Con aquello de que de la literatura «viven cuatro», cada vez es más habitual encontrarse con escritores que, como si de superhéroes se trataran, cambian el mono de trabajo -en estas páginas hemos hablado con productores audiovisuales, agentes comerciales y hasta militares con vocación de narradores- por el papel y la pluma (o el teclado y el ratón) cuando sienten la llamada o les aborda una historia. Este último es, más bien, el caso del murciano Salvador Calero, juez, que la próxima semana dejará el Juzgado de lo Mercantil número 2 de Alicante para ser magistrado de la Audiencia Provincial de Almería. Sin embargo, antes de cruzar a Andalucía, el pasado jueves estuvo en el Real Casino de Murcia presentando en sociedad La aldea de las casas de cartón, una novela -la primera que escribe (y se publica) en el terreno de la ficción- que sigue las andanzas de Néstor, un joven e idealista médico que decide hacer las maletas y marcharse a Tanzania para rehabilitar un viejo hospital en el corazón del país africano. Hemos hablado con él para conocer un poco mejor este trabajo y sus motivaciones para lanzarse a una aventura literaria de este calibre.

Bueno, lo primero de todo: estamos ante su primera novela, ¿no?

Sí. Bueno, el primero de ficción, porque antes publiqué una pequeña monografía sobre liquidación concursal y también he colaborado en algún que otro texto jurídico.

La venta de empresas y unidades productivas en la liquidación concursal , sí. Pero este no me sonaba a trama de ficción...

[Ríe] Está claro. Tenemos una regulación concursal muy incipiente y prácticamente tenemos que ir creándola sobre la marcha, así que, en base a esta necesidad, surgió este libro.

¿Y qué le ha llevado a lanzarse ahora a la ficción? ¿En qué momento un juez de lo mercantil se sienta a escribir un libro de estas características?

Bueno, supongo que es producto del ocio y de otra necesidad: la de evadirse. La novela se fue escribiendo cuando mi hija era pequeña, en los ratitos libres que conseguía rascar los sábados y domingos antes de irnos al parque. Sacaba una o dos horas para disfrutar con mis cosas y las invertía en el libro; imagínate, tardé varios años en terminarla. Es verdad que cuando ella ya era un poco mayor era más fácil sentarse a escribir, algo que me servía para, eso, evadirme de los asuntos del juzgado. También, el simple hecho de tenerla en la cabeza, te ayuda a desconectar: yo iba en el coche y, a lo mejor, en vez de pensar en el trabajo, le daba vueltas a cómo iba a continuar la novela.

No es fácil despejar la mente y olvidarse del día a día... Además, supongo que su trabajo es particularmente absorbente, con lo que más difícil todavía.

No, no es fácil, pero este es un ejercicio fantástico para conseguirlo. Y es una profesión absorbente, sí, pero te ofrece muchas cosas; entre ellas, te ayuda a tener un buen conocimiento de lo que es la condición humana. Esto no tiene por qué estar reflejado necesariamente en el libro, pero [como juez], al evaluar las cosas, tienes que intentar entender las motivaciones de la gente, intentar comprender por qué se hace lo que se ha hecho y cuáles son las premisas para tratar de descubrir qué es lo que ocurre y poder juzgar. En este sentido, las vistas -el trato humano- ayudan mucho.

Para elaborar una historia como la que presenta ahora, de alto componente 'humano', entiendo que no es una cuestión valadí. ¿Le ha ayudado su desempeño como juez a la hora de escribir esta novela?

Pues no sé si me ha ayudado o no..., quizá. Tu experiencia vital te va formando como persona, y en este sentido, también te ayuda a madurar mucho en el ejercicio de tu profesión. De todas formas, creo que todas las personas en contacto directo con la conflictividad humana acaban necesariamente aprendiendo de sus semejantes.

¿Y de dónde le viene la vena literaria? Porque entiendo que eso de dar el salto y pasar de juez a escritor no ocurre de la noche a la mañana y sin previo aviso...

Bueno, yo creo que toda afición a la escritura viene de una gran aficion a lectura, que, en mi caso, agradezco a mis profesores de Lengua y Literatura y, especialmente, a mis padres. Pero bueno, si tuviera que situar el 'inicio' de esta afición creo que, sobre todo, se desarrolló mientras me preparaba la oposición. Cuando uno estudia mucho tiende a hacerse obsesivo, y eso puede derivar en algunos problemas... Recuerdo que a mí me recomendaron que leyera siempre un poco antes de dormir para poder conciliar el sueño, porque además sumergirte en una lectura, como decíamos antes, te ayuda a centrar la mente en lo que estás leyendo y no, en este caso, en la oposición. Y lo de dar el salto a la escritura..., también es una cosa que luego, con el tiempo, después de mucho leer, como que apetece [Risas]. Antes de La aldea de las casas de cartón ya logré terminar de escribir una novela -que está sin publicar- y descubrí que es un trabajo arduo -al principio siempre apetece ponerte, pero con el tiempo se empieza a hacer cuesta arriba...-, pero muy satisfactorio.

Bueno, hábleme de La aldea de las casas de cartón .

La verdad que para mí es difícil hablar del libro, me da mucha vergüenza... [Ríe] Como todos los libros, va sobre muchas cosas, pero se centra en una persona muy idealista que lo único que quiere es ayudar a los demás. Este hombre, el protagonista, está inspirado en un familiar lejano mío, que incluso dejó una relación para marcharse a donde más le necesitaban. Sin embargo, en La aldea de las casas de cartón, este joven médico, que viaja a África para rehabilitar un viejo hospital en el corazón de Tanzania, se encuentra con una realidad muy dura... La clave es que, pese a todo, él no se viene abajo, y se adapta; y eso que la novela está ambientada en un lugar y un espacio temporal muy cercano al conflicto de Ruanda, que aunque no les afecta directamente, sí que acaban sufriendo el drama humano, lo que les genera una situación dramática.

¿De dónde nace la inspiración para esta novela? Quiero decir: me dice que un familiar lejano sirvió de molde para crear a su protagonista, pero... ¿por qué África?

La idea de escribir sobre África me surgió cuando estuve allí de viaje de novios con mi mujer. Con todo el follón de la boda, prácticamente no pensaba en ello; si acaso, en los safaris y en esas partes más 'turísticas'. Y, claro, al no haberte preparado psicológicamente, el nivel de miseria que te encuentras allí cuando aterrizas te choca. Sin embargo, esa situación de extrema pobreza no va acompañada de la actitud de sus habitantes, que son gente muy amable, afable..., lo que hace que el golpe de realidad sea todavía mayor. Cuando llegamos, España acababa de ganar el Mundial, ¡y la gente nos decía la alineación de la Selección de carrerilla! Y veías camisetas, murales dedicados a Iniesta... Fue algo muy bonito, la verdad. Pero luego, cuando ibas de un parque natural a otro, lo que ves es tremendo... Te llevan a una aldea masai y ves que viven en casas hechas prácticamente con cartones, de apenas un metro de altura -que tienes que entrar de rodillas- y, como mucho, con un cercado de palo; es una situación espeluznante. Y esto como jurista genera cierta sensación de impotencia, y no eres medico ni enfermero, no puedes hacer nada, y te empiezas a imaginar qué pasaría si una persona con recursos construyera allí una escuela, un hospital... Ese personaje es un poco el origen de la novela.

El libro ya está en la calle, presentado... ¿Qué tal está siendo esta experiencia como escritor? ¿Cree que en un futuro volveremos a tener por aquí nuevo material suyo de ficción?

[Ríe] La experiencia como escritor es muy bonita, entre otras cosas -y en mi caso-, por ver que has sido capaz de completar un desafío personal. Pero también es dura, porque cuando te pones a releer hay días que te parece que todo está bien y otros en los que hay partes que hasta te da vergüenza... De hecho, hay pocos ejercicios más gratificantes que empezar a eliminar cosas que has escrito y que han sobrevivido a una y hasta dos lecturas sin convencerte del todo; es una liberación [Risas]. En esta novela, por ejemplo, hemos eliminado capítulos, incluso personajes, cuestiones que entendías que desmerecían la historia; y, la verdad, te quedas en la gloria. Por otro lado, cuando uno publica un texto de estas características, se supone que ha volcado lo mejor de sí en esas páginas, y te da la sensación de que quedas un poco expuesto... Piensas en que la gente lo va a leer y va a tener conocimiento de cosas que hasta ahora igual permanecían encerradas en tu cabeza; al final, un libro es, en cierto modo, el resultado de abrir tu propia intimidad de pensamiento, y lo que (si acaso) compartías con tu círculo más íntimo queda volcado y al alcance de cualquiera. Además, la gente tiende a pensar que te identificas con el protagonista del libro o con sus experiencias vitales, y no siempre es así. Y, bueno, la presentación, que me resulta un acto..., no sé; como te he dicho, hablar de tus propios libros es complicado. De todas formas, en general, es una experiencia gratificante. Los amigos me animan a seguir y la gente dice que le gusta, así que...

Habrá nuevos trabajo (de ficción) de Salvador Calero.

[Ríe] Bueno, ahora vuelvo a tener niños pequeños, así que es complicado... Pero cuando se pase un poco todo creo que sí, que volveré a escribir; siempre se te ocurren cosas. De hecho, más que volver a apetecerte desarrollar una novela es que te surja la historia, y ese es el mejor incentivo para animarse y ponerse a ello. Además, es una actividad que yo recomiendo: desde luego, si relajarte consiste en desconectar, escribir es una tarea tremendamente absorbente.