«A nosotros nos encantar ir al teatro. Pero estábamos un poco cansados de ver siempre lo ´mismo´... Nos emociona, sí, pero queríamos hacer algo diferente. Y, sobre todo, llegar a la gente; que el espectador se sintiera parte de todo esto como nos pasa a nosotros. Porque para Andrés [Galián] y para mí el teatro es muy importante, pero somos conscientes de que para buena parte de los jóvenes de nuestra edad no lo es tanto... Así que la idea principal era esa: conseguir transmitir eso que nosotros sentimos cuando estamos sobre el escenario o incluso en el patio de butacas a alguien de la calle». Quien habla es Estela Santos, junto con Galián la principal responsable de la innovadora compañía murciana Teatro de lo Ausente, que hoy estrena en el Centro Párraga de la capital del Segura su último y más ambicioso proyecto: Desarraigo.

La pieza, que lleva un año gestándose entre residencias en el Cuartel de Artillería y, desde el pasado lunes, en el propio Párraga, escapa a todo convencionalismo. Sobre el escenario no habrá actores, sino un inocente espectador; las indicaciones de la dirección se harán vía WhatsApp, y el resto del público, lejos de acudir plácidamente a una representación, estará sometido a un bombardeo de estímulos sobre el que deberán edificar su propia obra. «Sí, es un poco particular», señala entre risas Galián, que explica las motivaciones del proyecto: «Partimos de una investigación filosófica bastante potente sobre el pensamiento contemporáneo y que viene precedida de una reflexión que nos hacemos y que tiene que ver con la forma en la que vivimos los jóvenes hoy en día. Tenemos la necesidad y la curiosidad por encontrar cosas nuevas constantemente -apunta el director, de 24 años-, y eso no nos permite estar ´arraigados´ a prácticamente nada. Somos una generación que no tiene un lugar fijo donde vivir, una familia que esté presente o una nación que nos importe demasiado...». «¡Incluso estamos desarraigados de nuestro propio cuerpo!», añade su compañera. «Este espectáculo habla de este tipo de cosas (de la libertad, del trabajo, de la muerte...), pero de una manera amable -aclara Galián-, con historias del día a día y entrevistas que hemos hecho a gente de nuestra edad y sobre las que construimos diferentes relatos», concluye.

Ese tipo de narrativas se presentarán al público directamente por medio de proyecciones textuales, pero, por supuesto, ese no será el único estímulo que el público que asista esta tarde a la función -a partir de las 20.00 horas- reciba de parte (directa o indirecta) de Teatro de lo Ausente. Y es que, además de un espacio escénico, lumínico y sonoro muy bien trabajados, el principal foco de atención de Desarraigo será, sin duda, el espectador que abandonará su asiento para subirse al escenario del Párraga; un espectador que no será elegido in situ y al azar, pero que no tiene demasiada idea de lo que va a ocurrir esta tarde... «A esta persona la hemos ´elegido´ mediante un sorteo por redes sociales. Necesitábamos saber quién iba a ser, aunque no fuéramos a conocerle en persona hasta después del espectáculo, con al menos una semana de antelación. Teníamos que tomar sus datos -las medidas de prevención del covid-19 no perdonan- y, sobre todo, comenzar a tratarle a nivel formal como un figurante pese a que, evidentemente, él ni siquiera sabe lo que va a tener que hacer», insiste Santos, que confiesa que en los últimos días le han ido ofreciendo al afortunado «pequeñas píldoras conceptuales» sobre la pieza: «Pero todo muy informal, ¿eh? A lo mejor le escribíamos algo rollo: ´Oye, que estaba pensando..., ¿crees que el teatro es un acto ritual?´, o cosas así. Digamos que es una forma de ir entablando una relación que culminará en el momento de la obra».

Esa relación, vía WhatsApp y con un ente desconocido para el improvisado protagonista de Desarraigo, es el centro de la primera de las dos dramaturgias que convergen en esta obra. «Nosotros le guiaremos a través del móvil por una serie de juegos y experiencias que están especialmente pensadas para alguien que no se ha subido nunca a un escenario», explica Galián, que insiste en la idea de que se trata de un proceso «agradable» y que en todo momento pretende que el espectador elegido para pisar las tablas se encuentre «cómodo» con su rol. «En el fondo lo que queremos -añade Santos- es darle a esa persona la experiencia de lo que supone el acto teatral, el estar ahí arriba y sentirte arropado por el público y por los directores. Y que ello acabe derivando en un encuentro con uno mismo mediante preguntas, reflexiones y una serie de juegos que, por ejemplo, pretenden desbloquear ciertos recuerdos». Y continúa su compañero: «De hecho, aunque no podemos saber cómo va a reaccionar, ya hemos hecho alguna prueba en petit comité con otras personas y casi todos coinciden en que quien está al otro lado del WhatsApp se siente como una conciencia de uno mismo, como un superyó».

Y, entonces, ¿el resto del público puede sentarse plácidamente en sus butacas y desconectar? No del todo; ellos también participan en la representación de Desarraigo (segunda dramaturgia). «Cuando nosotros decimos que estamos trabajando desde el ´teatro participativo´ no lo hacemos solo por la persona que está en escena, sino porque, de alguna manera, el resto también participa en la construcción de la obra. Es más, esta pieza no tendría sentido sin ellos, ya que son los encargados de poner cada cosa en su lugar», señala Estela Santos, que se explica: «Realmente la obra ocurre en la cabeza de cada espectador. Nosotros les ofrecemos una serie de recursos (el espacio sonoro, visual, el texto proyectado, la experiencia de la persona que hay sobre el escenario) y, con esas piezas, el público debe resolver el puzzle en su cabeza».

La historia es que no hay camino equivocado: «Hay quien no dice que solo lee lo que ponemos en pantalla, otros que se pierden en la música, otros se sienten conectados con el protagonista... Cada espectador ve una obra distinta porque no es algo que vaya hacia fuera, sino hacia dentro; es un proceso interno», apunta la joven, mientras que Galián añade: «Invitamos al público a que esté todo el rato imaginando y creando su propia ficción, como cuando lees una novela». Todo ello, eso sí, sin olvidar que en Desarraigo todo gira sobre ese sentimiento contemporáneo de la juventud que ahonda en la pérdida, el encuentro, la pertenencia... «Nosotros escribimos y creamos desde lo que conocemos, desde nuestra propia realidad. Al fin y al cabo, tenemos 22 y 24 años», insiste.