Muro de carga es el título del nuevo libro de poesía que Ángel Almela Valchs (Cieza 1955) acaba de publicar en La Fea Burguesía. Tras una larga trayectoria de poesía inteligente y expresiva, este nuevo poemario nos devuelve al poeta que traslada de manera directa los latidos de su vida al poema y logra, sin artificios y alambiques extraños, representar un mundo poético emotivo que convence a su lector por su diáfana claridad.

En total son 45 poemas muy bien cohesionados porque su argumento se centra en esa existencia sostenida por el muro de carga que figura sorprendentemente en el título. Del mismo modo que un muro de carga constituye el soporte o equilibrio de los edificios, los poemas del libro se apoyan unos en otros, con sus encuentros y contradicciones, para representar la vida del poeta en los sentimientos que la construyen y la hacen habitable. Una sutil corriente autobiográfica autentifica la verdad de todas las composiciones y devuelve a la poesía, con su sinceridad y con su nítido idioma, el poder de convertirse en notaria de la existencia con todos sus matices y recovecos. La poesía de Ángel Almela se constituye así en reflejo de la vida, y de los que comparten la vida con el poeta.

Se descubre enseguida, en la andadura elegante de estos poemas, la sensatez reflexiva de un poeta entrado en una madurez presidida por la serenidad y la reflexión. Cada edad tiene su estilo y la larga trayectoria de un poeta constante como Almela le permite alcanzar cotas de entereza un tanto estoica que le dan a estos poemas una unidad y una fuerza absolutas. Profundizado en las propias galerías de su alma, el poeta redescubre su mundo y lo muestra en sus gozos y en sus sombras para desencadenar espacios de reflexión muy bien conseguidos, porque en el fondo van hacia la esencia de las cosas y de los días.

Sobresale en este libro la variedad de impulsos que comparecen en sus composiciones y que son equilibrados por ese mítico muro de carga que los preside. Ante todo surgen las emociones que al poeta le interesa eternizar con su palabra poética en su propio contexto y envolverlas en su escenario añorado recuperándolas con memoria fértil. Comparecen entonces los paisajes, los amigos, y surgen las preguntas y las inquietudes que provocan momentos evocados con nostalgia. Comparece también el contexto urbano habitual, la ciudad propia en la que se vive, y comparece la propia historia personal para construir un universo poético lleno de vida, inscrito con letras imborrables en las palabras poéticas capaces de construir mundo y eternizar instantes. Solo la experiencia de un poeta como Ángel Almela es capaz de lograr un conjunto tan sólido y cohesionado de autobiografía y verdad.

Lo interesante es revivir con el poeta los espacios de esa existencia. Recuperar escenarios que conmovieron y recrearse en el recuerdo de sensuales sensaciones de serena posesión vinculadas a momentos muy concretos y detallados de la vida. Sentir de cerca el cuerpo amado y venerarlo en los pormenores más atractivos desarrolla escenas de indudable sensualidad serena y reflexiva. Porque la madurez del poeta no está reñida con la pasión de sus sentimientos más desnudos y expresivos. Revivir paisajes amados, una ciudad, un mar, la luz de agosto, un lago remoto, un cielo admirado, un otoño, París? y recuperar espacios de amistad para construir esencias poéticas es tarea compleja que el poeta resuelve con la naturalidad de su verso armónicamente distendido en sus muy bien construidos poemas. Muy bien articulado, el libro comienza, como hicieran los clásicos grecolatinos, evocando a la generosa musa, y termina con inquietantes poemas testamentarios en los que se afirma y confirma el amor a la vida y la presunción de un final envuelto en la bruma del desasosiego, ante la caducidad segura del tiempo, evocado en un último y coclusivo muro de carga.

En jornadas de desánimo como las presentes, la lectura de este libro de Almela devuelve al lector la fe en la palabra poética y, sobre todo, la confianza en que los sentimientos pueden conciliarse para crear, con el verso adecuado y el poema sincero, mundos que despierten en el lector sentimientos de compasión, dicho sea en el sentido más recto y etimológico del término. Un poeta, un mundo, una ciudad recoleta, unos amigos, y la convivencia con los seres más cercanos dan fuerza a un libro como este en el que los lazos sensoriales no dejan de provocar encuentros que enriquecen el conjunto del poemario, porque, como se ha asegurado, entre la literatura y la vida Ángel Almela elige la vida.