Algunos paradigmas narrativos no dejan de ofrecer nuevas perspectivas si hay guionistas y directores con algo nuevo que aportar. Es el caso de este nuevo capítulo del segmento 'cabaña aislada en mitad del monte', vertiente 'madre con hijos', apartado 'la nueva novia de papá va a ser nuestra nueva madre', capítulo 'algo raro le pasa a mamá', sección 'cuánto daño ha hecho la educación religiosa'.

Una de las novedades (tampoco inéditas) de The Lodge (título original de la cinta) es que 'mamá' va a ser 'madrastra' por ser la pareja del padre de los niños protagonistas de la función. El previsible drama familiar de desencuentros, fricciones y posterior apaciguamiento, que sería más propio de un telefilme alemán de sobremesa, se desvanece con celeridad ya que, cuando al poco tiempo de comenzar la película todo parece encarrilarse en esta naciente relación maternofilial, es la protomadre quien comienza a dar síntomas de un comportamiento tan inusual como espeluznante.

En La cabaña siniestra -el título en español no puede ser más explícito- no tardaremos en descubrir que esa peculiar actitud de la futura madre política parece estar ocasionado por la fuerte disciplina religiosa recibida por la inminente madrastra en su infancia. Siempre hay un cura que pague los platos rotos, y los hijos no tardarán en descubrir información que vincula a su protomadre con la única adolescente que años atrás sobrevivió a una secta cuyos integrantes procedieron a un ritual de suicidio colectivo.

Como ven, un plan ideal para pasar un finde encerrado con la prometida de tu padre, mientras este debe ausentarse y os deja a solas, en una cabaña que ya de por sí tiene peli de miedo, aderezado todo ello, como hemos avanzado, con una ventisca que deja la casa rodeada de un impenetrable muro de nieve que la aisla e incomunica.

Entroncando con las más recientes representantes de ese mal llamado elevated horror como La bruja ( The Witch, Robert Eggers, 2015) o Hereditary (Ari Aster, 2018), o con el no específicamente terrorífico pero si inquietante Yorgos Lanthimos de El sacrificio de un ciervo sagrado (The killing of a sacred deer, 2017), con estilización elegante, composición del plano en simetrías desasosegantes y banda sonora minimalista, La cabaña siniestra tampoco deja atrás una indisimulada inspiración en la ya mencionada El resplandor, comenzando por la obviedad del arranque del metraje en el trayecto en coche que lleva a la familia hacia su reclusión en medio de la nieve. Y también tiene delito el padre al dejarlos solos «para que se vayan conociendo». Pero claro, de lo contrario nos quedaríamos sin película.

Merece aquí la pena mencionar brevemente algunos detalles sobre la pareja de directores, Severin Fiala y Veronika Franz, respectivamente sobrino y tía políticos. Severin estrechó su relación con Veronika cuando en su juventud hizo de canguro de sus primos y progresivamente descubrieron la mutua pasión cinéfila, específicamente por el género de terror. De hablar de cine y ver películas conjuntamente no tardaron en dar el salto a producir cortometrajes y, de ahí, a la dirección, con una serie de títulos que mantienen un elemento común con La cabaña siniestra: el foco que se arroja en la familia y el conflicto subyacente a la construcción de la identidad del parentesco. Es algo que ya han explorado en Buenas noches, mamá ( Goodnight, mommy, 2014), donde dos hijos se plantean serias dudas sobre la identidad de su madre cuando regresa a casa tras una operación de cirugía estética con la cara vendada y mostrando un comportamiento diferente del habitual.

En el fondo, tanto en esa película como en la que ahora clausura la edición 2020 del festival Sombra, Severin y Veronika indagan en la misma inquietud de los hijos protagonistas: averiguar la verdad sobre su madre? Y es que, si madre no hay más que una, parece inevitable conocer fehacientemente la verdad subyacente a la identidad de la persona más importante de nuestras vidas, sin la que ninguno estaríamos aquí.