Ésta no es la primera que Rafael Hortal nos habla de sexo en LA OPINIÓN. Las páginas de este periódico ya han amanecido antes impregnadas de erotismo y sensualidad cuando alguno de sus relatos se ha hecho un hueco entre sucesos, crónica política y deportes; y es que la pasión y el placer, más en tiempos difíciles como los que corren, también pueden (y deben) ser de actualidad.

Por suerte, si a estas alturas a alguno le ha picado el gusanillo, no va a hacer falta recurrir a la hemeroteca, pues el escritor y periodista acaba de publicar Aquelarre, una colección de textos que incluye aquellos que vieron la luz por medio de este diario, así como los que Hortal desveló de la mano de la revista gastronómica Pomarus.

También hay cuatro bonus tracks: relatos inéditos que surgieron durante el confinamiento y en los que su autor nos introduce «en la pasión por el erotismo, en el fetichismo más imaginativo, con una atrayente descripción de ambientes que pone de manifiesto una vasta cultura que enriquece los relatos con unos diálogos funcionales, precisos y finales sorprendentes», tal y como apuntan en el prólogo María Jesús Marín y Asensio Piqueras. Hablamos con él para descubrir un poco más acerca de este libro.

¿Cuál es el propósito de estos relatos eróticos? ¿Qué pretenden generar en el lector?

Escribo por satisfacción personal, para dejar impresas las ideas que tengo en mi cabeza. Me gustaría atraer a esos lectores que no compran literatura erótica por prejuicios. Quiero que desarrollen la imaginación, que vivan mis historias y suba su libido; me alegra cuando algún lector se acerca para reconocerlo. Siempre incluyo valores de tolerancia y respeto con personajes mayores de edad, porque la sexualidad va de placer.

¿Es el sexo un arte, es cultura? Lo digo porque a lo largo del libro se entremezcla con el cine, la literatura, la pintura y, especialmente en esa primera parte, con la gastronomía.

Sí, el arte de amar. Conocemos textos en todas las épocas y culturas que hablan de la relación entre personas, comenzando por El cantar de los cantares, libro de El Antiguo Testamento y del Tanaj. Además del arte del placer que nos indica el Kama Sutra, añado en la trama temas culturales que van desde la arqueología hasta la gastronomía, y homenajeo a prestigiosas películas y pinturas eróticas. Creo que he leído a todos los clásicos de literatura erótica y los valoro en gran medida por la valentía de publicarlos en su época.

En el apartado culinario es más o menos por todos sabido (el chocolate, ciertas frutas, etc.), pero ¿es la cultura también un buen afrodisíaco?

Químicamente el mejor nutriente lo encontramos en alimentos que tengan zinc, como las ostras, por ejemplo. Pero el mejor afrodisiaco es estar en armonía con la pareja. Por supuesto que el lugar, la atmósfera, la música y la ropa ayudan mucho, pero una pareja que coincida en el amor por la cultura y el arte también puede levantar la libido admirando la belleza de algunas obras, sin llegar a sufrir el síndrome de Stendhall; hasta es posible que tras admirar las obras del museo del Prado se vuelvan corriendo al hotel...

¿De dónde nacen todos estos relatos, todas estas historias? ¿Dónde busca (y encuentra) la inspiración para generar esas situaciones y atmósferas?

Siempre he tenido curiosidad por estudiar los fetichismos y las parafilias. Todo influye, desde las películas de los años setenta hasta las noticias actuales que leo en la prensa. Incluso algunas personas que saben de mi curiosidad por la sexualidad me cuentan sus experiencias...

Imagino que, quizá de manera incluso más acusada que para otro tipo de escritos literarios, el relato erótico exige un estado de ánimo acorde, ¿o puede abstraerse de la realidad y sumergirse en este mundo de excitación y sugerencias? Lo digo, principalmente, porque el libro finaliza con cuatro relatos escritos durante el confinamiento, y buena parte de los artistas con los que he hablado estos días de covid me decían que durante aquellas semanas era imposible centrarse y crear por todo el 'ruido' que nos llegaba a través de las redes sociales, la prensa, etc. No fue su caso, entiendo, ¿no?

Suelo ser muy selectivo con los informativos y la prensa; utilizo el tiempo justo para estar bien informado. Pero el día da para aplaudir a las ocho de la tarde a los sanitarios y para abstraerme de la cruda realidad y fantasear creando relatos. Soy feliz imaginando situaciones e investigando los detalles de la trama. Busco el erotismo perdido que tanto falta en estos tiempos donde todo va muy rápido.

Por cierto, hay relatos narrados desde el punto de vista del hombre, pero también del de la mujer. ¿Hay mucha diferencia a la hora de escribir dependiendo del sexo (nunca mejor dicho) del protagonista? ¿Le cuesta más ponerse en la piel de una mujer o no somos tan distintos cuando la pasión y el deseo mandan?

Mis personajes femeninos son más apasionados y tienen un amplio abanico de matices en sus comportamientos que las hacen únicas. Para mí es fácil ponerles voz a los personajes femeninos: suelen ser fuertes y seguros, femme fatales. Empatizo con los postulados feministas. La mujer es la protagonista de esta época, ha dejado de ser solo representada como objeto para ser la artista reconocida. También expreso lo que piensan mis personajes androides sexuales. Una de las cosas más atractivas del escritor es ponerse en la piel de personajes diferentes.

Por último, no quiero dejar de preguntarle por la portada de Aquelarre , de Álvaro Peña, un referente a la hora de trabajar la figura humana, pero especialmente la femenina. ¿Es lo que le interesaba a la hora de diseñar la tapa del libro o más bien esa explosión de colores a la que nos acostumbra el pintor, y que bien podemos entender como una fiesta de los sentidos?

Conozco toda la evolución en las obras de Álvaro Peña. Cuando le propuse que hiciera la portada sabía que acertaría, incluso con la grafía del título Aquelarre que pintó él. Hablamos de que debería destacar entre los miles de libros que muestran las librerías, y efectivamente, ha quedado una obra de arte espectacular con una pareja abrazada sobre una orgía de color.