Recuerda Pedro Segura cuando, siendo apenas un niño en pantalones cortos, pasaba por la Plaza de San Francisco de camino a casa. «Allí había una estatua que no sabíamos si era de un pintor, de un escritor o de yo qué sé. Preguntábamos y la gente tampoco es que tuviera mucha idea..., igual, con suerte, alguno acertaba a decirte que ese hombre fue en tiempo un actor, pero poco más...», lamenta el polifacético artista al otro lado del teléfono. Y eso que él, cartagenero de cuna como quien inspiró aquella efigie, nació en la misma calle que el olvidado intérprete, «solo que tres números más abajo y 150 años después». Por fortuna para él y alivio de su inocente curiosidad, cuando uno toma en la ciudad portuaria la senda del teatro, tarde o temprano acaba topándose con el gran Isidoro Máiquez (1768 - 1820).

Sin embargo, a Segura parece que aquello le dejó marcado. ¿Cómo una personalidad de la talla de Máiquez no es más reconocida en su propia ciudad? «Es una auténtica pena porque, cuando indagas en su vida y rastreas todo lo que se ha escrito sobre él y lo que hizo, te das cuenta de que estás ante un icono del teatro, comparable -bajo mi punto de vista y el de todos los que han estudiado su trayectoria- a Calderón de la Barca, Lope de Vega o incluso Cervantes (quitando el Quijote...)», señala entre risas, pero plenamente convencido de su afirmación. «Porque -continúa- él cambia la historia de la interpretación en este país, él fue pionero en la forma de actuar que entendemos hoy día», apunta el cartagenero, que 'culpa' a su ilustre vecino de que sobre las tablas españoles se pasara de la exageración al realismo, al naturalismo.

Por eso, en un año como éste -en el que se cumple el primer bicentenario de su muerte- y con el Ayuntamiento, la Concejalía y el sector teatral de la ciudad volcados en la reivindicación de su figura, Segura y Bonjourmonamour, productora asociada a prácticamente todos sus trabajos, no podían quedarse de brazos cruzados. Debían rendir homenaje a una leyenda, y lejos de conformarse con la clásica reinterpretación de Otelo -a Máiquez se le ha vinculado siempre con la popularización de la obra de Shakespeare en España; especialmente con la de este texto-, el también dramaturgo y director cartagenero se puso manos a la obra en la escritura de una pieza que navega, a modo casi de documental, entre las vicisitudes de su propia existencia y los acontecimientos sociales y políticos que aderezaron la vida de este gran genio.

«Está, por un lado, el tema político -explica el autor-: la guerra contra los franceses y cómo él, de hecho, lucha en las calles de Madrid. También la parte, digamos, profesional -aunque muy influida por todo lo que estaba ocurriendo en el país-, como cuando le pide al Consejo del Teatro poder ir al país galo para conocer a François-Joseph Talma, que fue quien le reafirmó en ese camino interpretativo que él había adoptado y que le había obligado a salir de Cartagena porque aquí no se le entendía (hasta el punto de que el público le pitaba). Y también, claro, episodios de su vida personal, comenzando por su infancia y terminando en Granada, ciudad en la que, durante su primera visita, se encontraría con una gitana que le dijo que allí es donde dormiría para siempre, y así fue», aclara Segura, quien no solo escribe y dirige, sino que también protagoniza Una estatua sin palomas -la obra en cuestión, de título más que simbólico-, que el próximo sábado se subirá por primera vez a un escenario en el Auditorio El Batel de la ciudad portuaria.

«He tenido que perder algo de peso y hemos tenido que trabajar en la caracterización, porque cuando él llega a Granada tiene treinta y algunos y yo, ahora, tengo cincuenta y pico», señala con sorna. Pero, si el teatro es pasión, lo cierto es que no parece que haya nadie mejor para ocuparse de esta tarea. «En cuanto a dificultad técnica, digamos, he tenido personajes más complicados (Calígula, Tartufo...), pero es que, para empezar, esta vez me meto en la piel de un actor enorme, de un icono de la interpretación; diría que el mayor de la historia de nuestro país. Luego está el hecho de que hablamos de un cartagenero, por lo que se trata de un papel muy especial para mí. Y, por último, que se trata de la primera vez que su vida se sube a un escenario», recuerda. «Y es un reto que me daba miedo al principio -confiesa-, pero conforme han ido pasando los ensayos, ese temor se ha transformado en puro morbo».

Por todo ello, Segura habla de «responsabilidad» y «gozo» a partes iguales; también por el equipo que dirige: empezando por el autor de la pintura que hace las veces de cartel promocional, Javier Lorente; pasando por David Valverde, a cargo del espacio escénico y de la iluminación, y continuando por David Ojados, responsable del apartado musical. «Ha escrito una banda sonora maravillosa -puntualiza sobre éste último-. Y luego, el espectáculo en sí no lleva los típicos decorados: me han hecho unas proyecciones movibles maravillosas que sitúan la obra en ese París de la época, en Madrid, en el cementerio de Granada... Espectáculo muy moderno en el toque escenográfico -insiste su principal responsable-, pero mantiene la esencia del siglo XVIII y de principios del XIX gracias, por ejemplo, al vestuario de Laly Gómez y el estilismo de Ana Dolors».

Ahora solo falta que el público descubra a Máiquez, a este «revolucionario» del mundo del teatro que, «como todo buen divo, acabó defenestrado y sin un duro, viviendo sus últimos días en Granada con la ayuda de un amigo; de hecho, sabemos que está enterrado allí, pero se desconoce el lugar exacto», lamenta el cartagenero. Pero, hasta para eso -para rendirle tributo- y doscientos años después de su muerte, es, como escribió Manuel Ponce, un «actor maldito»: «Ya es mala suerte que nos toque estrenar en plena pandemia -lamenta, aunque entre risas, el actor y director-. Pero yo voy a seguir luchando para que, cuando acabe todo esto, podamos llevar esta obra a todos los sitios de España que podamos. Me voy a dejar la vida para que Máiquez tenga el reconocimiento que se merece, y ojalá que en no mucho tiempo podamos volver al Batel, sin restricciones, y lo llenemos; ojalá podamos llevarlo a Murcia y agotar en el Romea o en el Teatro Circo», señala. Y es que, por lo pronto -y aunque están peleando para ampliar un poquito el aforo-, solo cien personas podrán disfrutar del estreno. Al menos ellos, cuando paseen por la plaza de San Francisco, podrán explicar a los niños que por allí jueguen quién fue aquel hombre tallado en piedra; y, quién sabe, igual para entonces ya hay palomas que se posen en la estatua.