Han pasado más de veinticinco años desde que Juan Muñoz y Pepe Espaliú se encontrasen por última vez. Fue en el año 1992, a finales de septiembre, y en San Sebastián, coincidiendo con la celebración del festival de cine y, consecuentemente, con un amplio despliegue de medios apostados en Donosti. Aquel día, el cordobés hizo historia. Espaliú recorrió descalzo el trayecto que separaba el desaparecido centro cultural Arteleku y el Teatro Victoria Eugenia de la capital guipuzcoana; pero Espaliú no tocó el suelo. Enfermo de sida -moriría año y poco después-, fue transportado en parejas usando el método de la conocida como 'sillita de la reina', en una acción con la que el artista quiso visibilizar una enfermedad que, entonces, se ocultaba, y que quienes la padecían eran marginados y estigmatizados sin piedad por el resto de la sociedad española. Cerca de noventa personas participaron en Carrying -así se le llamó-, y una de ellas fue Juan Muñoz, que, como recuerda Jesús Alcaide, cruzó sus manos con la escultura vasca Cristina Iglesias para aguantar la carga del maestro, para mantener el 'equilibrio'.

Dada la potencia de la acción, esta anécdota -para aquellos que la conocen- pervive hoy entre las paredes de la sala Verónicas de Murcia, que ayer volvió a reunir a «de dos de los más importantes artistas de la genealogía del arte contemporáneo español de las últimas dos décadas», apunta Alcaide, comisario de la muestra. Compruébelo usted mismo: deambule por la sala, observe sus piezas e intente olvidar aquella imagen. Es imposible. Sobre todo porque esta exposición, la que abre la temporada en este espacio, tiene como objetivo establecer una conversación entre la producción de Espaliú y la de Muñoz, y esto es posible gracias a que ambos trabajaron -a su manera- los mismos conceptos; especialmente, la idea de los cuerpos en equilibrio (o la ausencia de éste), como el del andaluz aquel día de septiembre del '92. También de «lo secreto y lo oculto» -apuntó la consejera Esperanza Moreno durante la presentación-, como la homosexualidad o el sida en aquellos noventa.

Desde luego, Correspondencias -así se titula la muestra, más en alusión a las similitudes entre ambos que a cualquier tipo de conversación escrita- no es, para el visitante, un proyecto 'cómodo'. Obliga a leer entre líneas, a relacionar e interpretar a dos creadores particularmente crípticos en ocasiones. Buen ejemplo de ellos son los balcones de Muñoz -que en esta ocasión «crean además un juego de cacofonías visuales con los del propio espacio expo­sitivo», avisa Alcaide- y las jaulas de Espaliú. «Si los balcones suelen ser lugares a los que asomarse, preci­picios hacia la libertad, las jaulas suelen ser contextos de encierro, que en las obras de Espaliú en algunos casos se comparten, y en otros se abren hacia esas ansias de libertad compartidas, como en una pieza que se muestra en esta exposición y que por primera vez fue presen­tada en el marco de Edge'92 en el Hospital de la Venerable Orden Tercera (Madrid)», señala el comisario. En concreto, Alcaide se refiere a tres jaulas que se entrecruzan en el centro de la sala principal de Verónicas -captando casi de inmediato la atención del visitante- con «un único destino, como el de muchos de aquellos enfermos de sida que compartieron ese momento de desahucio y trauma social que puso sobre la mesa el propio Espa­liú en sus últimos trabajos».

«De ahí que el Carrying -continúa el también crítico de arte y periodista-, en ese mismo portar y ser transportado, en ese 'ser tocado' que no implica transmisión ni contagio, parezca querer encontrarse con el solitario pasamanos de Juan Muñoz -en alusión a Pasa a mano, otra de las obras clave de Correspondencias-, una de esas enigmáticas piezas en las que una vez más se pone en escena una fantasmagoría del cuerpo y al mismo tiempo esa con­tradicción del objeto imposible que si en el Carrying impide ver lo que oculta u ocurre en su interior, en el pasamanos obstaculiza el ser tocado», apunta Alcaide, principal responsable de un catálogo que acompaña a la muestra y que, en el fondo, es más bien un estudio de la pervivencia y vigencia de los trabajos de ambos creadores y de la interconexión de sus obras. Esta publicación cuenta con textos escritos ex profeso por Juan Vicente Aliaga y Manuel Segade, así como con el texto curatorial del comisario.