Conjeturan los antropólogos que la música nació en los tiempos de las cavernas mientras nuestros ancestros machacaban semillas a golpe de mortero. Se percataron de que, acometido de manera rítmica, el ruido se convertía en otra cosa, el fragor incómodo se sublimaba en algo nuevo y meloso; hipnótico incluso: en música. Y, desde entonces, hay quienes se han dedicado a que el ruido se transfigure en ternura. No es menester utilizar muchos instrumentos para ello, como prueban Los madrigales de Monteverdi, Los Lieder de Schubert.

La música moderna fue por otros derroteros, recreándose en las estridencias; ahí está el punk y el heavy y la música disco. Por no hablar de más recientes tendencias. Pero la historia de la música contiene esa veta de músicos pertinaces, que han pretendido la dulzura. La melodía, o sea. Para quienes la música no es sino otra forma de recitar poesía. Ni mejor ni peor. Otra forma. Se hablaba de pop melódico en los tiempos en que Morrissey adoptaba estampa de crooner con The Smiths, en que a todos se nos ponía el alma bobalicona con Caravan of love de The Housemartins. En que Hungry heart nos parecía lo mejor de Bruce Springsteen. Y, corriendo el tiempo, los anglosajones volvieron la vista, orgullosos, a aquel pasado, y brotaron como setas los grupos de lirismo inflamado y voces almibaradas.

Y la moda llegó a nuestro país luciendo curioso marchamo: indie. Y aunque a la Región de Murcia parece que todo llega un poco más tarde, porque somos gentes pausadas y con un ramalazo tradicionalista que no se lo salta un galgo, también aquí aterrizó. Y aterrizó con huestes nutridas. Porque puede que un día todo fuera M-Clan, pero no todo ha sido Viva Suecia y Second. Llegó, llegó esa música que suena como el cadencioso murmullo del oleaje. He dicho oleaje, porque ella es agua. Así se llama, de hecho, uno de sus mayores éxitos: Agua. Oyendo el tema uno lo entiende todo: no es música lo que hace Carmesí, es agua. Carmesí es una cantante líquida. De un líquido cálido. ¿Cómo podría ser de otra manera en la Costa Cálida? Sí, Carmesí está hecha para musicar nuestra costa. Desde San Pedro del Pinatar hasta Águilas. Es también el rumor de lo que era - ¡ay! - nuestro Mar Menor.

Be water, my friend. Y ella lo fue

Aparece en la canción el agua que se condensa en el cristal, una fotografía junto al mar, la lluvia en el mes de abril, el río que desemboca en tu ciudad, tu saliva que es el más puro manantial, un aguacero que moja más de lo que piensas, el pantano que te salpica, la cerveza de los bares, lagos color de rosa y serenidad, una bañera llena hasta desbordar. Y cuando se seca, apareces pidiéndome más.

«Me fascina el proceso de deshielo; el viaje desde el invierno, desde el agua helada, desde la nieve, hasta el calor, hasta el líquido que fluye, que todo lo moja. El agua congelada es inerte, impenetrable. Es el momento en que nacen los primeros temas del disco. Ese viaje está presente en todas las canciones, hasta que comienza a sentirse algo más de calor. El proceso finaliza cuando el agua se derrite y comienza a fluir con calidez».

La voz de Carmesí es nostálgica, pero luminosa. Como Los Secretos, pero en ameno. Resuenan en ella los ecos marinos de esta tierra y la luminosidad del campo jienense. «Nací en Molina de Segura y he vivido y crecido allí, hasta hace poco que me vine a Murcia, pero vengo de familia jienense. Lo cierto es que tengo un recuerdo muy cálido y especial sobre mi infancia, sembrada con los olivos de Jaén, arropada por el cariño de toda mi familia y contando con un gran apoyo desde siempre en el camino de la música. De hecho, fueron mis padres quienes me animaron a apuntarme en la Escuela de Música de Molina cuando tenía 10 años, algo que empezó como una actividad extraescolar y que culminó 14 años después, cuando terminé los estudios de guitarra clásica en el Conservatorio Superior de Música de Murcia, en 2017».

Duele. Carmesí sabe que su voz y su guitarra y sus poemas duelen. Y por eso se hace llamar, en otro de sus temas, la Nueva maga. Uno, claro, no puede evitar pensar en La Maga de Julio Cortázar, cuya «silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua». Quién nos iba a decir que el Pont des Arts era el Puente de los Peligros y que La Maga no estaba en París, sino en Murcia. Nueva maga, de hecho, tiene un incontestable toque soul, un poco a lo Je veux, de Zaz.

Le asombra, confiesa, el éxito que cosecha el vídeo, humilde y desnudo, que realizó para mover el tema por las redes. Una puesta en escena de sobriedad cartuja; una silla, una guitarra, una mujer, una voz, blanco y negro. Su versión en el disco difiere un poco de la modalidad acústica ya que la banda le da un toque más funk, más movido, y yo estoy muy contenta con el resultado.

Nietzsche dijo: «La vida sin música sería un error». Carmesí replica: «Si no un error, sí que adolecería de un déficit. El déficit de no poder sentir las emociones que solo la música es capaz de despertar en nosotros. Ningún otro arte tiene la capacidad de la música para transportarnos a un recuerdo o a una persona, para suscitar una emoción o un sentimiento. Una vida sin eso sería una vida, si no errónea, sí que mucho más pobre».

«Más triste», le dijo Cioran a un cantante de tango, 'cante más triste'. Uno observa el rictus de Carmesí al cantar y se da cuenta de que sufre. Me pregunto si cantar constituye algún ejercicio de masoquismo o más bien de catarsis.

«Escribo las canciones en el momento en el que siento la emoción que luego queda almacenada en ese tema, como un frasco de perfume. Cuando la emoción es dolorosa, el proceso de escribir la canción se convierte en una especie de autoterapia, una forma de renovación emocional, intentando hacerlo de una forma poética para extraer lo más positivo de la experiencia. Con el tiempo, las canciones dejan de doler, o, al menos, no como al principio. Todo es cuestión de volver a sentir las canciones tal y como se compusieron, pero con un poco de distancia. Es cierto que he llegado a ver a gente en el público que se ha pasado todo el concierto llorando. Yo misma me he derrumbado a veces al acabar. Hay mucha emoción en mis canciones, es cierto. Me desnudo espiritualmente en cada una. Y eso es arriesgado».

Hablando de poesía, yo presumo que se dejará influir por grandes poetas para escribir las letras. Me matiza: «Mis principales influencias son musicales: Carmen Boza, Funambulista y, de manera muy especial, Andrés Suárez. Volveré es una canción icónica para mí. Nunca le agradeceré los suficiente a Victorio Melgarejo haberme dado la oportunidad de celebrar un encuentro con Suárez y acabar cantando con él esta canción que tanto significa para mí».

El disco aparece en Spotify a mediados de mes y en formato físico a finales, y se podrá adquirir en Discos Comix, en Murcia. «He cuidado el formato físico; quiero que la gente lo compre porque le aporta algo que se pierde en el digital». Las buenas canciones, podemos estar tranquilos, nunca se pierden.