Todo se ha vuelto extraño en los últimos meses con la pandemia. Asistir a un concierto de música en vivo con entradas nominales, mascarillas, hidroalcohol, sillas separadas por una distancia de seguridad… es como un episodio de Black Mirror, un mundo distópico.

Después de los conciertos en streaming que invadieron las redes sociales, llega la música en vivo con aforo reducido gracias al ciclo Las Noches del Malecón. M-Clan fueron los encargados de abrirlo, pero... ¿cómo sería un concierto de rock en estos tiempos ? ¿Cómo sería el reencuentro en este verano de las mascarillas?

Hay que decir que la organización ha hecho lo posible por devolver la normalidad a lo que desde hace poco tiempo no la tiene, proporcionando seguridad y confort. M-Clan tenían entre sus previsiones, aplazadas sine die, la grabación de un disco en directo que conmemorara el 20º aniversario de Sin enchufe y volvería a reunir a Carlos Tarque y Ricardo Ruipérez, que habían emprendido sendas carreras en solitario. Si Tarque se había dado el gusto de subir el volumen con sus nuevas canciones, Ricky eligió bajarlo un poquito. Esta reunión fue más acústica y sosegada, pero rebosando rock, al mismo tiempo que manifestando su sensibilidad, su talento melódico. Con ellos brilla la clase e intensidad del medio tiempo rockero, la raíz de la música americana (de los Byrds a Crosby, Stills, Nash & Young, Eagles o America) que siempre ha alimentado a M-Clan entre magníficos juegos vocales aderezados con guitarras acústicas.

El repertorio, basado en sus grandes éxitos, fue perfecto para escuchar al atardecer, y se lo saben bien. Lo hicieron en la gira Desarmados, donde recorrieron locales de medio aforo con un rock hecho de corazón sustentado sólo en ellos dos. Ricardo se encarga de la guitarra, y Tarque, transformado en ‘one man band’, se ocupaba de tocar el cajón (incluso con escobillas), soplar la armónica o tañer la pandereta (aunque esta vez no vuele por los aires), y tocó la guitarra al menos en cuatro canciones: Roto por dentro, Maggie, despierta, Concierto salvaje y La esperanza, alejado de virtuosismos; un reto que le pone un poco nervioso, pero le agrada: «¡Que gusto estar aquí!». Y rugía a lo Roy Orbison. «Es muy emocionante poder tocar de nuevo. Empezamos en Lleida, pero el verdadero comienzo es aquí».

Tarque y Ruipérez desnudaron las canciones que tan bien les han funcionado. Resultó fascinante comprobar que disfrutan y que retienen todo su poder sin mella alguna. Juntos rompieron el hielo que imponían las circunstancias.

Nuevos matices, versiones personales despojadas de instrumentación y arreglos subrayaban la sensibilidad y sonoridad de una de las mejores y más reconocibles voces del rock español. Y es que no solamente los clásicos acústicos de M-Clan tuvieron cabida en el set-list. Empezaron con Filosofía barata para dejarlo claro; la pieza que abre Sopa Fría inició la primera parte del recital, en la que también cayeron Souvenir y Para no ver el final. Tarque se mostraba como una estrella de carne y hueso, rockeando como un chaval; ya se sabe que lo suyo con el rock and roll es genético: un pura sangre que se mueve como pez en el agua incluso atado a una silla.

Con Llamando a la Tierra, la versión de Steve Miller Band que convirtieron en éxito, Tarque, al cajón, animaba al público para que le siguiera («cantando no se contagia esto»). El ambiente era de celebración, no podía ser de otro modo tratándose del primer concierto después de tanto tiempo. Ricky lo describió acertadamente como el de un cine de verano. Hasta la música de antes del concierto contribuyó a crear ese clima positivo («te contrataré para mi funeral» le dijo Tarque al dj).

Pero no todo el repertorio transcurrió en una onda plácida. Ellos habían venido a rockear, así que tiraron de piezas como Calle sin luz, donde les sale un ramalazo a The Who -aunque sin desmelenarse del todo-. Tras Roto por dentro y La esperanza llegó uno de los momentazos, con Tarque soplando la armónica a lo Sonny Terry imitando a una locomotora. Y precisamente a Un buen momento, el primer álbum de M-Clan, pertenece el blues rock de Perdido en la ciudad, que Tarque rebautizó como El blues del ibuprofeno, improvisando sobre la letra y golpeando con fuerza el cajón.

No faltaron himnos como Las calles están ardiendo, Gracias por los días que vendrán con un llamamiento a la responsabilidad, Maggie, despierta (la acaban con Te quiero igual de Calamaro), o Miedo, que dedicaron a los sanitarios y todas las personas que nos cuidaron durante el confinamiento, dejando que el público la cantara.

Comprobamos que la melodía sigue siendo tan deliciosa como siempre. Por no faltar, no faltaron ni unas gotitas de lluvia con sabor stoniano que refrescaron la noche, ni, por supuesto, Quédate a dormir, con una pequeña improvisación de flamenco. «¿Cómo salimos de esto ahora?», se preguntaba Tarque; como siempre, la espontaneidad les salva.

Cuando ya parecía que habían acabado, volvieron a salir con Carolina y Concierto salvaje, que fue el broche final a una noche fantástica en la que el rock había regresado a la ciudad. «Ganas tengo de dejar la acústica en casa», exclamó Ricky con la sangre bullendo por sus venas. Ganas tenemos todos de que esto acabe, pero agradecemos que M-Clan nos lo haga más llevadero.T