N o deja de sorprender el genio y la valentía de Israel Galván, formado en el dogmatismo más férreo del flamenco. Su visión del gran arte continúa en cada una de sus nuevas creaciones avanzando con vueltas de tuerca más arriesgadas. Lanza su creatividad por un laberinto oscuro buscando momentos profundos, angustiantes incluso, para luego encontrar la luz. Y, en su último espectáculo, el que presentó en Murcia, se asoma al universo musical de Manuel de Falla por medio de El amor brujo (1915), una de sus obras más sofisticadas y criticadas en su momento, con una versión vanguardista de la bailada ya en 1989 de la mano del genial Antonio Gades.

Israel Galván, no obstante, propone algo muy distinto. En primer lugar es un monólogo, como todas sus obras, por lo que ya entramos en la abstracción de una idea: vivir el proceso musical de la pieza. Comienza Israel sentado en una silla vestido de mujer gitana, su tía, todo de negro pero con zapatos y guantes rojos, labios rojos y peluca larga castaña. Unas tijeras abiertas casi al inicio nos sobrecogen. Las tijeras abiertas ahuyentan la mala suerte, pero también atraen el amor. Es la manera de anunciar la tragedia que se avecina, aunque a Galván no le atrae contar la historia, sino sacar a la luz la simbología en la obra musical. En la silla desarrolla elegantes movimientos de brazos, retazos breves que enseguida rompe tirándose en plancha al suelo. Por otro lado, juega con una baraja de tarot, con runas, con cacerolas, y tira garbanzos al suelo. Es el mundo gitano a través de objetos emblemáticos. A Galván le gusta la energía de los objetos porque aparentemente son inanimados, pero él les da vida porque le apasiona jugar con ellos como recurso escénico.

En sus movimientos esboza y propone, y en lo escenográfico se implica más en recrear el caos de sus propios universos. Con Gitanería ahonda en sus raíces, aunque lo haga con zapatos de claqué y la partitura de Falla para saltar de las teclas del piano al zapato. La percusión en sí misma le atrae sobremanera, es otra gran fuente de inspiración para él. ¿Con qué sacude su mente? Con todo lo que tiene a mano. El piano preparado es un gran océano de posibilidades: el percutir de los macillos sobre las cuerdas produce sonidos sordos y extravagantes y así lo acompaña con su taconeo, sus murmullos, los platillos como cacerolas, la potente voz de David Lagos y el sobrecogedor sonido extraído de la Zanfona por Alejandro Rojas-Marco. Galván es un genio por donde se le mire.