En casa, un jardín, un viejo presbiterio con un granero. Estamos en una suerte de granja al sur del valle del Loira. Corre el verano de 2015. Con más de setenta años, Alberto Manguel se ve en la necesidad de embalar nuevamente su biblioteca, de más de 35.000 libros, y dejar atrás el viejo presbiterio con el granero.

Consumido por una extraña melancolía, Manguel contempla los estantes vacíos, los anaqueles donde antes reposaban los libros, que han vuelto, sin más remedio, a las cajas, al olvido. Así se inicia Mientras embalo mi biblioteca, un libro con un claro tono autobiográfico, que recorre el arco cronológico que va desde el momento en que Manguel embala la biblioteca del Loira hasta el instante en que es nombrado director de la Biblioteca Nacional de la Argentina.

Como toda biblioteca es autobiográfica, Manguel encuentra en ello el tema elegíaco del libro. Por eso escribe sobre cómo ha organizado su biblioteca, especificando la relación que ha experimentado con las bibliotecas en general, porque se ha de decir que Manguel ha pasado la mayor parte de su vida construyendo bibliotecas, que luego, finalmente, ha embalado en cajas mientras los libros esperaban el momento oportuno de cobrar vida sobre las paredes de una nueva biblioteca.

El proceso de embalar una biblioteca tiene algo de necrológico. Embalar, señala Manguel, «es un ejercicio de olvido», que estimula un ejercicio de nostalgia. Ante la pérdida de la biblioteca del Loira, por ejemplo, experimenta la misma sensación que Alonso Quijano cuando comprueba, después de dos días de reposo en la cama, que ha desaparecido su biblioteca. Algo parecido a lo que debió sentir Galeno cuando se incendia su biblioteca en el siglo II y no tiene más remedio que recluirse en sus recuerdos. Por no hablar de la desaparición de la biblioteca de Alejandría y la sensación de pérdida para la cultura occidental que deja en el ánimo de cualquier lector. Desembalar, por el contrario, es un acto creativo que supone situar los libros en una nueva posición en los anaqueles. Al desembalar, precisamente, empiezan nuevamente a aflorar los recuerdos que nos vinculan a cada libro.

Las digresiones que Manguel va desgranando al hilo del tono elegíaco de la narración son reflexiones en voz alta que tratan de atrapar al lector en la magia y en los límites del lenguaje, un tema muy querido por Borges. Porque, efectivamente, en cada libro se busca una epifanía que, al final, nunca se cumple.

Manguel experimenta, por lo demás, una sensación de posesión con los libros que lee. No puede desprenderse de ellos porque proporcionan alivio y consuelo, además de una eterna conversación que suple la soledad del ser humano. Y ama tocar los libros porque son 'talismanes mágicos'.

Las notas autobiográficas de la sostenida elegía culminan en Argentina, en Buenos Aires, cuando Manguel es nombrado director de la Biblioteca Nacional y vuelve a la ciudad y recuerda con orgullo que Buenos Aires es una ciudad de libros. Por eso, Manguel explora la forma en que la literatura influye en los viajes, en la vida misma, como ocurre en la colonización de América, donde la imaginación de los colonos está inflamada por las lecturas de libros, por las historias que emanan de los libros.

Mientras embalo mi biblioteca apunta, finalmente, quizá a modo de justificación, a la labor desarrollada por Manguel al frente de la Biblioteca Nacional de la Argentina, tras dejar atrás la biblioteca del Loira. En este punto, los recuerdos de Borges se mezclan con la idea de justicia y de ética cívica, aplicadas al trabajo en una biblioteca, porque lo que pretende Manguel es ejercitar esa idea en la Biblioteca Nacional. No es casualidad que el libro se cierre con una reflexión sobre el valor de la palabra, sobre la función que cumple la literatura en la sociedad, dado que la literatura es memoria y tiene un carácter testimonial.

Quizá, al fin y al cabo, en cualquier biblioteca o ante cualquier libro, Manguel experimente la misma sensación que el protagonista de la célebre novela de Kafka, la extraña paradoja de estar atrapado y al mismo tiempo jugar con la posibilidad de echar a volar.