Lucky Peterson clausuró este sábado la 39 edición del Cartagena Jazz Festival. El legendario bluesman de Búfalo (Nueva York), maestro de la guitarra y el Hammond B3, está de gira para celebrar sus cincuenta años en la música, y vino acompañado por su banda, The Organization, y su esposa, la cantante de Texas Tamara Tramell.

Celebrar cincuenta años tocando blues no es algo muy común. La precocidad de Lucky Peterson no ofrece dudas: dio su primer concierto a los tres años, Willie Dixon le produjo el primer álbum, Our future, cuando tenía solo cinco años, y antes de cumplir los diez ya había actuado en el show de Ed Sullivan. Así se entiende que a los 55 esté celebrando sus bodas de oro en los escenarios.

La banda, dirigida por el guitarrista canadiense Shawn Kellerman, sonó potente y marcó con mucho ímpetu cuál sería el ritmo de la noche; la componen un teclista todoterreno y una potentísima sección rítmica donde las cuerdas se le quedaban cortas al bajista Timothy Wates (hacia scat sobre las notas que improvisaba), y el batería, que mostró su gran pegada.

Arrancaron con Boogie thang, de Matt 'Guitar' Murphy; el guitarrista se lució antes de recibir en el escenario a la estrella del show. Peterson, una vez sentado al Hammond, comenzó a descargar su groove sobrenatural. Vocalista de primera clase, fantástico al órgano, ardiente guitarrista, entró como una locomotora sin control. La hora y media pasó en un silbido. Enseguida impuso el groove con el órgano, y luego se cambió al Roland para demostrar su habilidad a las teclas con un relevante bloque de adaptaciones de clásicos del blues eléctrico (arrastraba los dedos sobre las teclas con una soltura increíble).

Los músicos lo seguían como soldados. Kellerman, que gastaba una barba sureña, arremetía con unos riffs feroces. Desde el principio había ambiente de fiesta en la sala. 50 years fue la canción con la que empezó Peterson, de su reciente álbum 50 just warming up!. Aunque su música probablemente se describe mejor como blues, se aventura frecuentemente en el funky y el R&B con buenas dosis de jazz y soul. Combina muchos tipos de música y crea su propio estilo, único y entretenido. Siguió con un potente boogie-woggie y un blues teñido de reggae ( The blues is driving me); en I wanna know what good love is hizo que todo el público levantara las manos y participara. Desde el minuto uno el recital fue una celebración.

Al órgano, Peterson combina un tipo de ritmo a lo Jimmy Smith con un toque de blues contemporáneo y funk moderno. Del órgano Hammond B3 y el Roland (al que literalmente hizo cantar, lo que parecía divertirle tanto como al público) saltó a la guitarra, donde también es magistral y denota las influencias de 'los tres Kings'; la toca sentado, como si de BB King se tratase (su obesidad le dificulta los movimientos), pero no solo impresionaron sus habilidades guitarrísticas: su voz abarcó un amplio rango, desde el tono suave al aullido de vieja escuela.

De su padrino Willie Dixon, Lucky Peterson aprendería que «el negocio es el negocio»: cuando veía decaer al público, enganchaba la Gibson y provocaba el terremoto. Toda la banda subía el volumen a un nivel escalofriante y cambiaba de marcha. La sala se convirtió en un humeante tugurio de callejón; con su banda sin fisuras se llevó al público a los andurriales de Chicago.

Tamara Tramell se lució, elegante y profunda, con una reivindicación de sentimientos; se notó cierta impronta gospel proveniente de sus entrañas. Ella y Lucky generaron una simbiosis perfecta. Antes de irse, sacó a relucir la influencia de Tina Turner en una enérgica versión de I can't stand the rain, el clásico de Ann Peebles.

Tras los deseos de «Merry Christmas», el bis llegó con un homenaje a Muddy Waters, Sweet home Chicago, que comienza a ritmo de boogie woogie con el batería. Seguidamente, Peterson se bajó del escenario y se sentó entre el público mientras alternaba roles de guitarra solista y rítmica, en un breve recorrido por la historia de la música negra, concluyendo su paseo con los archiconocidos acordes del Johnny B. Goode de Chuck Berry. Y ya no volvió al escenario para la despedida. Le dejó la guitarra a un asistente y salió victorioso por la puerta de entrada a la sala, dirigiéndose al mostrador para sentarse a firmar discos mientras la banda remató el show. El teatro hervía. Blues en estado puro. Un gigante.