Lo que busca hoy el viajero curioso que no se conforma con ser turista de grupo ya lo ofrecía Josep Pla (El Ampurdán: 1897-1981) en 1942, al contarnos este viaje que comienza en Mallorca y va derivando por el levante mediterráneo hasta el Mar Negro.

¿Y qué es lo que busca? Que lo enseñen a mirar, que le muestren cómo hay que ver aquello que hay que ver, que no lo chiflen con datos que enseguida olvidará sino que acceda a lo esencial de cada sitio mediante las palabras justas, precisas pero indispensablemente sorprendentes. Josep Pla es una escuela del mirar, y la reedición de este volumen y otros suyos semejantes son el más apropiado regalo para quien, en estos tiempos, pueda viajar. Los datos prácticos actualizados ya los obtiene el viajero en cualquier aplicación o web de la Red. La mirada de Pla solo está en sus páginas. Hasta con una broma inicial que ahuyente al pedante y atraiga al bienhumorado, algo imprescindible para caminar en compañía: «Estoy en posesión de la condición previa más importante para ser en España un gran escritor: tengo poco dinero. A partir de ahí, a viajar con el gran maestro, a comer en su compañía (salmonetes, lenguados, sardinas€), a sonreír mucho y enfadar nada.

Pla mira de tal modo que lo topan o busca él y los halla afortunados y pasmosos hallazgos lingüísticos. Por ejemplo (hablando de sepulturas en cierto cementerio) se inventa una excelente expresión: «dolor de mármol» para ensalzar y comprimir la expresión de unas imágenes. El Mar Negro es «de un azul fangoso». ¿Azul y fangoso como colores y en la misma frase? ¿Cómo es posible? Pues igual que engolfamiento y cruz latina: la desigualdad de sus segmentos lleva al alma a naufragar en las iglesias de tal planta «como en un suave y dulce engolfamiento». Y si fuesen pocos dos adjetivos, vayan tres (hinchado, obtuso y fofo) aplicados a una de esas mezquitas estambulíes (que tan poco le gustaban: nadie es perfecto): «El templo enorme cae otra vez en el silencio hinchado y obtuso de esta arquitectura fofa».

A veces, por el contrario, le basta un solo adjetivo (balcánicos) para hacer que estalle el párrafo: habla Pla de la estación de Sofía, del Orient Express, de los coches desvencijados «enganchados a unos caballejos esquilados de cualquier manera, flacos y balcánicos». Entendemos esquilados y entendemos flacos: pero ¿balcánicos? Y, sin embargo, nos quedamos con él tan a gusto: un rocín en los huesos y mal equipado será para mí (siempre ya) «balcánico».

También Pla nos llena de aforismos brillantes: «El ideal de los grandes revolucionarios consiste en implantar el código de comercio suizo, el código civil sueco, la peluquería alemana, las bebidas inglesas y los modales norteamericanos». De síntesis que son relámpagos: «Bucarest es una desilusión», «Atenas es una ciudad desintegrada», «Sicilia es un montón grandioso de escombros y de ruinas», o Grecia: un país «sumergido en una pesadumbre mineral definitiva». Y la naturaleza (con chiste): «mala, incómoda y salvaje. Para cantarla hay que disponer previamente de una buena calefacción, de una mesa agradable y bien provista, haber eliminado las corrientes de aire».

Ese humor afectuoso que nunca falta: tras una navegación vaiveneada «cuando el barco amarró en Constanza, todos (hasta el buque) parecíamos convalecientes». En Rumanía ve a un pope ponerse hasta arriba comiéndose un pollo y relamiéndose a tope, aunque le comentó a Pla que los pollos no tenían ninguna importancia, que «lo decisivo era ganar la gloria del cielo». Un tal Baranda define al Santo Oficio así: «La Inquisición no es nada; un Cristo, dos candelabros y tres majaderos». Y Pla al cuasi sagrado Canigó: «Esta enorme montaña tiene el defecto de casi todas las montañas: para mi gusto, es demasiado alta». Y léase a mandíbula batiente y doble sentido lo escrito sobre el puerto croata de Zara.

¿Conclusión de tanto viaje mirando mil cosas? «La gente no sabe aburrirse. Una de las fuentes de dolor humano más copiosas y más perennes es la agitación inútil, el movimiento gratuito. El hombre no puede con el hastío porque cree, sin razón, que es lo que se parece más a la muerte. Sin embargo, yo creo que una de las piedras de toque más seguras para demostrar la fuerza de un hombre es su capacidad para superar el tedio».

Y entonces cita a un hombre riquísimo a quien pregunta en Biarritz cómo había pasado el día: «He pasado un día maravilloso. Me he aburrido deliciosamente. He pasado el día sentado en esta butaca, viendo caer la lluvia, contemplando el mar, observando más o menos el paso de la gente». Amén.

Gracias sean dadas cada vez que un libro del gran maestro Pla se vierte al castellano: ahora mismo, sus dietarios madrileños y (una vez más) su crónica sobre el advenimiento de la II República española. Absténganse posmodernos.