Ya hemos hablado por activa y por pasiva de las dificultades que ha tenido la obra de Lovecraft a la hora de ser llevada al cine. Por esta razón sorprende tanto una cinta tan bien pertrechada como Color out of space. Entre otras razones, por tener la osadía de acreditar públicamente que está basada en un relato del genio de Providence, El color que cayó del cielo (1927).

Otra cosa buena que tiene la película de Richard Stanley, que hoy cierra en la Filmoteca Regional el ciclo dedicado al Lovecraft dentro del Sombra Festival, es que la película empieza como el relato: en un bosque silencioso y remoto en donde ni siquiera la luz del sol parece penetrar. Color out of space arranca precisamente con una sucesión de planos de robustos árboles en un inmenso bosque en el que parece improbable que el hombre haya podido poner el pie.

La película, como el relato de Lovecraft, alude al aspecto más cósmico del escritor, pues nos habla de una extraña entidad extraterrestre que parece dejarse caer cerca de una granja. Para que se hagan una idea de lo complicado que debió de ser adaptar el relato en esta película, en ella no hay extraterrestre ni monstruo físico que valga porque en realidad todo gira en torno al concepto abstracto del mismo. Con decirles que, según el relato de Lovecraft, la susodicha luz que da título a la historia era descrita como un haz de luz de un color nunca conocido, se pueden hacer una idea. Sin embargo, y contra todo pronóstico, Richard Stanley tira de su bagaje más abstracto y también antropológico (fue lo que estudió en la universidad) para que, al mismo tiempo que confecciona una película de terror diferente e impecable, logre codearse con las reflexiones existenciales más vivas del universo de Lovecraft.

Puro horror cósmico

Según la mitología lovecraftiana, el ser humano no es más que una ínfima mota de polvo -a veces incluso molesto- en un universo de dioses y entidades ancestrales. Es por esta razón por la que cuando el espacio indómito de Lovecraft choca con el ser humano la reacción más inmediata sea la del colapso. Es lo que se ha venido a llamar ‘horror cósmico’.

En Color out of space unos inquietantes colores llegados del cielo truncan la tranquilidad de una pequeña granja, esto y un extraño meteorito que parece haber caído muy cerca de la casa. Sin embargo, nada de lo que acompaña a estos sucesos es particularmente reconocible. Porque los efectos de ese ‘impacto’ espacial en la Tierra no es tanto físico como existencial. En la película se producen graves y muy truculentas alteraciones, es cierto, pero el verdadero problema será la asimilación de todo lo que está ocurriendo por parte de la mente del ser humano.

Al principio las cosas comenzarán a manifestar cambios muy sutiles, como si la realidad estuviera siendo adulterada. Pero, poco a poco, estos cambios en la fisionomía interna de las cosas que nos rodean irán a más hasta desembocar en una de las imágenes más abruptas que hemos visto en el cine de terror reciente. Y no, no les voy a ahorrar el trauma. Tienen que ir a verla.

Si que quisiera advertir una cosa mucho más liviana: que nadie se espante por la presencia de Nicolas Cage. El actor norteamericano -que cada día estoy más convencido de que ganó un Oscar por error en Living Las Vegas (1995)-, créanme, no estorba en Color out of space. Es más, últimamente parece estar asociándose a proyectos de cine de terror bastante extremos, como fue el caso de Mandy (2018). Además, seamos sinceros, nadie pone cara de loco como Nicolas Cage, y los que conocemos el universo de Lovecraft sabemos que seguramente las cosas irán por ahí. El cerebro humano no está preparado para asimilar las deidades del infinito.

Y esto lo retrata muy bien Richard Stanley, aunque sea a costa de hacer una cinta de compleja digestión para un público masivo. Hay que estar preparado para enfrentarse a una película sensiblemente distinta que no repara tanto en los convencionalismos como en las exigencias de la obra de H. P. Lovecraft.