Era noviembre de 2018, hace ya casi dos años. Qué tiempos aquellos en los que la única explicación posible a una pandemia global que nos obligara a llevar mascarillas y a confinarnos durante semanas en nuestras casas era la producción de una serie de ciencia-ficción postapocalíptica para Netflix..., ¿no? La calma que precede a la tempestad, dicen algunos. El caso es que, aquel otoño, Ángel Mateo Charris decidió emprender una pequeña aventura: junto a un buen puñado de artistas y 'empujado' por su buen amigo Gabi Martínez, el pintor cartagenero puso rumbo a Badajoz para después recorrer durante casi una semana el trayecto que separa las comarcas de La Serena y La Siberia extremeña. Y lo hizo sin lápiz, sin libreta y sin cámara; con la firme intención de «dejarse llevar» por la «experiencia». Porque no, su misión allí no era pintar -a esa parte ya llegaremos más adelante-, sino revivir y conocer una tradición ya casi extinta como es la trashumancia.

Y aquello, al reputado creador, le marcó; o, al menos, le reafirmó en un camino que por aquel entonces comenzaba a andar. «Esta gente [la Ganadería Cabello Bravo, responsable junto a Martínez de esta iniciativa] lo que pretende es recuperar técnicas de cría ecológicas; nada de industrialización, de procesos intensivos... Ellos prefieren mantener un espacio más lento de crianza, y ese concepto de calma y de volver a un tiempo más tranquilo, desacelerado, es algo que me interesa mucho últimamente», reconoce el artista. Por eso, y aunque sabía que el proyecto de su amigo -bautizado como 'Caravana Negra' por el rebaño de oveja merina negra al que acompañaron buscando zonas de pasto- le 'obligaría' a plasmar lo vivido sobre un lienzo, Charris (Cartagena, 1962) evitó tomar notas o hacer apuntesde cualquier tipo. «Son el propio camino y la convivencia lo que te va brindando sensaciones. Y no tener que estar parándote a escribir algo, dibujar o hacer fotos hizo que lo viviera de una forma más... emocional, como de una manera más abierta en todos los sentidos. Sin intentar capturar nada o 'cogerlo' todo al mismo tiempo, solo viviendo la experiencia», asegura.

Desde luego, el ambiente era muy favorable a la inspiración; de eso no cabe duda. Ya que, como decíamos, Charris y Gabi (escritor) no estuvieron solos en Badajoz. Además de los pastores y las ovejas, de este particular 'rebaño' también formaron parte el cineasta Agustí Villaronga, el animador Mario Torrecillas, los fotógrafos Carles Mercader y Gema Arrugaeta, y las ilustradores Carla Berrocal y Carla Boserman, y la idea -como se avanzaba líneas atrás- es que cada uno de ellos pudiera reproducir la experiencia a través de su arte. Pues bien, el resultado -al menos en lo que a la parte del cartagenero se refiere- ya puede visitarse en la que es la primera muestra de la temporada en el Palacio del Almudí de Murcia. ¡Ah!, cómo no, la muestra se titula Oveja negra.

Deriva emocional

Sin embargo, la exposición -inaugurada el pasado jueves y visitable hasta el 25 de octubre- cuenta con cerca de cuarenta obras realizadas por el artista entre éste y el año pasado; y, claro, ha llovido mucho tras aquel viaje..., más si tenemos en cuenta que la deriva emocional ha ganado peso (todavía más) en la paleta del artista. De ahí que la exposición se divida en dos partes: la primera, que recoge las obras de inspiración extremeña, y la segunda, una mirada vitalista a los paisajes de la Región cuyo origen hay que buscarlo -esta vez sí- en la cuarentena iniciada el pasado mes de marzo. Y eso que Charris reconoce que no le fue fácil pintar durante el confinamiento: «Como sabía que iba a tener mucho tiempo libre, hice acopio de materiales e intenciones, pero pronto me atasqué... El 'ruido de fondo' era tan fuerte que no se me hacía fácil concentrarme. De hecho, diría que justo durante la cuarentena no trabajé demasiado, pero sí dejé sembrada la semilla para, una vez que empezamos a salir del encierro, poder ponerme a pintar».

La cuestión es que ese método de trabajo que puso en marcha en Extremadura parace haber llegado para quedarse en el estudio del creador. «Todo esto me ha pillado en una fase en la que he cambiado mi manera de pintar. Como decía antes, intento no tomar apuntes ni hacer fotografías para poder dejarme llevar por la experiencia y reelaborar de memoria», insiste. Y esto le ha llevado inevitablemente por caminos más luminosos que los transitados anteriormente. «¡Claro! En estas obras hay más color porque no son una traducción directa de lo real. Cuando no tienes un modelo delante y tienes que tirar de recuerdos, tiendes a representar la vida de una manera mucho más vibrante», apunta el cartagenero, que aunque se reconozca optimista por naturaleza, admite que esta etapa gris que atraviesa prácticamente todo el globo no hace sino aumentar su deseo de pintar «la vida». «Cuando estás todo el día escuchando esta banda sonora tan tristona es cuando más te apetece visitar ese otro lado, la parte más luminosa de las cosas», apunta.

Así, quienes visiten el Almudí podrán 'pasear' por una Isla del Barón o un Cabo de Palos «del que no te puedes fiar demasiado», pero que lucen radiantes y llenos de energía. «He prestado más atención al elemento emocional o emotivo que a la idea de representar fielmente un paisaje. Porque, ya te digo, los he recreado de memoria, y como la mía no es particularmente buena...», lamenta el artista, que, no obstante, ha convertido para esta nueva etapa de su pintura ese defecto en una virtud: «Esa torpeza visual es la que me ayuda a desarrollar en mi cabeza otro tipo de imágenes», valora el cartagenero. Y el resultado son óleos, acrílicos y hasta cinco obras pictóricas tridimensionales en las que Charris muestra, efectivamente, ese nuevo 'rostro': un mundo todavía más onírico y enérgico que el anterior y que insufla vida y optimismo hasta por medio de sus escenas más ocuras. Y, la verdad, no viene mal algo así cuando esa serie de ciencia-ficción postapocalíptica se escapa de la pantalla para encontrarse con nosotros en el mundo real...