«Unamuno no creía en la historia», señala la autora. «Él decía que para conocer verdaderamente lo que había ocurrido había que ponerse en el camino de las personas que lo habían recorrido», aclara.

Y así lo ha hecho ella. Quien habla, por cierto, es María Victoria Martín González, doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia y uno de los primeros nombres con los que uno se topa si pretende indagar en la vida de, quizá, la cartagenera más ilustre del pasado siglo: Carmen Conde. Sin embargo, en esta ocasión, la poeta y académica española no centra (del todo) el foco de su trabajo, sino que quien lo hace es un amigo suyo: nada menos que el oriolano Miguel Hernández.

Y es que Martín González acaba de presentar en la ciudad portuaria La huella de Miguel Hernández (Malbec Ediciones, 2020), un libro que, de alguna manera, pretende recrear las visitas del poeta a Cartagena, La Unión y Cabo de Palos, pero no como algo anecdótico o casual, sino intentando descifrar las verdaderas implicaciones (y motivaciones) que llevaron o condicionaron al responsable de El rayo que no cesa. En este sentido, la autora de la ciudad portuaria rechaza, por ejemplo, que sus visitas a la Región durante la primera mitad de la década de los treinta fueran exclusivamente producto del amor. «Siempre se ha dicho que venía por María Cegarra [con quien tuvo una estrecha relación], pero esto no era precisamente así..., o al menos no exclusivamente. Cuando él viene en el ´35, se encuentra escribiendo un drama, Los hijos de la piedra, y aunque hay quien dice que su influencia directa para recrear aquel paisaje son las minas de Asturias, yo defiendo y argumento que en ese texto hay un vínculo directo con La Unión», asegura la doctora, que insiste: «Miguel Hernández llega a La Unión para documentarse y dejarse inspirar por su entorno».

Martín González tiene claro que «un escritor vive para su obra», y en ocasiones ?opina? «se ha tendido a contar la historia de una manera parcial y anecdótica». La huella de Miguel Hernández es, por tanto, una respuesta a todo aquello basada en «la documentación y el rigor», pero sin que ello implique que el lector se va a encontrar con un texto académico, ni mucho menos. «No es un ensayo al uso. Tampoco es una colección de anécdotas u ocurrencias, ni estamos ante literatura pura y dura. Es verdad que tiene mucho dato, pero definitivamente no es un recopilatorio de citas; el investigador que le interese podrá encontrar más de doscientas referencias al final del libro (ni siquiera al pie; quería darle agilidad a la lectura), pero es una obra narrada y construida desde la emoción y el amor hacia mi tierra. Además de un homenaje a los autores que en ella aparecen y un título ´interactivo´», aclara. Pues, como no podía ser de otra manera, en el camino que Miguel Hernández (y el lector) emprenden por el sureste regional se encontrarán con una serie de amigos del poeta y rostros ilustres de las letras de esta tierra. Así, si en La Unión destacan los nombres de María y su hermano Andrés Cegarra y, en Cabo de Palos, los encuentros del oriolano con Gabriel Miró, en Cartagena los anfitriones del poeta parecen claros.

«Él llegaba y se iba en tren, y Carmen [Conde] y Antonio Oliver vivían en Puerta de Murcia, con lo que debía coger el tranvía cuando venía a la ciudad (así ha quedado documentado). Así que lo que he hecho es reconstruir esa ruta e imaginar qué fue lo que ellos le pudieron contar de camino a la estación y descubrir qué fue lo que él vio. Por ejemplo, al pasar por la Calle de la Caridad le podrían explicar que allí nació Antonio o, girando a mano izquierda, como por allí vivía Enrique Martínez Muñoz, que fue un mecenas para Carmen Conde», explica. De este modo ?y aquí se explica lo de «interactivo»?, la filóloga cartagenera revive de la mano de Miguel Hernández, no solo las visitas del poeta a la Región, sino también pasajes imprescindibles de la historia de nuestras letras y los escenarios en los que tuvieron lugar. «Yo siempre he dicho que hay muchas formas de llegar a la literatura, y una de ellas es hacer un viaje», apunta Martín González, que en el libro establece tres rutas (por Cartagena, La Unión y Cabo de Palos), que no solo se pueden seguir y reconstruir desde aquellos años treinta con la recuperación de voces coetáneas al poeta ?como puede ser el cronista Federico Casal?, sino que además incluyen lecturas complementarias que ayudan a entender mejor el momento que atravesaban por aquel entonces los protagonistas.

La huella de Miguel Hernández es, por tanto, «una invitación a viajar por la literatura de la Región», un ensayo «poético, histórico y turístico» que pretende dar a conocer Cartagena «desde otra vertiente; no solo desde las ´piedras´, sino también desde las letras», señala su autora, que ha contado con Grazia Ruiz Llamas para la portada, con Javier Salinas como editor y con el apoyo de la Fundación Miguel Hernández y del Patronato Carmen Conde, hacia los que se deshace en elogios.

«Son tiempos muy difíciles para editar y ellos han apostado por esta obra», subraya la autora, que se ha pasado dos años de intensa documentación y alguno más con el proyecto en mente. «Pero lo he disfrutado mucho», aclara. «Mi dedicación a Carmen Conde es por y para Cartagena, pero quería hacer algo más», añade Martín González, que incluso dedica el libro en sus primeras páginas a la ciudad que le vio nacer y de la que se confiesa «enamorada».