La oscuridad se hizo luz. The Darkness es un soplo de aire fresco en un paisaje gris. Desembarcaban en Murcia la noche del Brexit para presentar su sexto álbum, el más ecléctico, Easter Is Cancelled, una mini ópera rockera que desató polémica por su portada, y que examina el rol del músico en la cultura voraz del mundo moderno, en un momento en que el rock se ha vuelto serio, rancio y políticamente correcto.

Vestidos de blanco como unos Rubettes resucitados, los hermanos Hawkins y compañía centraron todas las miradas desde el primer acorde. Ofrecieron un puñado de canciones lustrosas con melodías sólo al alcance de unos pocos, coros made in Darkness, variedad compositiva y hard rock a cascoporro. Nadie mejor que ellos para hacer rockear y, ocasionalmente, reír, explotando sus mejores virtudes: potencia, sentido del espectáculo, diversión por encima de todo y mucha comunicación.

El excéntrico Justin Hawkins, una verdadera rock star, se pasó todo el tiempo interactuando con el público, lanzando todo tipo de comentarios ingeniosos. Y no se puede pasar por alto a su hermano Dan, con ese enorme sonido de guitarra, fundamental para engrasar la maquinaria de hard rock setentero que son The Darkness. Es indudable el talento musical del grupo, que navega en una muy fina frontera entre lo bizarro y lo grandioso.

Dejando aparte las lentejuelas y la llamativa indumentaria glam, también aportan mucha presencia el bigotudo bajista Frankie Poullain y el batería Rufus 'Tiger', hijo de Roger Taylor de Queen (¡cómo suena esa batería! ), una auténtica apisonadora disparando el enorme sonido de los tambores desde su plataforma, que también sirvió para que saltaran al vacío Justin y sus compañeros. Justin dándolo todo, haciendo el pino como una aeróbica Eva Nasarre del glam, profiriendo falsetes a medio camino entre su idolatrado Freddie Mercury y la bestia que lleva dentro, y repartiendo guitarrazos con clásicos como 'Givin' up', una de sus mejores piezas, o 'One way ticket', que te carga las pilas y te manda directo al infierno.

Rock-espectáculo de vieja escuela con ADN glam como el que solía hacerse antes. Y es que mientras Justin Hawkins sostenga el micrófono, el espectáculo no es solo musical. Los cambios de vestuario eran continuos (el más llamativo, un conjunto de encaje negro calado), y el repertorio no se limitó al último disco; esta vez fue sonó también lo mejor del resto de la carrera del grupo. Antes de 'Growing on me', Hawkins agradecía al público con humor por no pedir "tocar canciones que conocemos", y también regalaron una adquisición atómica: su versión metalera del brutal 'Street Spirit' de Radiohead, con la que cualquier hípster se rasgaría las vestiduras; la interpretación del thrash metal fluía a medida que se mezclaba con una líneas de 'While My Guitar Gently Weeps' de los Beatles. Otro de los momentazos lo protagonizó Justin solo con la guitarra acústica cantando 'We are the guitar men' con la que cerró la primera parte del show.

The Darkness nacieron para ser estrellas. Lo tenían (lo tienen) todo para ocupar un lugar en la historia de la música británica y mundial. Por suerte, pudimos comprobar que el grupo de los hermanos Hawkins vuelve a estar en plena forma. Ante la pregunta de si han logrado sobreponerse, volver a reunirse y ofrecer grandes canciones y aún mejores shows, la respuesta es una rotunda afirmación.

Los dioses del rock de Lowestoft tienen munición para derribar a los más escépticos. Todavía están aquí, todavía cantan notas con las que muchos ni siquiera soñarían, todavía tocan algunas de las pistas de guitarra más asombrosas del rock. Muy bien, siéntete bien. Rock and roll.