Recientemente, José Antonio Melgares presentaba su último libro, Crónicas para la historia de la Región de Murcia, una más que interesante colección de textos breves, algunos de ellos ya publicados en periódicos y revistas, donde el Cronista Oficial de la Región de Murcia, de Caravaca y de la Vera Cruz, vuelve a realizar -como solo un cronista sabe hacer- una radiografía de la Región de Murcia de 'antes de ayer', con sus peculiaridades, y el dibujo de su orografía que cala hasta los huesos en la hospitalidad y bondad de sus gentes. Cuenta con prólogo de Francisco Javier Díez de Revenga y presentación de Luis Leante.

En primer lugar, ¿cómo surge escribir este trabajo?

Surge por la necesidad de reunir en un volumen una serie de textos que estaban desperdigados en periódicos y revistas, incluso algunas de ellas fuera del territorio regional, lo cual hacía muy difícil o casi imposible, a los interesados, poderlos leer si no era el mismo día que se publicaba o en el periódico inmediato a su publicación. Eso fue lo que me llevó a montar este libro, del que estoy muy satisfecho, por cierto.

Tenemos que decir que el prólogo es de Francisco Javier Díez de Revenga, y la presentación de Luis Leante.

El prólogo lo hace Díez de Reventa, Cronista Oficial de la ciudad de Murcia y compañero en las labores de investigación, además de ser catedrático emérito de la Universidad de Murcia, a quien le estoy muy agradecido por el cariño de sus palabras a través del prólogo. Y Luis Leante hace una presentación muy generosa, Luis siempre ha sido muy generoso conmigo y le estoy muy agradecido. Es un valor que tiene Caravaca y que forma parte del sello caravaqueño.

Un libro donde nos paseamos por la historia de muchos municipios de la Región, como bien dice la "Murcia de antes de ayer".

En realidad, es como una colección de estampas y viñetas literarias que sirven para ilustrar la gran historia de los pueblos y ciudades de la Región. Son lo que antes llamábamos los santos, las fotografías literarias sobre muchos aspectos, que, aunque sean de temas puntuales, quizás le puedan servir a otra gente a la hora de investigar o de extraer información más concreta. Nos ponemos a pensar qué aporta hablar de las esquinas de la Región, esas con nombres propios que hay en todos los lugares, grandes y pequeños, que han servido de lugar de encuentro, como sucede en Ricote: la esquina del Reloj; o la esquina del convento de Cieza, donde paran los pasos en las procesiones y cambian los anderos; o en Caravaca, la esquina de la Muerte, un lugar de referencia para iniciar el ascenso a la Basílica, o las esquinas del Vicario. Cada pueblo tiene sus esquinas con nombre propio que, a lo mejor, no nos habíamos parado a pensar en ellas. O como sucede con los rincones, hay cientos de ellos con nombres propios, como el Rincón de Guitarra, de Bonanza o el de Seca.

También nos dibuja con mucho detalle la geografía de la Región, con sus cabezos o las gredas de Mazarrón.

Los cabezos son, como si dijéramos, las montañas más cercanas a las personas. Los cerros son donde los murcianos salimos de excursión, donde tenemos plantado el monumento al Corazón de Jesús o a la Inmaculada Concepción. Se trata de las elevaciones del terreno que configuran un espacio y que también tiene nombre propio, como el Cabezo de la Cobertera o el de San Jorge, que en algún momento al historiador le puede venir bien para la composición de su texto literario histórico o de su investigación más concreta.

Y todo esto sin olvidar fechas: unas más trágicas, como la epidemia de gripe, y otras más festivas...

Se incluye un capítulo a la última gran epidemia de gripe que el año pasado conmemoramos su centenario, pero que tuvo su prolongación en el tiempo. Nuestros abuelos en 1919 estaban sufriendo las consecuencias de la gripe del 18. Como sucede en las guerras que se inventan una serie de sistemas de seguridad, en las epidemias se inventan una serie de medicamentos curiosísimos como la Aforina Moreno. Y es curioso cómo la prensa indicaba a nuestros abuelos las medidas higiénicas que tenían que tomar, que coinciden con las nuestras.

También otra fecha importante fue el final de la Guerra Mundial, cómo nos enteramos los murcianos del término de aquel acontecimiento que diezmó a la población europea. Fue a través de unos buques ingleses y suecos que estaban anclados en el puerto de Cartagena, y al enterarse de la noticia comenzaron a sonar sus sirenas, así se supo en Cartagena y muy poco tiempo después en el resto de la Región.

Usted es Cronista Oficial de la Región, ¿cuáles son sus funciones?

Aunque no tenemos unas obligaciones descritas, nuestra deontología profesional nos obliga a investigar el pasado y a describir, de la forma más objetivamente posible, el presente, así como preparar las herramientas para que los investigadores del futuro no se topen con las dificultades que nos hemos encontrado nosotros. Ahora mismo estoy poniendo al día la Gran Enciclopedia de la Región de Murcia, que en su día editó Ediciones Ayalga y que dirigió Serafín Alonso, y también voy escribiendo -vamos por el duodécimo volumen- sobre comentarios de lo que acontece en los pueblos y ciudades de la Región, muchas veces apoyado por textos que recorto de los propios periódicos.

Los cronistas de diferentes pueblos también realizan encuentros a lo largo del año, incluso presentan diferentes publicaciones.

Sí, efectivamente, nos juntamos una vez al año; tengo que decir que somos más de cuarenta cronistas y curiosamente nos faltan en pueblos de gran calado como Cieza, Calasparra o Aledo. Tenemos dos clases de encuentros, uno de la Asociación Española y otro congreso en la Región que suele celebrarse en primavera. Ambos son itinerantes para que enriquezca a toda la nación, porque solemos llevar comunicaciones de nuestras zonas de procedencia con la zona que nos afecta.

Un oficio donde no paran de aparecer nuevos datos, lo veíamos con los vítores recientemente restaurados de la iglesia mayor de El Salvador en Caravaca.

Ese es otro de los capítulos del libro: vítores y grafitis en muros históricos de la Región. El polvo de los tiempos ha ido cubriendo esos vítores y cuando se restauran -como en la base de la torre de la Catedral de Murcia, en la fachada de El Salvador de Caravaca o en la colegiata de Lorca-, aparecen espléndidos. Han salido como si se hubieran pintado ayer y tienen cientos de años. Hay muchas leyendas sobre los vítores, que si se pintaban con sangre y demás, pero en verdad son pigmentos naturales que el propio tiempo se ha encargado, no solamente de conservarlos, sino de ocultarlos. Recuerdan el triunfo de una persona por haber ganado un doctorado o haber tenido algún éxito de tipo intelectual, bien civil o eclesiástico. También las universidades tienen muchos. Ahora estamos intentando descifrar quiénes fueron las personas beneficiarias de ese vítor. También hay que decir que el vítor no es de época franquista, como muchos piensan, sino que es muy anterior. Lo que pasa es que en la época franquista se utilizaron muchos símbolos del pasado.