Luis López Carrasco (Murcia, 1981) era apenas un crío cuando vio arder el Parlamento Regional. Era febrero de 1992, la reconversión industrial golpeaba sin piedad a los barrios obreros de Cartagena y, mientras todo el país se preparaba para la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona, un futuro cineasta contemplaba por televisión las llamas que devoraban la ‘casa’ de la política murciana.

Una lámina para colorear repartida en los colegios de la Región cuando el icónico edificio fue inaugurado algunos años antes tuvo la culpa de su particular fijación por aquella imagen posterior, por aquel cóctel molotov que prendió el número 53 del Paseo Alfonso XIII de la ciudad portuaria. Pero hoy, casi treinta años después, parece que nadie se acuerda de aquello.

¿Por qué? Esa es la pregunta germinal del El año del descubrimiento, un filme de corte documental que se estrenó por fin este viernes en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, que cuenta con una nómina interminable de galardores recogidos a lo largo y ancho de todo el globo y que, en las próximas semanas, llegará a Cartagena y Murcia con la idea de hacer recordar y reflexionar a quienes han olvidado aquella imagen para la historia.

¿Por qué ha decidido recuperar este suceso, la quema del parlamento en el ‘92?

Después de trabajar la memoria de 1982 en mi película anterior, El futuro, que retrataba una fiesta de jóvenes de clase media en Madrid, me pareció oportuno volver a los años ochenta desde un lugar diametralmente opuesto. Decidí empezar a documentarme sobre la reconversión industrial, porque nos permite entender esa década, no tanto como un momento de celebración, sino de conflicto. Investigando llegué a 1992 y recordé que de niño había visto en televisión la Asamblea ardiendo y no había entendido nada. Que un parlamento se incendie el mismo año de los Juegos Olímpicos y la Expo me parece que resume muy bien las contradicciones que arrastramos desde entonces.

Pero usted, por aquel entonces, era un crío..., casi que ni se debe acordar de aquello. ¿O sí?

Lo recuerdo sí, y lo recordaba especialmente porque cuando tenía unos siete años nos dieron una charla en el colegio sobre el Estatuto de Autonomía y nos trajeron unas láminas de la Asamblea, recién inaugurada, para colorearlas. Se me había quedado grabada la efigie de ese edificio por culpa de una tranquila tarde de ocio escolar.

En alguna ocasión ha señalado su sorpresa acerca de que un acto tan simbólico como la quema de un parlamento pasara tan ‘desapercibida’ y haya quedado, en la actualidad, casi en el olvido. ¿Por qué cree que fue y es así?

Ocurrió con la quema de la Asamblea Regional y ocurrió con tantísimas acciones y movilizaciones muy cruentas que fueron diarias durante toda la década de los ochenta; en ocasiones, incluso con muertos, como en la primavera de Reinosa. Se perdieron cientos de miles de empleos por todo el territorio nacional, de norte a sur y de este a oeste, pero no lo recordamos. Pero esas crisis, que dejaron muchas ciudades españolas en la ruina durante la década siguiente, solo se recuerdan en los barrios obreros que sufrieron la reconversión. Yo creo que nadie que no lo viviera de forma directa quería mirar en esa dirección, ni solidarizarse con esas situaciones porque estábamos viviendo el espejismo de que todos nos habíamos convertido de repente en clase media y esas cosas les sucedían ‘a otros’. Pero esto ocurre hoy día también: ¿Cómo nos relacionamos con la cobertura informativa de un desahucio o una huelga en la actualidad? La mayoría de las veces es como un murmullo de fondo. Con respecto a la reconversión, además, se trasladó a la opinión pública con mucho éxito y rapidez que era una cuestión sin soluciones, que todas las empresas eran una obsoleta herencia del franquismo y que quienes protestaban y luchaban por su dignidad eran colectivos nostálgicos, opuestos al progreso. Pues ahora podemos comprobar a dónde nos ha conducido todo ese progreso... Por otro lado, era un año de celebración y todas las miradas estaban puestas en nuestros flamantes macroeventos internacionales.

El año del descubrimiento llega a las salas con las secuelas de la crisis de 2008 todavía muy presentes y con la incertidumbre del covid-19. ¿Es casualidad? ¿Hay algún mensaje detrás del filme a este respecto?El año del descubrimiento

Bueno, nosotros llevamos trabajando en esta película desde 2015, rodamos a finales de 2018 y estuvimos editando durante casi todo el año pasado... Un 2019 también muy turbulento, por cierto, con las investiduras fallidas y la repetición electoral, con la aparición escalofriante de la ultraderecha y la crisis ecológica del Mar Menor... El material editado iba adquiriendo otros subtextos a medida que la actualidad se aceleraba, así que era muy difícil saber qué implicaciones tendrían muchas de sus secuencias..., y a día de hoy sigo sin saberlo. En todo caso, en la medida en que el filme es ante todo un ejercicio de memoria colectiva, hay muchos pasajes que son elocuentes más allá del contexto que atravesemos.

Dice que lleva años trabajando en esta película y, de hecho, creo recordar que la última vez que hablé con usted (a raíz de su corto Aliens) ya me mencionó este proyecto. Igual estamos malacostumbrados por el cine comercial y de gran presupuesto, pero..., ¿por qué se ha demorado tanto su estreno?

No puedo negar que hacer un film de estas características no es sencillo de financiar. La obra ha sido posible gracias a la ayuda del Ministerio de Cultura, del Ayuntamiento de Cartagena, de las instituciones suizas y de muchos otros coproductores que han colaborado. Para nosotros fue muy triste que en la Región no quisieran apoyar este proyecto (bueno, ni ningún otro) por no haber estímulos a la producción audiovisual. Estamos hablando de una película protagonizada por 45 ciudadanos y ciudadanas de Cartagena y La Unión que cuenta la memoria social de los últimos ochenta años de los barrios obreros de esas localidades. Un proyecto con arraigo en la historia y la memoria de nuestro territorio.

Hablaba anteriormente de El futuro, cinta que, de alguna manera, reflejó su interés por la memoria; especialmente, por aquellos años de la transición. ¿El año del descubrimiento es, en cierto modo, una ‘continuación’, un nuevo capítulo de aquel proyecto?

Sí. Es una respuesta, más bien. Mientras El futuro es un filme nocturno, este esta es una película diurna. La cinta anterior tenía además una forma más radical; en ésta nos hemos abierto a dejar que se construya con todas las voces de sus participantes. En ese aspecto es un film coral y ‘popular’.

Hábleme de la película desde un punto de vista más técnico; quiero decir, entiendo que ha trabajado mucho material de archivo, pero sobre todo es una recreación de cómo en un bar cualquiera de Cartagena pudieron vivirse estos hechos, ¿no?

Eso es. La película juega a reconstruir un bar de 1992, y por ese motivo está rodada con cámaras de vídeo doméstico de 1990. La cafetería en la que se desarrolla la película está modificada ligeramente con elementos de época y muchas de las personas que aparecen visten una ropa... que no es exactamente la suya. Sin embargo, no es que vayan vestidos como en 1992, sino que Rebeca Durán ha diseñado un vestuario intemporal, que pudiese ser verosímil entonces y ahora. Porque, como irá descubriendo poco a poco el espectador, muchas veces en el filme no es fácil saber en qué tiempo nos encontramos..., ¿es el pasado o el presente? Esa ambigüedad temporal está relacionada con la idea de que las crisis de entonces, como las de ahora, se desarrollan siempre en las mismas poblaciones. Y era muy importante transmitir cómo lo que sucedió entonces ha condicionado la situación actual. Pero la película no es exactamente una recreación del ‘92. Es… otra cosa.

La fórmula, desde luego, ha convencido a los jurados de medio mundo, porque El año del descubrimiento acumula un importante listado de premios que, imagino, hasta será difícil de recordar para su propio director. ¿Se esperaba una acogida así para una película que no es, ni mucho menos, convencional?

Muchas de las personas que participaron en el filme no pensaban que lo que contaban pudiera interesar fuera, que una película que recoge conversaciones de bar pudiera comprenderse en el extranjero. Sin embargo nosotros estábamos seguros de que, cuanto más local, minucioso y detallista fuera el filme, más se expandiría, más vivo estaría. En el fondo esta película conecta con asuntos de total actualidad que atraviesan preocupaciones globales: el futuro del trabajo y el futuro de la democracia. Cuando la estrenamos en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam imaginaba que el público europeo o latinoamericano podía sentirse representado e interpelado. ¡Lo que no me esperaba es que el público de Corea y Japón me dijera a la salida del cine que en sus países estaban viviendo lo mismo que se cuenta en el filme!

El último festival al que se enfrenta con esta cinta es el Festival de Cine Europeo de Sevilla, que comienza este fin de semana. Y, la semana próxima, por fin podrá verse en los cines comerciales. Llegará a la Región, ¿no? ¿Dónde la podremos ver?

Por supuesto que llegará a la Región, y de una manera inmejorable. A finales de noviembre se podrá ver en el Festival Internacional de Cine de Cartagena y en la Filmoteca Regional. Son las proyecciones que espero con más ilusión.