La escritora argentina Samanta Schweblin considera que «estamos pasando un momento de fascinación» por Internet que nos ha dejado «cegados ante su encantamiento», lo cual es «bastante peligroso» en un tiempo en el que «la tecnología avanza demasiado rápido» y no nos deja «tiempo para pensarla». Nominada en 2017 al prestigioso Man Booker Price y ganadora en 2018 del Shirley Jackson por su primera novela, Distancia de rescate, hace esta reflexión en Cartagena como finalista del Premio Mandarache con su obra Kentukis, en la que la tecnología y las relaciones con desconocidos a través de ella es la principal protagonista.

La autora latinoamericana participó ayer en varios encuentros con lectores en la ciudad portuaria -incluido uno multitudinario a primera hora de la mañana en el Paraninfo de la UPCT-; actos que le sirvieron para defender la candidatura de Kentukis a este prestigioso galardón y alertar sobre los peligros de la tecnología, que, no obstante, aclara, «no es buena ni mala. Tecnología también fue la invención de la rueda o el descubrimiento del fuego -añade-, la tecnología es solo una herramienta». Sin embargo, el reto es marcar ciertos límites «morales, legales, privados» para no poner en peligro lo que somos nosotros mismos, apunta.

Kentukis, que compite en este certamen en el que el jurado son lectores de entre 15 y 30 años con El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández, y con La memoria del árbol, de Tina Vallès, plantea la necesidad de esos límites en un juego de relaciones en que cualquiera puede comprar una «mascota» digital que controla otra persona en cualquier lugar del mundo. La trama se sitúa en un «espacio que oscila entre real y lo extraño» en el que el lector acaba por preguntarse si lo que le están contando podría suceder de verdad, con una sensación a medio camino entre la intriga y el miedo a que pueda ser así. «Me interesa el miedo porque despierta, concentra toda la atención, nos obliga a mirar con una urgencia imperiosa por entender», afirma la autora.

Mientras llegan a ser una realidad los 'kentukis' de la novela que ella imaginó un día mientras iba en autobús por Buenos Aires, Schweblin reflexiona sobre uno de los frutos de la tecnología que sí es ya real, las redes sociales, en este caso, como impulsoras de la lectura y la escritura. «Si comparo a los jóvenes de ahora con los de mi generación, y pienso en la enorme participación en redes sociales que solo puede darse mediante la escritura y la lectura -escrituras y lecturas que además suelen ser ácidas, irónicas, graciosas..., es decir, que requieren ingenio, códigos e inteligencia-, diría que quizá hasta sean mejores lectores y escritores que lo que fuimos nosotros a su edad», subraya.

En su opinión, aunque ese intercambio «no es estrictamente literatura», sí utiliza «muchas de sus herramientas» y pueden ser también una llave para adentrarse en la literatura, un arte que da, a su entender, una oportunidad «única y absolutamente fascinante: la de probarnos a nosotros mismos, la de testearnos, enfrentarnos a nuestros peores miedos y ensayar movimientos de supervivencia, movimientos físicos, intelectuales, emocionales». Y, lo que es mejor, añade: «Volver a la vida real intactos, pero con información vital, información sobre nosotros mismos que podría realmente cambiar decisiones de vida, modos de sentir o de sentir al otro, modos de entender un mundo que, sin pistas, puede volverse muy pronto un lugar oscuro». A eso se suma, dice, que «no solo los lectores se transforman al atravesar una novela, también los autores sufrimos nuestras propias revelaciones».

Entre los actos que protagonizó ayer -y que continúan hoy, a primera hora de la mañana, en el IES El Bohío y, a las once, en la Fundación Caja Mediterráneo-, la escritora argentina impartió este miércoles un taller de escritura en la bilioteca del Museo Arqva para jóvenes adscritos a la 'Libreta Mandarache'. «Los consejos generales siempre pecan por su obviedad», señalaba ayer al respecto, pero, si tenía que darle uno a los participantes de esa actividad, lo tiene claro: «Siempre diría que leer, leer con mucha atención y estar atento a qué cosas de la vida cotidiana disparan los procesos personales de escritura. Estar atento, ese es el primer consejo».