En la historia del jazz escasean los baterías cantantes -Buddy Rich, Grady Tate-, y ninguno ha exhibido un gran talento vocal que eclipsara su destreza percusiva. Hasta que llegó Jamison Ross, baterista y cantante nacido en Florida hace 30 años, que ya es relativamente conocido como el baterista de Snarky Puppy. Un hombre encantador, grandote, de sonrisa contagiosa. En directo, pone el énfasis en la voz, con el apoyo del guitarrista Rick Lollar, de Chris Pattishall al piano y del bajista Barry Stephenson. Además de una depurada técnica en el manejo de las baquetas y las escobillas, sus habilidades vocales se forjaron en la iglesia a la que acudía cada domingo acompañado de su abuelo. Y tiene una de las mejores voces masculinas del soul contemporáneo, con un timbre acaramelado en los tonos más bajos, y su extenso vocabulario musical abarca jazz, soul y gospel. Tocó material de su álbum debut y sobre todo del más reciente, 'All For One' (2018).

Respaldado por su formidable banda -todos son amigos y antiguos compañeros de clase-, Jamison ocupaba el centro del escenario sentado a la batería. Arrancó con una pieza jazz compuesta por Mose Allison, 'Everybody is crying mercy'. Siguió un vibrante saludo a su ciudad adoptiva (Nueva Orleans) con un alegre divertimento que popularizara Lee Dorsey, 'A Mellow Good Time', de Allen Toussaint. Jamison recuerda mucho a otro celebrado ciudadano de Nueva Orleans: el gran artista de jazz y R&B Aaron Neville, pero además es un aventajado compositor; lo demuestra en piezas románticas como la tierna Away (dedicada a su hija), y la funky 'Call Me' (sobre su mujer cuando lo llama por teléfono), muy pegadiza, con un riff que sonaba stoniano y un brillante crescendo que exhibió el bajo palpitante de Stephenson.

'Keep On' con su infeccioso estribillo, no era, aunque lo parezca, un clásico soul de los 60 (la firman él y su guitarrista). A estas composiciones hay que añadir 'Emotions', bajo la influencia de Stevie Wonder, donde repite 'I wanna be free' como una imprecación. Fue la primera canción que compuso, un día que no tenía ganas de ir a clase a la facultad, explicó. De 'Safe in the arms of love' dijo que era difícil, pero que le gusta cantarla porque se olvida de todo lo negativo de su país (situación política, gobierno, Trump); incluyó citas esperanzadoras a 'What a wonderful World' y 'We shall overcome' (himno de los derechos civiles).

Lo más destacable fue su voz suave y elástica. Siempre sentado a la batería, alcanzaba con facilidad las notas más altas, como sucedió en 'Don't go to strangers' (standard cantado por Etta jones y Amy Winehouse) y 'All for one', una canción para amartelarse, de arreglos muy jazzys, con un ligero 'punto Philadelphia' a lo Barry White. Las influencias gospel, jazz y soul claramente moldean las dinámicas y fraseos, que Ross utilizó con llamativo efecto haciendo aflorar la buena onda. Con una sonrisa permanente, al final de algunas canciones se arrancaba a capela, muy seguro de sí mismo y del soberbio calibre de su voz, o comentaba algo, explicaba sus influencias, retomaba alguna parte e incluso improvisaba letras.

Para el final se reservó 'Keep on', canción que, dijo, vale para un lunes por la mañana y para un viernes antes de la 'happy hour', con un pegadizo estribillo que hizo cantar al público. No hubo un solo momento débil en este concierto de ritmo tan bien ajustado, que tuvo a Jamison pendiente del reloj todo el tiempo. El bis lo completó con un par de versiones: 'Seven Years', de Lee Alexander, popularizada por Norah Jones, con una intro a capela, y una versión de 'Yesterday' de los Beatles, con escobillas, inspirada en Donny Hathaway.

Un líder de banda que canta detrás de la batería es una rareza, especialmente en el jazz. Y poseer ambos talentos en niveles tan altos hace que Jamison Ross sea notable. Jazz vocal amable y tranquilo cercano por momentos al 'smooth', que sorprendió por sus voces conmovedoras, con frases fluidas y su concepto acrisolado de fusión. Una de las nuevas revelaciones de la escena jazzística actual.

Necesidad de "revolución mental"

El cantante de voz aterciopelada Myles Sanko, apodado 'The lovechild of Soul', ofreció un impecable concierto soulero. Una velada llena de sofisticación y buen gusto, con facturación perfecta hasta en sus altibajos, contrarrestados con los momentos de participación del público. Era su segunda visita a Jazz San Javier. Sobre el escenario, Sanko, elegantemente trajeado, ofrecía una imagen de dandy inglés, pañuelo en la solapa incluido. Mantuvo una presencia refinada, como el espectáculo que propone. Conquistó al público para que compartiera emociones con él en una atmósfera de intimidad: «Esto es música soul; viene del corazón». Desde el inicio, con 'My Inspiration', aportó brillo, iluminando cada uno de los temas que regalaba desde el escenario, y quedó patente la solvencia de la banda, su empaque y el equilibrio de sonido, en la onda de los pioneros, facturando un soul 'bastardo', sin divismos y transmitiendo buenas vibraciones.

Sanko estrenó 'Whatever you are' que irá en su próximo álbum, con unos elocuentes vientos afro, y proporcionó uno de sus momentos más apasionantes en Come On Home, donde se detiene y se dirige al público invitándolo a entonar con él el estribillo 'I need you more than you know', pidiendo que se dedique a la persona querida o a los amigos presentes. De vez en cuando preguntaba: «Is there love in the house?». En Rainbow in your cloud se orientó hacia un soul funk almibarado a lo George Benson. Y empezó muy sutilmente al piano 'This ain't living', una canción reivindicativa donde grita que necesitamos "una revolución mental".

No faltaron singles del álbum Just Being Me, como la titular y Promises, una pieza muy northern soul en la que salió Vanessa Heynes, la maravillosa y afamada cantante de Trinidad, una de las voces principales del grupo de acid jazz Incognito. Vanessa sumó, y mucho, al show. Chic, seductora, estilosa, su futuro está garantizado en el firmamento del soul. Su voz cultivada suena con poderío. Exaltaba y conducía al público con gracia e histrionismo escénico. Juntos ella y Myles demostraron toda su gratitud y admiración hacia Curtis Mayfield, en una brillante interpretación de 'Move on up' que dió lugar al lucimiento de los músicos, prolongándola en una jam. Transmitieron positividad con su ritmo contagioso, que el público secundaba chasqueando los dedos.

'Forever Dreaming', que habla de amor esperanzado, puso el cierre antes de los bises. Myles sabe cómo manejar un concierto gracias a su energía y dinamismo, interacción y simpatía. En definitiva, talento, clase y saber estar.

En el primer bis salió Vanessa para cantar sin Myles Strangers, una canción compuesta por ella. Y juntos se despidieron (los dos juntos suman, o más bien multiplican) cantando 'High on you', que resume toda la tradición de las factorías Motown-Atlantic-Stax. Un festín de baile -con pista de lento y de rápido- bajo la luz de una bola de espejos imaginaria y las bendiciones del cielo. La gente terminó bailando en el foso y en las gradas poseída por la carnalidad de las canciones.

Myles Sanko hace soul de la vieja escuela, sonidos que nos hacen pensar en la mítica 'Motown', en el northern soul de los allnighters, y le han convertido en el nuevo rey del soul británico. Como les diría Jimmy Rabbitte a sus compañeros de Commitments: "De ahora en adelante, no quiero que escuchéis otro tipo de música. Quiero que sigáis una dieta estricta de soul: James Brown para los gruñidos, Otis Redding para los gemidos, Smokey Robinson para los lamentos y Aretha Franklin para todo a la vez". Creo en ti, Myles (y en Vanessa también).