Carlos Montero (Murcia, 1971) observa el mundo “a través de las pupilas salpicadas por la lluvia” -como escribe Enrique Ciller en el catálogo de su nueva exposición, Aqua-. Estas palabras describen la base del trabajo del artista, cuyas obras poseen un nexo de unión: el agua, del mar o extendiéndose por paisajes urbanos, donde la realidad se fragmenta en “gotas temblorosas”. Sin embargo, esta expresión no representa la fragilidad del pintor, sino la técnica de una serie de lienzos que parecen proyectados “detrás del cristal”. Del cristal como metáfora de su retina y del objetivo de la cámara fotográfica con la que recoge momentos efímeros -“en ocasiones, bajo el paraguas”, dice-, donde el elemento de la naturaleza adquiere una gran presencia en los cuadros.

Su nueva serie se exhibe en la Casa del Mar de Mazarrón, un conjunto formado por casi una veintena de óleos que se divide en dos partes unidas por una temática común. La sala permite delimitar y asociar ambas colecciones: “Se trata de escenas de mar y de playa, por una parte, y lugares urbanos, estancias diurnas y nocturnas, por otra, con la lluvia como protagonista en estos últimos”, comenta.

“Mi intención no era hacer una exposición centrada en el mar sino plasmar lo que he estado haciendo en los últimos años. El punto de encuentro es el agua y el título de la muestra no es una casualidad; lo unifica todo”, aclara.

“Dentro de la zona de paisaje urbano se pueden contemplar distintas ciudades que he recorrido estos últimos meses; París, Madrid, Murcia o Cartagena. Para realizar las marinas, sin embargo, me he inspirado en las calas de Mazarrón”, añade.

En 2010 Carlos Montero inicia su trayectoria pictórica, con la que ha conseguido diversos reconocimientos en certámenes nacionales. Además, su obra se ha expuesto en España y otros países como Finlandia, Alemania y Francia. Ahora vuelve a Mazarrón -expuso de forma individual en Casas Consistoriales en 2017-, feliz “por el buen trato recibido siempre”, afirma.

Hablamos con el artista sobre su proceso de composición, el uso de bocetos y la evolución de la propia obra: “Los paisajes urbanos están bastante pensados. Salgo directamente con mi cámara a buscar ideas cada vez que llueve -que no es muy habitual en nuestra Región-. Observo esos momentos, los movimientos de la ciudad, de la gente que vive en ella. Pero no solo es lo que veo sino aquello que siento. Después traslado esas impresiones al lienzo”.

¿Qué sensaciones experimenta ante estas escenas?, pregunto. “Aunque parezca algo cursi, me recuerda a escenas románticas. Me emocionan estas cosas; aun teniendo esta apariencia soy un romántico” [ríe y se señala].

Carlos Montero viste de negro. Acabo de reparar en la música que ameniza la entrevista en el estudio. Es heavy metal. Su larga y rizada melena ondea en conjunción al calmado oleaje de sus marinas, proponiendo un fuerte contraste entre todos los elementos.

“No hablo de romanticismo en relación a la pareja -continúa- sino de un entorno que te puede enamorar. Es lo que veo en los paisajes de Murcia. Lo bonito de un edificio cuando se transforma, a través del reflejo y las abstracciones que se crean. Y esa misma deformidad enriquece el paisaje. Me enamora la historia”.

¿Cómo percibimos el color a través de la lluvia? “No sé cómo se percibe pero puedo decirte cómo lo percibo yo. Quizá como algo más contemporáneo, con más fuerza, más intenso. Menos monótono. Me gusta el contraste de las zonas prácticamente en sombra y de las áreas más altas de luz. Pasas de un extremo a otro en un momento. En un paisaje nocturno y lluvioso tienes puntos de luz máxima hasta la oscuridad total. Mientras que en otros paisajes no encuentro eso”.

Afirma que ha llegado al mundo de la pintura casi por casualidad, pero ahora no imagina su vida de otra forma. “Espero que tengas tiempo porque esta explicación va para largo [bromea]. Estuve en varias empresas donde trabajaba con pintores y escultores. La curiosidad hizo que comenzara un ciclo de escultura. Un día me crucé con un concurso de pintura al aire libre y pensé en presentarme al año siguiente. Lo hice y fue un desastre, pero eso marcó un antes y un después en mi vida. Ahí decidí que quería ser pintor. Tengo un apego fuerte con la escultura, pero no he seguido ejerciendo de escultor. Ese es mi comienzo: la pintura en la calle, que quizá no está tan bien valorada como debería”.

¿Se refiere a la pintura rápida?, pregunto. “No sé por qué está mal vista. Tal vez porque se da más valor a otros trabajos, como la pintura de estudio. Seguramente sea así [cuando piensa en voz alta se tapa la cara con las manos y cierra los ojos]. Lo que sí está claro son las enseñanzas de esas experiencias. Aprendes a esquematizar, a sintetizar para sacar esa obra de forma rápida y se llevan a cabo acciones que en el estudio no las vas a hacer porque ahí tienes los pasos más definidos. Con la pintura rápida llegas al lugar y tienes que decidir qué pintar; son elecciones muy rápidas”.

Y continuó formándose, prosigo. “Hice un curso con Antonio López. Fue una experiencia maravillosa, pero te decía las verdades como templos”, desvela Montero mientras mueve las manos en señal de amplitud. ¿Le enseñó a pensar más en el concepto? “Tal vez antes era más emocional y ahora estoy pecando un poco de reflexivo. Aunque no sé si reflexivo es la palabra adecuada”.

¿Antes hacía más crítica social? “Sí, además expuse una serie sobre la igualdad de género; son escenas de juego infantil pintadas sobre tablones de madera. También hubo temas de compromiso social como el cambio climático. Pero ahora parece que las obras que hago son más visuales”. “¿Qué quiere decir?”, insisto. “No busco recrear una fotografía sino aportar mi punto de vista. Aunque soy consciente del carácter de la obra, que tiende a ser realista, me asombra que la gente piense que son fotografías. Porque voy buscando, por ejemplo, crear mi propio color. Siempre trato de cambiarlos. Las imágenes son referencias pero no me baso en los colores reales”.

“La paleta de esta exposición es bastante definida”, añado. “Tengo unos colores e intento no salirme de ellos. Con la pintura busco crear mi propia realidad”. Veo que tiene preferencia por la madera, bien enmarcando la obra para simular una ventana por la que miramos al exterior o hacia el interior de una estancia. También por los paisajes urbanos nocturnos. “¿Cómo consigue esos efectos?”, cuestiono. “A la hora de pintar prefiero una base rígida. Si es lienzo, me las ingenio para que parezca tabla y suelo utilizar óleo, aunque también he usado pintura fluorescente en spray”.

“Tal y como escribe Enrique Ciller en el catálogo de su reciente exposición, ¿el agua ha poseído su alma?”, reflexiono. “Eso creo. Y siguiendo con la cita, 'y me arrastra en su corriente, donde nada es razonable. Pasó hace tiempo, pero no me di cuenta. Quizá siendo niño descubrí la lluvia y viendo cómo es capaz de transformar el mundo cotidiano en un ensueño, preferí vivir en el lado húmedo de la realidad'. Quizá eso es lo que me está pasando. Me encanta navegar y, además, la lluvia ha sido desde siempre un referente en mi vida y mis cuadros, con más énfasis, si cabe, en los últimos cinco o seis años”.

“¿Va a continuar en esta línea?”, pregunto, antes de finalizar. “Sí, me gustaría seguir investigando sobre las posibilidades de esta temática”, concluye tomando un trago de agua de una taza ilustrada con la portada de un álbum de la banda británica Iron Maiden.