A Carlos Santos le cuesta disimular la emoción. Bueno, a decir verdad, no parece siquiera que lo esté intentando... Pero es que este viernes cumplirá un sueño adolescente; sueño forjado de manera inconsciente hace casi treinta años como espectador de aquellas humeantes tertulias de ¡Qué grande es el cine!, en La 2 de Televisión Española. Su nombre aparecerá junto al de José Luis Garci en las carteleras de todo el país, y lo hará nada más y nada menos que gracias a la precuela de El crack (1981), uno de los filmes más reseñados del aclamado cineasta madrileño. En ella -por si esto no fuera ya suficiente-, encarna al detective Germán Areta, una institución dentro de la historia de nuestro séptimo arte al que se encargó de dar vida otra leyenda del celuloide patrio: Alfredo Landa. Hablamos con él para conocer un poco mejor sus sensaciones antes el inminente estreno de este homenaje al noir, de este proyecto «analógico» -en blanco y negro y de bajo presupuesto-, que lleva por título El crack cero.

Vaya papelón eso de, en cierto modo, sustituir a Alfredo Landa, ¿no? ¿Cómo van los hombros de cargar con la presión?

A ver, esto es como todo... Evidentemente, cuando te enfrentas a algo así sabes que estás ante un personaje icónico; y no solo en la trayectoria de Landa -creo que para él supuso un 'antes y un después'-, sino en la historia del cine. Además, haciendo esta película me he dado cuenta de algo que no sabía, y es la cantidad de seguidores que tiene Germán Areta y, por tanto, el hype que ha despertado El crack cero... Pero al final quien te escoge para el papel es Garci, y lo único que puedes hacer es devolver esa confianza que ha depositado en ti intentando hacerlo lo mejor posible, y para eso hay que olvidarse de la presión... Y él te ayuda con eso: desde el primer día de rodaje me decía [imitando la voz del director]: «¡Estás cojonudo!», «Vas a estar mejor que Landa»... [Risas]; es como el refuerzo positivo. Y la verdad es que lo disfruté muchísimo..., todo: el rodaje, el personaje y, sobre todo, la compañía de José Luis durante seis semanas. De hecho, ahora mismo ya puedo decir que Garci no solo ha sido uno de los directores con los que he trabajado, sino que es mi amigo... ¡Me ha preparado un Dry Martini en su casa! Eso es sinónimo del nacimiento de un vínculo irrompible... [Risas].

Le leí en una entrevista en Fotogramas que el 'casting' fue un visto y no visto, que entró ya al despacho de Garci casi con el papel. ¿Cómo fue aquello?

Pues mira: me llamaron para ofrecerme la peli, y me dijeron: «Ven a la oficina que José Luis te quiere conocer. Léete el guion». Y, claro, yo pensaba que iría alguno más..., por como es Garci, no muchos más, pero al menos un par de actores aparte de mí. Pero no. Al abrir la puerta del despacho escucho: «¡Hombre, si está aquí Areta! Pase usted, don Germán, pase», y directamente empezó a enseñarme los bocetos del arte de la película: «Así sería tu personaje, este va a ser tu despacho..., Tú estás libre para estas fechas, ¿no? Puedo contar contigo». Le dije que sí, claro, que si había algo, nada que no se pudiera mover [Risas]. Y así fue. Bueno, salí de la oficina y, cuando ya me había despedido, me dijo: «Espera, tengo un regalo para ti», y me dio un libro. El casting más singular y más sencillo de mi carrera.

¿Y por qué? ¿Le ha confesado qué es lo que vio en usted para ser de forma tan indiscutible el nuevo Germán Areta?

Bueno, José Luis siempre dice que él jamás ha hecho una audición, ni ha tenido directores de casting para sus pelis ni nada por el estilo. Él dice que la obligación de un director es ir al teatro, ver series, películas, y conocer el panorama actoral. Yo sabía, por ejemplo, que había visto El hombre de las mil caras, incluso Los hombres de Paco; ya sabes que Garci es una enciclopedia... Pero es verdad que en ese momento no supe el porqué. Luego sí que le he oído decir en alguna entrevista que, desde el primer momento, ya me imaginó con la gabardina... Fíjate: cuando llegué aquel día a su oficina, me sentó frente a una ventana, y estaba a contraluz; era incapaz de verle la cara, y me sentí un poco incómodo. Luego, más tarde, le pregunté y, efectivamente, estaba analizándome, viendo cómo me iba la luz, y confirmando que era el Areta que estaba buscando. Es un director -y un tipo de cine- de otra época, y para mí, que acabo de cumplir 42 años, es una suerte poder asomarme a lo que se hacía para la pantalla grande hace treinta o cuarenta años. Evidentemente, cromas y efectos digitales ya tengo y seguiré teniendo a lo largo de mi carrera, pero esto -el 'cine analógico', que le llama él- es un regalo de estos que a veces te da esta profesión; en mi caso, puedo decir, uno de los mayores que he recibido.

Bueno, pues hábleme de ello; o, mejor dicho, de él. En esta ocasión, vemos a un Areta que acaba de dejar el cuerpo y que se estrena como detective privado; no en vano, es una precuela. ¿Qué diferencias encontramos entre el Areta de Carlos Santos y el que popularizó Landa?

Diferencias hay en que yo soy Carlos y él, don Alfredo. De hecho, Garci me pidió expresamente que interpretara a Areta, no a Landa en el papel de Areta. Por supuesto, la esencia del personaje está -José Luis está muy contento, y si él lo está yo no soy quien para contradecirle...-, pero cada uno tenemos nuestra voz, nuestro físico... Mira, para preparar el papel revisé las dos anteriores, claro, pero no para estudiar cada gesto, cada mueca, sino para saber a qué huele Areta y poder encarnar, a mi manera, a esta versión un poco más joven. Pero, insisto: creo que la herencia de aquel personaje sigue presente en El crack cero, aquello de «un tipo que duerme poco, camina mucho y al que no le gusta nada de lo que ve».

Eso sí, debo decirte que hay una cosa que hace a esta película todavía más certera que esos dos primeros 'Cracks': el blanco y negro. José Luis está muy contento con esto porque, haber grabado así, le acerca todavía más a ese cine negro que él quería homenajear en El crack, El crack II y, ahora, El crack cero. Nos sumergimos, no en ese Hollywood dorado, pero casi, con esos coche de época, la Gran Vía de la década de los setenta... La entrada no solo te permite ver la película, sino que te monta en un tren expreso que te lleva al '75 y te trae de vuelta dos horas después con la sensación de haber viajado a un cine que ya no se hace. Mira, el pase privado que hacemos los actores y el resto del equipo una vez terminada la película: normalmente, en cuando termina, hay una ovación, pero aquí hubo un silencio de unos cinco o seis segundos. Había que volver a 2019, y una vez lo hicimos, ahí sí, rompimos a aplaudir y nos miramos todos con la emoción de saber que habíamos tenido la oportunidad, no solo de participar en una película de Garci, sino de hacerlo en una de las mejores que ha hecho hasta ahora. Y así lo están reflejando las primeras críticas, ¿eh? El feedback que estamos recibiendo está siendo maravilloso, y hacerlo de esta manera, con una cinta analógica, en blanco y negro y con poco presupuesto, es algo muy difícil. Pero bueno, si te soy sincero, sobre todo estoy feliz por él; que Garci esté contento es lo que más feliz me hace, porque esa era mi intención: no discutir ni poner en tela de juicio ninguna decisión, solo hacer caso a lo que me dijera y a cómo él quería que saliesen las cosas.

Y aprender del maestro, imagino.

Sí. Y disfrutar del viaje, de su compañía. Yo crecí viendo ¡ Qué grande es el cine!; con 15 o 16 años, fue mi primera escuela de cine. Y, por ejemplo, ver el primer montaje de la película en su despacho, junto a Luis Alberto de Cuenca, Luis Herrero y David Gistau, esa gente que le acompañaba en aquellas tertulias, fue... [Ríe] ¡Estaba volviendo a mi yo adolescente y ahí estaba el grupo de los entendidos! [Risas].

Ahora que lo ha mencionado, siento curiosidad: ¿Cómo es lo de grabar en blanco y negro? Igual me dice que es exactamente lo mismo que a color, que de estas cosas no te das cuenta hasta que termina la película, y me chafa la pregunta, pero ¿hay algo que el actor tenga que tener en cuenta que de otra manera (en color) no sea así?

Pues la realidad es que no hay grandes diferencias [Risas]. Hay que estar muy pendiente de la iluminación, sí, pero el primer día, en cuanto te asomas al combo, ves cómo está quedando, cómo te da la luz, y ya está. En este caso, además, Garci quería un blanco y negro que recordara a Fritz Lang, con muchas sombras y las caras muy recortadas -hay escenas en las que a lo mejor solo se me ve un ojo-, y lo que sí tiene que interiorizar rápido es que, si te han centrado ahí, no te muevas mucho... [Ríe], pero como el personaje es parco en palabras y movimientos, era relativamente fácil. Al final, quien tenía una tarea un poco más jodida era Luis Ángel Pérez, director de fotografía, que ha hecho un trabajo maravilloso, por cierto. Pero vamos, para el actor, pequeñas cosas, aunque eso también pasa con el cine a color. Eso sí, jamás pensé yo que en 2019 iba a tener en mi filmografía una película en blanco y negro.

Nosotros todavía no hemos podido verla, pero imagino que usted algo sabe... Aparte de esta cuestión técnica, ¿cómo es El crack cero en comparación con las dos anteriores? ¿Alguna novedad, o es un caso más para Germán Areta?

Sí, es un caso más para él, pero también nos sirve para conocer un poco mejor al personaje. Con esta nueva entrega descubrimos de dónde vienen algunas cosas...: por qué había dejado la policía, de dónde viene el apodo de 'El piojo'... Es como en las pelis de superhéroes: un 'Areta Begins' [Risas]. Todavía se podría ir más atrás, pero es verdad que vistas en continuidad ( El crack cero, El crack y El crack II) se entiende muy bien al personaje y esa seriedad que arrastra. Igual que con Star Wars todavía nos resistimos, creo que, en ese sentido, la linea temporal está perfectamente diseñada para ver la trilogía así.

Por cierto, hace no mucho le veíamos en carteleras con Lo dejo cuando quiera (2019) y ahora vuelve como Germán Areta, en un cambio de registro importante. ¿Se moja en cuanto a qué le gusta más hacer, si drama o comedia? ¿Dónde se siente más cómodo?

[Ríe] Obviamente entenderás que estos cambios de registro son una bendición. Hace tres años me pasó algo parecido: estrené en septiembre El hombre de las mil caras y, en diciembre, Villaviciosa de al lado. Pero, ya digo, esto es algo maravilloso porque en esta profesión, a veces, se tiende al encasillamiento, y hay compañeros que apenas pueden salirse de un papel... Yo, en cambio, he tenido la posibilidad de hacer cosas muy diferentes; en tele igual sí que me han dado más comedia, pero en cine no, y ese cambio de registro es sanísimo. Y en cuanto a dónde me siento más cómodo, siempre en el próximo proyecto [Ríe]. Siempre a por la siguiente, sea lo que sea.

Se lo preguntaba porque, igual hay otros rodajes con los que ha disfrutado más, pero yo no sé si es por culpa de Instagram o qué, pero se le ha visto estos meses particularmente feliz e ilusionado con este proyecto.

Sin duda. Pero por lo que te digo: es que este proyecto me ha dado la oportunidad, no solo de trabajar en esta película que es maravillosa y llevar el peso del personaje de Areta, sino de estar al lado del Garci y poder vivir con él las previas, los ensayos, esas conversaciones... Una de las primeras cosas que le dije fue: «Sin tú saberlo, fuiste mi primer profesor en la escuela de cine». «Yo nunca di clase», me respondió [Ríe]. «No, no, me refería a ¡Qué grande es el cine!». Es que varias de mis películas favoritas ( El bazar de las sorpresas, Breve encuentro) las descubrí allí. Siempre asistía puntual a mi cita con Garci; de hecho, aún conservo un montón de programas grabados -el filme con su posterior debate- en VHS. Así que, ya digo, el culpable de que haya disfrutado tantísimo con El crack cero no es el proyecto ni el personaje, ni tener trabajo -que siempre está bien-, sino ver a José Luis cada día.

¿Y no tiene Garci, como director, fama de cascarrabias? ¿Qué tal ha sido trabajar con él?

[Ríe] Bueno, por partes. El Garci director lo tiene tan fácil que no tiene que hacer nada. Porque esta admiración que le profeso es común a todos los que participan en el rodaje, y eso hace que todos intenten dar lo mejor de ellos mismos para agradar a José Luis. Además, es una persona muy generosa: ya te he contado lo del regalo que me hizo el primer día en su despacho, pero es que hace un rato me estaba preguntando si me había leído tal libro para dármelo... Y es curioso porque esta vez no ha podido trabajar con su equipo de toda la vida -muchos de ellos, lamentablemente, ya han fallecido-, y casi todos son nuevos, jóvenes, y te aseguro que sienten la misma devoción por él que yo. Y de cascarrabias tiene cero, ¿eh? A ver, no le gusta madrugar, trabaja mejor de noche..., tiene sus cosas, pero como cualquiera. Es más, es un tío supersencillo. Igual le digo: «Esta frase he pensado que...»; «Dímelo, dímelo, a ver», y me dejaba cambiarla sin ninguna pega. Pero es que en este rodaje había tal felicidad por parte de todos -de Javier Crespo, de Luis Ángel Pérez...- que qué coño iba a haber ningún problema. Además, joder -y en lo que a mí respecta-, no puedes ir a su casa y salir a las tres de la mañana si es un cascarrabias... Es una persona muy divertida, con un gran sentido del humor, ingeniosa... Trabajar con él es una experiencia que todos deberían probar, porque es que encima es un director que tiene un respeto tremendo por todos: desde los actores, por los que siente devoción, a los cámaras. Y luego, claro, que estamos hablando de una persona que es historia viva de nuestro cine y del cine en general; solo hay que ver su palmarés: un Oscar y tres nominaciones más; ningún director español ha logrado algo así.