Siempre he pensado que la escritura puede resultar un consuelo. Para Leopardi, agostado por la enfermedad y encerrado en la biblioteca familiar, escribir era sin duda alguna una suerte de reconciliación con la vida. En su diario, el Zibaldone, se recoge una extraña y hermosa historia, en donde el poeta describe lo que denomina «la llamada de la belleza», el momento en que por primera vez el amor se enseñorea de nuestros sentimientos.

El domingo, 14 de diciembre de 1817, Giacomo Leopardi decide garabatear unas líneas para tratar de expresar los sentimientos que se agolpan en su mente y el vacío que experimenta en su corazón. La estancia en casa de sus padres, durante tres días, de una señora de Pésaro, una mujer casada de veintiséis años, ha trastocado el ánimo del poeta. Obnubilado por la presencia femenina, empieza a describir en su diario el proceso de dolor y sufrimiento que le ha provocado la llegada de esa mujer, «los recuerdos de una melancolía indescriptible». El joven de diecinueve años que es Leopardi padece sueños febriles y agitados, en donde emerge la dulce imagen de la señora, viva en medio de las tinieblas, mientras duerme, pues la contempla con los ojos cerrados, bajo los párpados.

Invadido por un estado melancólico, Leopardi se nota «más sensible, más poético», pero al mismo tiempo se da cuenta de que ha perdido capacidad para el estudio, la única meta en su vida hasta conocer a la señora de Pésaro. No puede dirigir la mirada a los estudios, que se le asemejan huecos y sin ningún sentido, pues otro deseo alimenta su mente y su corazón. La búsqueda de la gloria, que era el objetivo hacia el que apuntaba la obsesión por el estudio, ha pasado a un segundo plano mientras permanece el espíritu vacío y lo que Leopardi denomina «enfermedad de la mente». El 16 de diciembre de 1817 logra culminar, finalmente, un poema dedicado a la señora. Es una elegía de enorme pureza que descarga todo el amor juvenil del poeta.

Finalizada la estancia de la señora de Pésaro en casa de los Leopardi, la imagen de la joven va a desvanecerse en la mente del poeta, lentamente, con el paso de los días. De hecho, al cumplirse una semana desde el inicio de la enfermedad, Leopardi observa una evolución en sus sentimientos, retornando poco a poco el afán por el estudio. En las notas elaboradas el 22 y 23 de diciembre se dispone a poner fin a esa ‘conversación’ que ha mantenido consigo mismo para tratar de aliviar su corazón y poner en orden sus pasiones.

En todo caso, reconoce la pureza de sus sentimientos y la espontaneidad de todo lo que ha escrito, pues en su pecho ha ardido un fuego no contaminado y puro. Y Leopardi es consciente, en último término, de que ha sido la ausencia de la señora de Pésaro la que ha diluido, en definitiva, la imagen que se había forjado, pero también sabe que una posible vuelta de la mujer podría avivar la pasión.

La historia que recuerda el primer amor de Leopardi apenas dura un suspiro, unos cuantos días en el diario pero permanece el aliento de algo perdurable. Los recuerdos del primer amor se agotan, como una lámpara de aceite que languidece y de vez en cuando provoca los últimos destellos.