En la última jornada del Jazz San Javier venía a la memoria el concierto de película con el que Michel Legrand puso un elegante 'The End' a la 20ª edición. Poco después murió, y había motivos de sobra para disfrutar de un acontecimiento que, uniendo melancolía con mero placer musical, reverenciase a un músico tan venerable como insigne, al que recordamos como un patriarca venerable y travieso.

Legrand empezó en los 50 por todo lo alto, como compositor y pianista de jazz: contrató a Miles Davis y John Coltrane para su álbum de debut, y sus canciones siguen brillando mucho tiempo después de pasar al olvido las películas para las que se compusieron, aunque los éxitos del compositor y pianista de jazz multigalardonado también están en películas muy famosas, como El Mensajero, Verano del 42 y Los paraguas de Cherburgo.

El concierto-homenaje 'San Javier loves Michel Legrand', producción propia del festival, tenía la dirección musical de su fiel contrabajista y amigo Pierre Boussaguet, con una banda integrada por el baterista Sebastian DeKrom, Patrice Peyrieras al piano y Sharman Plesner al violín.

Natalie Dessay, la más importante soprano francesa desde Régine Crespin, y también cantante de jazz, fue la invitada especial. Es una de las más grandes estrellas del mundo de la ópera, reconocida unánimemente como la mejor soprano ligera de Francia del último medio siglo.

Michel Legrand fue un artista no encasillable, o, mejor dicho, no se cerró en sus diferentes facetas, ya fuese como compositor, director de orquesta, pianista, cantante, escritor y productor. Su compromiso artístico consistió en derribar las barreras entre jazz, música clásica y música ligera.

El concierto-homenaje, todo de temas originales de Legrand (excepto uno), mezcló meditaciones (incluso barrocas en Le Messager) en forma de solos con un lustroso swing al piano (a veces insinuando florituras al estilo de Art Tatum, llenas de originales fraseos) e interacción juguetona entre los músicos.

Alcanzó gran altura durante las intervenciones de Natalie, que es una admirada intérprete de bel canto y de heroínas líricas como Violetta (La Traviata) con la capacidad de investir a sus personajes de una rara profundidad que excede toda hazaña vocal. Frágil, desvalida, provocadora e irreverente, Dessay es un "animal escénico" de extremas tesituras, y esa cualidad, un tanto amansada (y con micrófono en mano) es el arma principal de su nueva aventura. Quizás por ello resultará más doliente el exabrupto ("¡Habla español!") que un energúmeno lanzó desde las gradas a Bousaguet.

Cayó como un jarro de agua fría y tuvo una educada respuesta por parte de este y también de Natalie cuando entró, y una contundente reprimenda en el descanso por parte del director del festival, que habló de "templo de la cultura y de la Unión Europea" en un acertado manifiesto contra la intolerancia. Una golondrina no hace verano, y un energúmeno es un energúmeno.

Siguiendo con el legendario Michel Legrand, el homenaje hizo recapitulación con tintes autobiográficos. El pianista jugaba con el tiempo derramando las notas en 'Ray Blues', compuesta para Ray Charles. Dingo Rock se abrió con un solo de batería creando una atmósfera tenebrosa. El bajista esbozó con elegancia la pieza, y el pianista envolvió el tema con espontáneas melodías contrapuestas.

La Valse Des Lilas, que Johnny Mercer popularizó en inglés (Once Upon a Summertime), se presentó aquí en su francés original, cantada con desparpajo casi de scat por Natalie. El batería conjuró un brillo impresionista a los platillos que flotaba como la niebla, y el rotundo contrabajo de Boussaguet proporcionó los cimientos al piano.

Verano del 42 (Un eté) la hicieron delicadamene solos el piano y la voz de Natalie. Le messager, con Natalie fuera de los focos, se presentó como un medley con algún fragmento barroco. Como si la fuerza de una presencia se manifestara, volaron las partituras del batería (a veces estaba más pendiente de sujetar las partituras que de tocar). De ese pequeño impasse salieron con la alegre melodia de L'ame soeur à L'Hamegon, que interpretó como un pajarillo Natalie.

What Are You Doing the Rest of Your Life (que Legrand compuso para Barbra Streisand) la cantó Natalie con voz frágil y entrañable ternura; el pianista stableció la encantadora melodía, y Boussaguet iba tras él con líneas robustas y oscuras, mientras el batería sacudía el auditorio con un repentino cambio de ritmo. Bousaguet presentó Michel L'enchanteur, una canción de su autoría dedicada a Legrand, muy alegre, que es como quería recordarle. Y, cómo no, sonaron Los paraguas de Cherburgo.

En general y salvo el pequeño incidente, que no fue a más, el concierto discurrió felizmente. El problema reside en la selección temática. Hay canciones que no se sostienen fuera del contexto para las que fueron creadas, mientras otras son en exceso edulcoradas (Verano del 42, entre otras). No obstante, la astuta Natalie quitaba el azúcar hasta donde pudo, reemplazándolo con ternura, sagacidad, ironía y una dulzura que sabe huir del almíbar.

Curiosamente, las canciones que mejor funcionaron fueron las que le exigían menor despliegue vocal, y no debido a limitaciones, sino por cómo dice y saborea cada texto. Añadió un tinte nostálgico, perezoso y taciturno que contribuyó eficazente al homenaje. Adorable. Natalie Dessay y Bouaguet nos llevaron en un viaje a través de toda la magia de las canciones creadas por Michel Legrand.

Leyendas del blues

Nuevamente volvían a reunirse en Jazz San Javier Buddy Whittington -conocido por ser uno de los mejores guitarristas de blues de Texas-, y Santiago Campillo, dos gigantes, en un homenaje a las leyendas del blues de Texas. Entre los ilustres invitados estuvo Mauri Sanchis uno de los mejores especialistas de Hammond, y también aportaron su sabiduría David Sooper y el armonicista Ñaco Goñi.

Campillo vio por primera vez a Buddy Whittington en Cartagena, acompañando a John Mayall. Quedó impresionado por su manera de tocar, y se convirtió en seguidor del guitarrista tejano, que puede vanagloriarse de haber sido uno de los componentes de los Bluesbrakers.

La admiración ha terminado siendo mutua: en una visita a Texas, Buddy le invitó a tocar con él y formar parte de su banda, y se forjó una amistad y algunas giras. En una de ellas, ahora hace dos años, llegaron al Jazz San Javier, y precisamente estrenaban un disco en directo de esa actuación.

La reunión con el excepcional e inventivo guitarrista murciano auguraba un excitante concierto. Además, lo de Santiago es sobrenatural. El depurado saber hacer de Buddy y Santiago resultó evidente y complementario. A la voz, en cambio, destacó Buddy por su naturalidad y alto grado de expresividad. La banda, con los pies clavados en un pétreo rock-blues sureño, se movía hacia los lados con ritmos tirados como por locomotora y baladas de sabor setentero, interpretadas por la prodigiosa garganta de Buddy Whittington, que dejó translucir todo su poderío y su bagaje musical, firmando canciones versátiles y llenas de dinamismo interpretativo al lado de un vistoso fraseo que ejecuta con elegancia.

Aguantarle el tipo a un músico tan capacitado como el tejano, el cual domina varios estilos que confluyen con el blues -género que lleva en la sangre-, habla del alto grado cualitativo de Santiago, como pudimos comprobar en los distintos duelos épicos que mantuvieron ambos guitarristas, pero enfocar todos los elogios hacía las respectivas figuras de Buddy y Santiago sería ignorar la excepcional labor que realizó la base rítmica.

El repertorio lo componían clásicos del blues y el rock `n´ roll. Empezaron con La Grange (ZZ Top), una enérgica canción sureña. En I Don't need no doctor (John Mayer) se lució Mauri Sanchis, maestro de los teclados y del Hammond B3, que tocó con sensibilidad e impactante groove. También sonó el clásico de Albert King Born under A Bad Sign, y un homenaje a Peter Green (Greenwood) composición propia de Whitington; David Sooper salió para cantar Higher ground, una de las canciones inmortales de Stevie Wonder. Luego, Buddy recordaría viejos tiempos en la banda de John Mayall con World of hurt, y Campillo interpretaría una canónica adaptación de Hoochie Coochie Man, de Muddy Waters.

Repartiendo protagonismo a las voces, llegó el turno de la bajista, Oneida James, que en el pasado tocó para Joe Cocker, incorporada recientemente a la banda de Campillo, a la que aporta una fuerte imagen. Cantó una espléndida versión de Stormy Monday (Elmore James).

Green Onions, de Booker T & The Mg's, sirvió para presentar a la banda, y Ruta 66 pondría rumbo a la recta final. Campillo & friends volverían con Que el tren no pare a modo de despedida, con mensaje, en este concierto que tuvo momentos únicos de improvisación y mostraron una simbiosis difícil de superar, poniendo el cierre a la XXII edición del Jazz San javier.

Alberto Nieto, director del festival, hacía balance señalando el aumento de público (más de 18 mil espectadores, que lo sitúa entre los festivales europeos más punteros) y de taquilla, pero sobre todo el alto nivel de los conciertos programados, y el abultado segumiento que tuvieron los conciertos en la calle, que han enganchado a un buen número de vecinos del municipio.

Cae definitivamente el telón, y la vista atrás deja un trabajo bien hecho, que coloca a la ciudad de San Javier en el mapa de los grandes festivales europeos y constituye un buen motivo para sentir orgullo.