En la recta final del Cartagena Jazz Festival actuó -este viernes- Youn Sun Nah, la cantante surcoreana afincada en Francia que algunos entusiasmados consideran como la nueva sensación del jazz vocal contemporáneo. No es habitual encontrarse con una voz jazzística llegada desde el Lejano Oriente, y menos desde un país como Corea del Sur, donde el jazz es un género underground, muy alejado de la tradición musical. Entre eso y que Youn no empezó a dedicarse a la música hasta los 27 años, no deja de sorprender la carrera de esta coreana que se inició en el mundo de la moda, hasta que, cansada de ella, se presentó a un casting para participar en una comedia musical.

Dejando atrás debates estériles sobre si lo que hace es jazz o pop jazzificado, lo evidente es que Youn canta y encanta. Su voz es una de las más deslumbrantes y expresivas de los últimos tiempos. Se fija en voces contemporáneas como las de Norma Winstone, Sidsel Endressen o Mari Boine para dar forma a su estilo jazzístico, capaz de aportar registros muy diferentes, muy rico en matices, de un gran virtuosismo y con una carga íntima que deja en sus canciones un poso delicado. Su carrera comenzó en 2009 y tiene diez álbumes publicados. El último es Immersion (2019), con canciones cinceladas por Clément Ducol, arreglista de Melody Gardot. La acompañaban Tomek Miernowski (guitarra, piano, sintetizador) y Rémi Vignolo (batería, contrabajo, bajo eléctrico,) en lo que se antoja una cara más de su poliédrica personalidad, por momentos un tanto difusa.

El concierto empezó con Youn Sun en el centro del escenario; junto a ella, un atril y artefactos electrónicos. Miernowski, sentado a su derecha, estableció la atmósfera de la primera canción, y la voz se deslizaba alada y suave como un pájaro. El bajista apareció luego aportando desde el fondo un ritmo sólido. Luego el guitarrista se cambió al teclado, y Youn controlaba los efectos electrónicos de armonías para su voz. El show, que transmitió serenidad y paz, incidió especialmente en un repertorio baladístico, deslumbrante combinación de tradiciones coreanas, scat latino deconstruído, chanson, y ruido abstracto; un extraordinario poderío que contrasta llamativamente con su aspecto tímido y tranquilo.

Youn demostró saber moverse entre el drama impresionista, la improvisación o la cándida sencillez del folk, más cerca del mainstream que, por ejemplo, Ute Lemper. No acabó de despegar en los primeros números; podría haberle echado más improvisación salvaje a las baladas para restar monotonía a sus lamentos. La intensidad aumentó con una extraña lectura de Asturias (Isaac Albéniz), donde la guitarra española no pareció estar muy a la altura, con sonoridad flamenca y mucho drama, moviendo Youn brazos y manos como una bailaora mientras reproducía cantos melismáticos.

Abrió dándose aires de diva con Here today. Un delicado vibrato matizaba ocasionalmente su voz, que otras veces sonaba metálica frente a la incisiva guitarra, aunque en dos duetos de scat hipermotorizado la guitarra se volvió ondulante, y mientras Youn improvisaba al unísono.

La introducción de A sailor's life (Fairport Convention), prolongada con improvisaciones, fue convincente. Youn emulaba a las gaviotas mientras la guitarra se hacía eco del mar; aplicaba a su voz efectos electrónicos de armonías en clave folky, y después presentó «un blues coreano» de melodía acariciante. En contraste, el batería golpeaba frenético con las mazas. La discreta y diminuta vocalista de voz de porcelana (¿recuerdan a su paisana Kimera?) se guardó lo mejor para el final. Acompañada de piano y contrabajo, cantando desde la profundidad del alma, hizo una irreconocible y exangüe versión del Mercy mercy me de Marvin Gaye, seguida de una agridulce balada, Mystic river.

A Youn le gusta difuminar estilos y desconcertar al público; interpreta con una extraña teatralidad que quizás refleja su interés por la chanson. No posee una voz de jazz convencional; de hecho, el timbre es casi escuálido a veces, y el fraseo puede parecer excesivamente calculado. Aún así, su empeño en hacer de cada canción una pieza artística autónoma hizo de este concierto un fascinante ejercicio de control y contrastes. La sombra de Ute Lemper -sin las piernas largas ni el narcisismo- se cernía sobre la figura infantil de Youn (tiene casi 50 años, pero parece mucho más joven), que casi pedía perdón por las canciones más osadas. Esa fue la sensación que produjo escucharle Hallelujah de Cohen («una de mis canciones favoritas»), donde hizo gala de su eclecticismo sin atisbo de prejuicio. En el caso de Sans toi, una canción de Michel Legrand y Agnès Varda, cantar en francés le sienta bien y le permite desarrollar sutilezas.

Antes del aplauso final, Youn Sun se hizo cargo de una pieza de rock and roll, God's gonna cut you down, rompiéndose la voz; su versión de esta canción sobre un pecador resultaba más intrigante que las de Johnny Cash o Marylin Manson. Llegaba a saturar su voz, gritando como si se hubiera transformado en la niña del exorcista, tirando de cuerdas vocales de metal. La capacidad de ahondar en estas canciones o -con más arrojo aún- en You can't hurry love de las Supremes, casi una nana, le dio al recital un prometedor nuevo rumbo. Era fascinante presenciar cómo las adaptaba al directo.

Hacia el final sacó una kalimba, y terminó con la juguetona Pancake, donde hizo scat sin esfuerzo. Esta diva de los tiempos modernos es una vocalista con mil voces, cerca de Yma Sumac por su timbre y su rango, de Ute Lumper o incluso de Björk. Un cierre que puso el público a sus pies.