Cuando Jean Giraud, Philippe Druillet y Jean-Pierre Dionnet, los Humanoides Asociados, fundaron la revista Métal Hurlant a principios de los 70, lo hicieron para distanciarse de la corrección y la naturaleza previsible de la bande dessinée, el cómic francés, de la revista Pilote. Querían romper con las narraciones convencionales, experimentar con la imagen, y en general, sentirse libres para desarrollarse artísticamente. Tanto esa exuberancia expresiva como ese (maravilloso) caos creativo quedaron grabados a fuego en la idiosincrasia de la cultura francesa, y su influencia se intuye, de hecho, en la libérrima narración que lleva a cabo el dúo Seth Ickerman (Raphäel Hernandez y Savitry Joly-Gonfard) en Blood Machines. Claro que, por encima de todo, Blood Machines nace ligado a la música synthwave de Carpenter Brut, pues los Seth Ickerman lo han concebido como precuela de su videoclip Turbo Killer. Y si aquel ya se caracterizaba por sostenerse sobre un relato mínimo, que apenas servía como apoyo para las potentísimas imágenes construidas por los directores, otro tanto ocurre con esta prolongación temática/estética. Sí, hay una relativa intención de elaborar un cierto universo de ciencia-ficción, así como de presentarnos a unos personajes que nos guiarán a lo largo del metraje, pero a la hora de la verdad, Hernandez y Joly-Gonfard enseguida demuestran que lo que de verdad les interesa es explorar las posibilidades de la imagen (digital) y juguetear con los límites de la representación del género -no en vano, ahí está lo mejor del proyecto-. De manera simbólica, al querer distanciarse de la estética de obrascomo Alien, el octavo pasajero y Blade Runner, el dúo Seth Ickerman libera la influencia que ejerció Métal Hurlant sobre ambas, demostrando que la herencia de la revista, así como la del trabajo de sus autores, es mucho más rica y más profunda de que lo que, en su momento, pudo (o quiso) asimilar Hollywood.