Él es uno de los intérpretes más queridos de la Región; no en vano, todavía puede decir orgulloso que es el último Gran Pez. Treinta años de teatro, televisión y cine le avalan, y personajes como Quique Gallardo ( Los hombres de Paco) o Secun ( La que se avecina) forman parte ya de la memoria colectiva de la pequeña pantalla. Sin embargo, Enrique Martínez (Alcantarilla, 1961) es también uno de nuestros artistas más inquietos y, quien haya seguido un poco su carrera, sabrá que viene desarrollando una intensa labor musical desde hace años. Profesor de canto y terapeuta de la voz, su nombre ha aparecido últimamente junto a los de algunos de los artistas más dados a la experimentación de la Región (Bosco, Muerdo), y seguro que más de uno se habrá topado con algún fragmento de vídeo en el que demuestra sus (muy particulares) dotes frente a un micrófono. Y es que Martínez es todo un especialista en 'música ancestral chamánica', una rara vertiente vocal que el cartagenero Javier Contreras ha sabido fusionar con la electrónica para dar vida a Feelharmonics. El polifacético actor murciano define este proyecto como un 'dúo étnico-jazzístico-espiritual', pero por si todavía quedan dudas sobre lo que ofrecen, hemos hablado con él de cara a la presentación que este jueves tienen en el Teatro Circo de Murcia.

'Música ancestral chamánica'. Habrá gente a la que esto le suene a chino. ¿En qué consiste?

Bueno, es algo en lo que llevo trabajando desde hace mucho tiempo. Tiene que ver con el canto de armónicos y las voces tribales, con una técnica vocal concreta que viene desarrollándose desde el principio de los tiempos. Yo, además de actor, soy profesor de canto y terapeuta de la voz, lo que pasa es que esta es una parte quizá poco conocida de mi carrera profesional; no obstante, a nivel, digamos, underground, sí que soy reconocido por esta faceta (profesionales de la medicina, psicólogos...) porque es algo muy novedoso. El caso es que yo hago talleres sobre el tema y, con el tiempo, he ido desarrollando una serie de músicas que, en un momento determinado, llamaron la atención de Javier Contreras. Las escuchó y me propuso fusionar estos cantos primitivos con la electrónica en una forma de música trance o de meditación. El objetivo era sacarla de los centros de terapia o yoga y ponerla sobre un escenario.

El resultado es Feelharmonics, pero antes de entrar en detalle, me decía que su relación con la música viene de muy atrás. Sin embargo, la gente normalmente se acerca al pop o al rock... ¿Cómo da usted con este tipo de cantos?

Pues, si te soy sincero, fue una revelación, o una manifestación -llámalo como quieras-, que tuve a raíz de empezar a hacer terapia con la respiración. Fue en 2001, yo ya era profesor de canto, y me dio por empezar a escuchar los armónicos, que están muy relacionados con el timbre de la voz, con todos los componentes vibratorios que crean una nota. Empecé a tener alucinaciones cognitivas con aquello, y en vez de pensar que estaba loco, empecé a trabajar con ese material aprovechando mi bagaje musical; porque aunque mi vocación no se había manifestado de forma concreta, a raíz del teatro, yo siempre he estado rodeado de músicos, me he criado con músicos. Al final, el cambio de siglo vino también acompañado de cambio de estado del alma.

Decía que es una faceta suya «poco conocida», pero no completamente desconocida. Ya ha dejado alguna pildorita de estos cantos en el audiovisual o en colaboración con bandas como Bosco.

[Ríe] Sí, sí. Con ellos hicimos un seminario y un proyecto muy bonito que se llamó Viaje a través de la voz, pero también he trabajo con músicos de contemporáneo como el murciano Luis Muñoz, o con Alfonso Ortega, con grupos como los granadinos Minha Lua, con el molinense Muerdo... Me llaman continuamente para hacer cosas, me reclaman como si fuera un sintetizador [Risas].

¿Y cómo se queda la gente al escucharle? Porque quizá es algo a lo que el oído del público general no está acostumbrado...

Desde luego no es algo habitual. Puedes haber oído música étnica, el canto de armónicos de los mongoles -que es muy conocido-, música tribal africana... Lo que yo hago es algo parecido a esto, para que la gente se entienda, pero tengo una versión muy particular de interpretar estos cantos... Entonces, claro, la gente al principio se sorprende; hasta puede que a alguno le genere un rechazo absoluto, no digo que no, pero casi nunca ocurre algo así. Lo que nosotros hacemos con Feelharmonics es una música muy filtrada; no es trance ni sumamente repetitivo, sino que vamos cambiamos capas, abriendo nuevos senderos musicales. Diría que es un poco como jazz, con una estructura sobre la que vamos improvisando: respiramos el ambiente del teatro y, en base a eso, intentamos crear un espacio común, una burbuja musical para músicos y público a la que nadie pueda resistirse. Y al final la gente quiere cantar conmigo, como te decía, así que supongo que eso es porque gusta [Ríe]. Está claro que, si solo te gusta la jota o el pop, habrá un rechazo, pero creo que es algo pasajero porque con estos cantos siempre acaba apareciendo la luz; es una cualidad que tienen esta música, que te llega al corazón.

Hábleme de la otra mitad de Feelharmonics, de Javier Contreras. Decía que quedó prendado de sus cantos en uno de sus talleres...

Sí [Ríe]. Javier es un músico cartagenero que viene de los ochenta, cuando trabajó con el grupo Azul y Negro. Es experto en sintetizadores, en análisis de sonido y compositor; de hecho, ha hecho mucho cine, música para cortometrajes y acaba de terminar un documental. Y sí, tras uno de mis talleres, vino a Madrid [donde Enrique reside actualmente] para proponerme 'comercializar' aquello. Como primer paso, grabamos un disco con mi voz -disco que él luego trabajó con su músico- y, como segundo paso, sacó los instrumentos a escena. En los últimos años él había sido más bien un músico de estudio, pero ahora nos hemos echado a la calle como un 'dúo étnico-jazzístico-espiritual' [Risas]. Después de unos tres o cuatro meses de preparación, presentamos el proyecto por primera vez en directo en la Sala Galileo de Madrid, en abril del año pasado, y, desde entonces, hemos hecho algún concierto más por la capital; un par: en el Teatro Montalvo en verano y en el Café Berlín en septiembre. Estamos todavía empezando a dar a conocer este proyecto...

¿Y qué tal casa algo tan, a priori, antiguo, como los cantos chamánicos, con algo tan, a priori, moderno, como la electrónica? ¿No le chocó al principio la mezcla?

La verdad es que no. También es que yo siempre he sido muy admirador de los orígenes de la electrónica, de la música minimalista; gente como John Adams, Steve Reich... De hecho, mira: durante un tiempo estuve investigando la biografía de Reich y me di cuenta de que, como parte de su formación musical, él había estudiado los ritmo africanos y esas estructuras aparentemente repetitivas que van cambiando de fases y que, en un momento dado, podían llegar a convertirse en música trance y provocar a quien las escuchaba un estado próximo al éxtasis. Con lo cual, cuando llegó Javier y empezó a hablarme de estos músicos a los que yo admiraba o de otro más relacionados con la electrónica más primitiva de los ochenta como Kraftwerk, pues imagínate... Y luego que, como te comentaba, comparten ciertas raíces, con lo cual, son músicas completamente compatibles.

Por lo que me ha contado, me da que quien se acerque al Teatro Circo de Murcia este jueves no va a ver un concierto al uso...

No. Yo diría que es una mezcla entre la experiencia sensorial y el viaje sonoro. O, por qué no, un viaje interior, una forma de encontrarse consigo mismo. Eso depende de cada uno.