En 2020, Howard Phillips Lovecraft (en adelante simplemente Lovecraft) cumpliría 130 años; pocos para los eones que viven algunas de las criaturas ominosas e indescriptibles de su particular universo literario. Y, para celebrarlo, en la actualidad atravesamos un glorioso reverdecer del audiovisual inspirado o basado en sus obras, desde la reciente Colour out of space (Richard Stanley, 2019), que se proyectará en el Sombra Festival el próximo viernes, a la serie Territorio Lovecraft ( Lovecraft Country, 2020), sin olvidar el cómic Providence (Alan Moore y Jacen Burrows, 2015-2017).

Y es que Lovecraft ha sido posiblemente la mayor influencia de las últimas décadas en todo tipo de creadores (literatura, cine, cómic, videojuegos, juegos de rol, series de televisión?) que quedaron subyugados en algún momento por su prosa arcaica y recargada, preñada de atisbos irracionales que apelan a un horror trascendente a nuestra pequeña visión a escala humana, que nos empequeñece en el tiempo y el espacio.

Considerado durante décadas un puntal de la literatura barata, del libro de bolsillo sin categoría como 'obra de Arte' y, por supuesto, en la antípodas de la Literatura (con L mayúscula), más que mostrar, nos insinuó caos reptantes y horrores cósmicos que permitieron encontrar una voz propia a generaciones de escritores (primero), cineastas (después) y, en las últimas décadas, a todo tipo de consumidores y creadores de cultura y subcultura.

Por el camino, y probablemente sin pretenderlo en absoluto, la obra de Lovecraft consiguió dotar, si no de prestigio, al menos sí de respeto a géneros como el terror y la ciencia-ficción. Puede que por su principal característica, la de arrojarnos horrores abstractos que, al apelar a la propia imaginación y a los propios vericuetos de los miedos y la fantasía del lector, podían pasar de generación en generación sin caer en el ridículo obsceno de quien procura mostrar de manera explícita el terror que quiere trasladar al lector (o al espectador).

Desde Robert E. Howard (padre de Conan el Bárbaro) a Robert Bloch (autor de la novela que inspiró a Alfred Hitchcock en Psicosis), quienes mantuvieron correspondencia y amistad con Lovecraft, hasta deudas innegables aunque apócrifas en el cine de John Carpenter ( La Cosa, El príncipe de las tinieblas, En la boca del miedo) y Ridley Scott ( Alien: el octavo pasajero, Prometheus). En este sentido, tampoco podemos olvidar a Guillermo del Toro, que demuestra su veneración por el maestro de Providence desde el «monstruo de final de fase» del desenlace de Hellboy, a las criaturas y el universo de El laberinto del fauno y los kaijus interdimensionales de Pacific Rim, hasta llegar a la mansión y la atmósfera de La cumbre escarlata. Innumerables son la deudas con el legado del padre de Cthulhu.

Lovecraft ancló su creación en imaginar que lo sobrenatural se aferraba a lo material. Ya no había espíritus inasibles ni cuentos de viejas, sino materialidad tan antigua (o más) que el universo -cuya mera existencia desmorona el antropocentrismo-, dioses corpóreos y terribles que nos arrojaron al fango y nos olvidaron, y ¡ay del día que despierten desde su morada bajo las aguas del polo de inaccesibilidad del Pacífico!

Con un descomunal afán epistolar, escribió docenas de miles de cartas a amigos, conocidos, lectores y escritores a quienes ayudaba con sus textos, aportando mejoras. Lovecraft fue el primer influencer de la era moderna, con el llamado 'Círculo Lovecraft', una primigenia legión de acólitos cuyos herederos crecen con el tiempo. Pues, si ya en un momento muy inicial de su carrera llegó a contar con un grupo de amigos (principalmente a distancia) que continuaron su legado en años y décadas posteriores, este clan se nutrió de lectores y seguidores transmutados en conversos, en apóstoles, en divulgadores de una palabra que sigue perdurando 130 años después; palabra, quizá, más viva que nunca desde las postrimerías del temprano fallecimiento del autor de Providence, la ciudad que amó y donde se despidió de este mundo dejando atrás una lápida lacónica en la que la piedra anuncia: «I am Providence» ('Yo soy Providence').