.

Por supuesto que son cultura. Pero es que, además, insisto: algunas de ellas comunican muy bien, lo que pasa es que se han descartado para escoger otras. Si yo utilizo 'culero', que es un vocablo inventado por los indígenas de por aquí, es fácil darnos cuenta de que, por puros prejuicios, es una palabra que se desechó para ser sustituida por 'braga' o 'braguita'. O la palabra 'enjugascarse', que es muy lorquina y muy murciana y lo dice todo de la adicción al juego de los niños -que entonces no eran 'nenes' o 'zagales'-, de abstraerse de todo lo demás y a faltar a tus obligaciones de la escuela o familiares por el ocio. Algunas, como esta, son de mucha expresividad y de mucho valor comunicativo.

Por cierto, conviene aclarar que este libro dista mucho de ser un diccionario de términos al uso, que el lector no se van a encontrar con definiciones académicas.

Eso es. Esto no es un diccionario, no es un palabrero al uso en el que se copia la palabra y se apuntan dos, tres o siete acepciones, sino que son glosas, comentarios subjetivos acerca de ese tiempo pasado que subyace en cada una de estas palabras y sobre aquellos que la usaron y que ya se fueron para no volver. Entonces no hay rigor científico, pero sí dos características esenciales: una es la nostalgia, la visión sentimental y cariñosa de esos años y personas [apunta con la voz quebrada], y por el otro lado está el humor, la ironía, defendiendo con razón o sin ella palabras tan populares, tan expresivas, frente a otras del lenguaje común que quizá utilizan los 'finodos' y que no dicen tanto. Te pongo algún ejemplo más: si yo digo que me encuentro 'solo y mondo' estoy aludiendo a una imagen terrible de la soledad y el desamparo; y esta es una expresión que utilizaba Miguel Hernández en el frente cuando le escribía a su mujer Josefina. O esta: «Te he estado esperando de 'pinonino' toda la mañana en la corredera», que es como decir 'plantado como un pino' pero con algo de rintintín.

¿Y usted usa todavía estas palabras o expresiones? ¿Las tiene en su vocabulario habitual y le salen naturales o se esfuerza en utilizarlas para contribuir a que no desaparezcan?

Mira, yo fui profesor de lengua, catedrático, y cuando utilizaba estas palabras en clase lo hacía marcando la intención con la que la que las decía, aunque mucha gente se lo tomaba al pie de la letra [Ríe]. Decía: «¡La madre que te 'trujo'!», y decían los alumnos: «Que profesor más raro, más extraño..., qué mal habla». Pero ese profesor, cuando conjugaba ese verbo, estaba hablando como Cervantes, como Lope o como Góngora, porque realmente muchas de estas palabras o expresiones murcianas son arcaísmos, palabras que se quedaron atrás en la lengua y fueron sustituidas por una versión más moderna. Cuando digo 'platicar' me refiero a hablar, y el señor que 'platica' es el 'platicaor', que no el 'platicante'; ese, por cierto, es el que pone las inyecciones, y que otros llaman 'practicante'. Y cuando decíamos que dos jóvenes habían empezado a 'hablarse' estábamos diciendo que estaban emprendiendo una relación porque primeramente se habían 'ojeteado' el uno al otro y él, a ella o a los dos, el otro le había hecho 'ojico'.

Para terminar, José: ¿Alguna palabra que le guste particularmente de las de su libro o que me recomiende aprender?

Pues mira, no te voy a decir una palabra o expresión como tal, sino que te voy a hablar de los diminutivos. En el murcianos hay bastante diminutivos con valor comunicativo o expresivo por sí mismos. Por ejemplo, si yo digo que le vaso está 'llenetico', no estoy disminuyendo, sino aumentando la cantidad y poniendo el vaso a rebosar. Pero bueno, sobre todo me gustaría hacer hincapié en que no hay que quedarse en el 'acho', que es terrible y que ni siquiera procede del lenguaje popular. Los antiguos y yo mismo, cuando nos encontrábamos con alguien, no decíamos 'acho', sino 'chacho'. 'Acho' es una voz del lenguaje de los años ochenta que utilizaban personas muy poco formadas pero que no tenían mucho que ver con el palabrero tradicional.